ara muchas personas de todo el mundo, sus vidas han quedado paralizadas por el COVID-19. Para otras miles, ya lo estuvo mucho antes de la llegada de esta pandemia global. Refugiados y solicitantes de asilo son víctimas por partida doble del coronavirus. Mientras Gobiernos como el húngaro vinculan el virus con la inmigración ilegal, los reasentamientos y las peticiones de asilo se han congelado en parte de la UE.

“Para muchas personas en todo el mundo, sus vidas han quedado paralizadas o se están transformando de una forma que nunca habríamos imaginado. Pero las guerras y la persecución no cesan, y hoy, en todo el mundo, hay personas que siguen huyendo de sus hogares en busca de un lugar seguro”, recuerda Filippo Grandi, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, sobre la crisis del COVID-19.

El virus tiene un doble impacto para la ya confinada vida de miles de migrantes y solicitantes de asilo que malviven en los campos de refugiados griegos. La ONG Human Rights Watch informó ayer de que las autoridades griegas han negado el asilo a 625 personas en lo que va de mes. A pesar de las llamadas de la Comisión Europea a Atenas para que respete este derecho universal. También Hungría anunció a comienzos de mes que dejaba de aceptar solicitudes de asilo en sus zonas de tránsito por el coronavirus.

Esta semana, siete Estados miembros iban a comenzar la acogida de 1.600 menores no acompañados, que están atrapados en los campos de refugiados helenos. Pero la rápida propagación del COVID-19 en suelo europeo ha frenado en seco la iniciativa hasta nuevo aviso. La Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) anunciaban esta semana que los reasentamientos quedaban suspendidos de forma temporal por la negativa de varios países y el miedo a que los traslados internacionales impulsase el contagio.

Las consecuencias del COVID-19 en materia migratoria amenazan con ir más allá de lo que dure la crisis. La retórica racista en torno al virus no ha tardado en nacer de mano de las fuerzas populistas. Donald Trump, presidente de Estados Unidos, se ha referido a él como ese “virus extranjero” o “chino” y lo ha comparado con la gripe española, que paradójicamente se originó en Estados Unidos.

Josep Borrell, Alto Representante de Exteriores de la UE, ha respondido a esta retórica xenófoba a través de Twitter: “Los virus no tienen nacionalidad y no conocen fronteras. El COVID-19 no es un virus chino como la gripe española no fue española. Todos hacemos frente a una amenaza masiva que requiere cooperación global y una respuesta de todos conjunta”, ha apuntado el político español.

Dentro de la UE, el líder xenófobo por antonomasia Víktor Orbán, primer ministro húngaro, ha vinculado el nuevo coronavirus con la inmigración ilegal. “Nuestra experiencia es que los extranjeros han traído esta enfermedad que se está expandiendo entre extranjeros (…) Luchamos en un doble frente: la inmigración y el coronavirus y existe una conexión lógica entre ambos”, ha señalado en declaraciones que recoge la Agencia France Press.

La crisis del COVID-19 ha resurgido la retórica bélica en la Unión Europea. Líderes como el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, o la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, llaman a “ganar la batalla” a “hacer frente juntos a este enemigo” y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, insiste en que “libramos una guerra”. Este escenario de miedo, de situación sin precedentes y de incertidumbre crea el caldo de cultivo para los líderes populistas, que no dudan en aprovechar las drásticas circunstancias para estigmatizar y culpabilizar a los “otros”, los “extranjeros” para impulsar su agenda ultra.