La vida de Mikel Aguirre no ha sido un camino de rosas. Todo lo contrario. A sus 48 años, ya ha sufrido 27 operaciones, incluidos dos trasplantes de riñón, el último de los cuales tuvo lugar en pasado 10 de noviembre en el hospital de Cruces. El donante, en esta ocasión, fue Aren Piedrafita, amigo desde hace 30 años y cuñado desde hace 32. NOTICIAS DE GIPUZKOA los ha reunido en su Hondarribia natal para charlar con ellos y escuchar una historia de superación, de miedos, de bajones, de alegrías y en la que también tiene cabida un amplio sentido del humor.

Precisamente, esto último es lo que no ha perdido Mikel a lo largo de todo ese proceso. Es algo que, literalmente, le ha mantenido con vida. "Mikel, tú estás vivo por el sentido del humor que tienes", le espetó un nefrólogo de Barcelona. "La cirugía llega hasta donde llega y los cuerpos también, pero si afrontas con humor las cosas, eso una ventaja", le reconoció este especialista médico, algo que ha llevado a rajatabla uno de los protagonistas de esta historia que hizo suyo el lema: Mi cuerpo está enfermo, pero yo no. En este sentido, Mikel entiende que tanto la actitud como el humor son "imprescindibles". Los que están a su alrededor, como es el caso de Aren, elogian su manera de afrontar la vida porque "cualquiera de nosotros, nos hubiéramos hundido", sentencia su cuñado.

Pero Mikel no elude la cruda realidad y también se ha temido lo peor. Tampoco hay que echar la vista muy atrás en el tiempo. Fue en los días previos a la última operación. "Mi corazón, con una miocardiopatía, no está para muchos trotes en cuestión de anestesias y cirugías", reconoce. El anestesista, en la última conversación antes de la operación, "me dejó claro" la situación en la que estaba. "Solo tú y yo sabíamos que las posibilidades de salir del quirófano eran tirando a bajas", le corta Aren. Pero ni así se puso nervioso Mikel. "El bagaje que tengo por detrás cuenta mucho", puntualiza. "Psicológicamente he llegado muy bien preparado", subraya este hondarribitarra, para quien el momento "más duro" llegó en la despedida de sus hijas y su pareja. "Ellas se iban al cole y yo, a Bilbao y no sabía si iba a volverlas a ver", recuerda. Durante esos días previos a la operación le dio muchas vueltas al concepto de la dignidad: "No quería perder los nervios, ni llorar. Quería irme al quirófano contento, positivo y con valentía". De hecho, tres horas después de despertarse de la anestesia, llamó a su pareja para decirle que todo había salido bien. "No se lo creía", rememora. "Puedes estar enfermo y puedes estar mal, pero puedes llevar las cosas con cierta dignidad. Es lo que más me ha ayudado a estar positivo y a estar bien", considera Mikel.

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Este sentido del humor tampoco pierde vigencia durante la conversación. "El único hándicap de todo esto es que, al ser mi cuñado, ahora le voy a tener que dar la razón en todas las comidas que hagamos", confiesa Mikel esbozando una amplia sonrisa y provocando la carcajada en Aren, que la única condición que le puso cuando decidió convertirse en su donante, era que "si seguíamos adelante era para disfrutar de la vida. No le iba a dar un órgano para que luego viniera a decirme que estaba depresivo por tonterías. Era para estar feliz y aprovechar la vida". Es lo que está dispuesto a hacer Mikel.

Un funcionamiento del riñón por encima del 80% para donar

Aren, tal y como reconocen ambos, no fue la primera opción. "Lo primero que buscan son lazos sanguíneos, por un tema de compatibilidad", explican. Así las cosas, los donantes vivos casi siempre son los padres o los hermanos. En este caso, los primeros que se hicieron las pruebas fueron su ama, Txaro, y sus hermanas, María y Manuela. "Piden un funcionamiento del riñón por encima del 80%", anuncian. La hermana pequeña era la única que cumplía con el requisito. Sin embargo, cuando ya estaba todo a punto, una última revisión dio a conocer que el riñón de Manuela, "con bastante ramificación", impedía llevar a cabo la cirugía. "Todo lo que cortas de riñón a donar lo tienes que volver a empalmar y en el caso de mi hermana iba a ser muy costoso", explica Mikel, motivo por el que se descartó a su hermana pequeña como donante. Y ahí apareció la figura de Aren. "Esa misma semana me llamó y me dijo que se iba a hacer las pruebas", recuerda Mikel. "No se lo dije ni a mi mujer", confiesa Aren. Las pruebas resultaron satisfactorias. El único pero, que el grupo sanguíneo no era compatible, pero había solución. La primera opción era un trasplante cruzado y luego, uno directo, que fue el que finalmente se llevó a cabo el pasado 10 de noviembre. "Era un poco más complicado que el trasplante normal. Hay una lucha mayor a la habitual entre el órgano donado y el cuerpo porque el riñón no era compatible sanguineamente hablando", argumenta un Mikel que, cinco meses después, se encuentra "estable". Tampoco aquí se libró del susto de turno con el covid como agente no deseado: "Ya trasplantado, fui positivo y las cifras se alteraron. Pero ahora estoy estable, no estoy en baremos de riesgo", deja claro Mikel, que estuvo ingresado 21 días en Cruces y que está obligado a tomar catorce pastillas diarias: "Eso está normalizado. Llevo desde los tres años tomando pastillas".

"Psicológicamente, duro de aceptar"

La diferencia entre el primer trasplante y este segundo radica en que el primero fue de cadáver y el segundo, de donante vivo. Precisamente, aceptar esta cuestión, psicológicamente hablando, "ha sido duro", asegura Mikel. "Yo estaba encantado, iba a recibir un órgano para seguir con mi vida, pero se lo iba a quitar a una persona cercana. Y si no funciona, te preguntas. Yo podía perder el riñón, pero me quedaba la diálisis y podía esperar por otro, pero a él no se lo pueden poner". Ha sido un tema "psicológicamete raro de aceptar". Ha existido una especie de guerra interna: "Por un lado, tienes claro que lo quieres, porque te puede salvar la vida, pero por otro, es como que tienes una frustración, aunque sabes que no vas a decir que no", destaca Mikel.

Aren, por el contrario, no ha sufrido "ningún bajón" psicológico. No ha llevado bien, por su carácter, estar limitado. "El hecho de estar en casa con muchos dolores, sin poder hacer vida normal, si te pega bajón", reconoce. Es consciente, eso sí, de que todo lo que pueda padecer él "es una nimiedad" en relación con lo que gira alrededor de Mikel.

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Tampoco Aren había pensado "mucho" en la posibilidad de ser donante, pero después de quedar descartada la vía familiar, "tuvo lugar un clic en mi cabeza" y decidí ir adelante. "Te acuerdas de los años que estuvo bien y piensas: Si tuviera otros 30 años como hasta ahora para poder ver a sus hijas crecer, eso sería genial", enfatiza casi emocionado.