evolución de los Claveles. Mañana lunes, 25 de abril, toca cantar Grándola, vila morena, terra da fraternidade canción de José Alfonso que fue la clave secreta para el inicio del cambio portugués en 1974.

Bien está lo que bien acaba. La noticia apenas destacaba, a pesar de su enjundia, especialmente para los habitantes de la comarca del Bidasoa, paraje donde, según afirmaba Pedro Ochoteco, ilustre veterinario irunés del pasado siglo, estuvo ubicado el paraíso terrenal. Se desactivaba la crispación generada entre Osakidetza y el colectivo de trabajadores y usuarios del Hospital del Bidasoa por el traslado, provisional, de su actividad quirúrgica al Onkologikoa de Donostia con motivo de las necesarias obras en el área de quirófanos del hospital irunés, durante año y medio, por lo menos.

La propuesta alternativa de la Alcaldía hondarribitarra y otras personas inteligentes convencía a la consejera y su equipo. Las casi 100.000 personas a las que dan cobertura desde aquel centro, la mayoría con derecho a voto, dejan de estar enfadadas. Una buena noticia. Si de una democracia más avanzada se tratara, el directivo “pata negra”, ideólogo de la alternativa Onkologikoa, ya habría dimitido al comprobar que, técnicos y ciudadanía, profanos de la gestión hospitalaria, han ofrecido gratuitamente una solución viable y políticamente satisfactoria.

Coincide en el tiempo con la publicación del informe la Atención Primaria en las comunidades autónomas, presentado por la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública, que mide la evolución de la financiación y el gasto sanitario, los recursos, la actividad y la opinión de la ciudadanía. Junto con Extremadura, somos los mejores, como es costumbre y nos gusta escuchar en los desinformativos. Y eso, a pesar del “pata negra” y lo que conocemos de la trastienda y sus posibilidades de mejora. Es que, cuando un mediocre obtiene un gramo de poder, se cree que tiene una tonelada de autoridad. Aunque, en realidad, sólo tenga un carné. Preocupante a estas alturas.

. Ernst Cassirer fue un filósofo neokantiano de principios del siglo XX. Movilizado durante la I Guerra Mundial, fue destinado a la Oficina de Prensa del Reich. Su trabajo consistía en recopilar información periodística francesa, resumirla y alterar su sentido para utilizarla como propaganda de guerra del Kaiserreich.

Es decir, que el filósofo judeo-prusiano hacía lo mismo que, tanto los buenos como los otros, hacen en la actualidad: manipular la información y convertirla en desinformación para condicionar el pensamiento de la opinión pública. Con la diferencia de que ahora los más poderosos utilizan para este menester a un numeroso equipo multidisciplinar, altamente especializado y con un presupuesto millonario. Vamos que, nos mean y nos dicen que está lloviendo. Y, lo más grave, nos lo creemos.

La revista científica americana Plos One del pasado 13 de abril publicó un trabajo datado en 2020 sobre la desinformación y los bulos generados entorno al covid-19, elaborado por un equipo de profesores de la Universidad de Navarra.

Los investigadores, periodistas y microbiólogos, partieron de los bulos detectados en las tres plataformas de verificación: Efeverifica, Maldita.es y Newtral.

WhatsApp fue la plataforma utilizada para difundir el mayor número de bulos, seguida de redes sociales como Twitter y Facebook y la plataforma de intercambio de vídeos YouTube.

Los más frecuentes estaban relacionados con la investigación científica y se referían al origen del coronavirus. Por ejemplo, que el virus fue fabricado y liberado por China o Estados Unidos, o lo conectaron a la tecnología 5G. También se referían a la política científica o a la gestión sanitaria, centrados en cuestiones como las decisiones de las autoridades para el control del virus y los recursos sanitarios empleados. Los consejos erróneos sobre cómo evitar el coronavirus también fueron comunes e incluyeron recomendaciones como beber diferentes bebidas, seguir dietas y realizar prácticas como hacer gárgaras, inhalar vapor y consumir dióxido de cloro.

Los investigadores identificaron cuatro categorías fundamentales de problemas o de tipos de bulos:

La ciencia apresurada. Es decir, cuando los científicos buscan la obtención rápida de resultados y esa rapidez lleva a sacrificar una serie de protocolos metodológicos para garantizar que los resultados son válidos. Las informaciones tienen una base científica real, con diversos grados de rigor. Los preprint serían una fuente importante de engaños. La investigación científica requiere tiempo y fundamentación, no siembre factibles durante la pandemia.

La ciencia descontextualizada, cuando se toma un contenido científico por parte de un medio de comunicación y se extrapola. Por ejemplo, una investigación que se ha hecho solo en ratones o en un número de personas muy reducido y se anuncia como el descubrimiento del origen de tal o cual enfermedad, o de tal o cual remedio.

La ciencia mal interpretada, que tiene que ver con la dificultad o las carencias de los investigadores para poder explicar bien las cosas, pero también por la deficiencia de formación por parte de los periodistas para entender con la precisión necesaria los aspectos científicos.

La falsificación sin base científica: afirmar algo inventado. Atribuirlo a algún centro de investigación extranjero o a un investigador, que no existe y ese tipo de desinformación también lo hemos padecido durante la pandemia. La clásica serpiente de verano, esta vez relacionada con la pandemia.

El periodista vasco, de origen ruso, continúa incomunicado en una prisión polaca. Un país comunitario cuya justicia no reconoce la presunción de inocencia.

Menestra de verduras, cordero asado a baja temperatura de Maialen y macedonia de frutas. Agua del Añarbe. Café.