Mi vida es precaria, siempre pluriempleada. Sigo endeudada, sin piso, trabajando para sobrevivir. Es algo que me llena de impotencia. Tengo fuerza y ganas de trabajar, pero me da rabia que no se pueda avanzar". Cuando le embarga esa sensación de impotencia, esta argentina de 56 años coge el móvil y se pone "a hacer tetris", como dice ella, para no perder la cabeza.

Ha aprendido a "subsistir". Es el testimonio de una de las 29 mujeres inmigrantes con residencia en Gipuzkoa que han participado en un trabajo de investigación que ahonda en sus vidas. Son trabajadoras precarizadas que arrastran "una deuda interminable", y que sienten "angustia, soledad y miedo", del mismo modo que se rebelan contra "un sistema patriarcal que nos ignora y nos necesita al mismo tiempo".

Sus reflexiones son la base de este trabajo que cuenta con el aval de la dirección de Igualdad de la Diputación y que se presenta este jueves a las 19.00 horas en la Casa de las Mujeres de Zumaia, a dos días de la celebración este sábado del Día Internacional del Migrante.

"El debate entre nosotras ha sido muy interesante", subraya Silvia Carrizo, fundadora de la Asociación Malen Etxea. "Es necesario politizar la deuda que contraemos. Es necesario hacerlo para que las compañeras se den cuenta de que la difícil situación que viven trasciende la esfera privada para convertirse en un asunto político".

HONDO PERIODO DE REFLEXIÓN

Todas las participantes en los foros de discusión están vinculadas a esta entidad social de Urola Kosta que nació del contacto diario entre trabajadoras extranjeras provenientes de países latinoamericanos llegadas a Euskadi a partir del año 2001.

El documento, fruto de un hondo periodo de reflexión entre todas ellas, lleva por título La deuda interminable de las mujeres inmigrantes: Una mirada transnacional desde Euskal Herria, en un mundo pospandémico. La investigación recoge el testimonio de trabajadoras de Nicaragua, Honduras, Haití, Colombia, Bolivia, Brasil, Argentina, Chile, Guinea Ecuatorial y Marruecos.

"PREFIERO NO VERLA A TENERLA MUERTA"

"Nunca los hubiera dejado, pero mi hijo me dijo: prefiero no verla a tenerla muerta", relata una de las participantes, boliviana de 52 años. "No había para comer y decidí venir para echar adelante a nuestros hijos", confiesa una hondureña de 42.

Escarbando en sus historias, en las que dan cuenta de la situación económica de sus países de origen, una de las primeras conclusiones que se extrae es que su proyecto migratorio "no fue un acto voluntario, sino la consecuencia del fracaso del sistema político para sostener y retener a sus ciudadanas".

Sus procesos migratorios son fruto de lo que consideran un "fracaso social, político y económico" debido a múltiples causas. Su periplo migratorio lo entienden como una "anormalidad" en la medida que no tenían previsto salir de sus países.

A este respecto, una hondureña de 52 años confiesa ser "ambientalista, defensora del medioambiente y de los Derechos Humanos. Estoy en contra de la explotación de las mineras, por eso estoy aquí. Nunca pensé en dejar mi país, con mis cinco hijos". Nace en ese contexto, de la necesidad de abandonar el país muy a su pesar, una deuda de la que no consiguen desprenderse, que se ha convertido en la eterna compañera de viaje en sus vidas.

"SOLO VIVES PARA PAGAR DEUDAS"

El 57% revela en este estudio que comprometió sus escasos ingresos antes de iniciar su incierta travesía. El 83% lo hizo fuera del circuito financiero, solicitando recursos a familias y amigos para dejar en garantía terrenos donde se asentaba la casa familiar.

Entre marzo de 2020 y julio 2021, más de la mitad de las participantes se hipotecó. En el 33% de los casos, la deuda contraída fue para mantener el nivel de gastos y las remesas en origen. "Me preocupaba mucho la deuda porque la casa que hipotecaba no era la mía, sino la de mi padre. A partir de ahí, parece que solo vives para pagar deudas. Yo no gastaba nada, iba a la ropa usada, no tomaba ni un café. Pasé como tres años pagando la deuda. La gente que venimos con deuda no vivimos", confiesa una nicaragüense de 58 años.

El estudio refleja que ese callejón sin salida favorece la mano de obra a cualquier precio, de la que nacen economías sumergidas "que suplen la falta de infraestructuras y de servicios básicos". Surge a partir de ahí esa "deuda interminable", como la definen en Malen Etxea, que inserta a estas mujeres migrantes "en un sistema capitalista que solo ofrece alternativas hipotecando vidas". Y ocurre todo ello en un contexto social muy concreto.

En Euskadi, alrededor de 263.000 personas viven solas, de las que 112.531 tienen más de 65 años. Según el informe El cuidado informal en la Comunidad Autónoma del País Vasco, un total de 115.559 personas, el 5,3% de la población residente en viviendas familiares, necesitan cuidados para realizar las actividades de la vida cotidiana, de las que 77.580 requieren esa atención a diario. En esta realidad se inscribe el día a día laboral de las mujeres que han prestado su voz a la investigación.

Desarrollan su labor en un sector en el que la constante amenaza del covid en los centros residenciales ha provocado, según recoge el estudio, que las personas mayores que no presentan dependencias severas se reafirmen en su deseo de afrontar la recta final de sus vidas "rodeados de su entorno afectivo". Ello ha propiciado un fuerte incremento de la demanda de cuidadoras en los hogares, aunque no por ello se haya puesto en valor el trabajo que hacen.

El documento, que se sirve de los testimonios de las protagonistas, subraya que la atención a personas dependientes "pierde en esta sociedad el valor de un empleo decente, para convertirse en trabajo desvalorizado, cruzado por las lógicas de clase y género de la sociedad capitalista".

A todo ello se suma el problema de la vivienda. "Es imposible tenerla, a pesar de sacrificar un montón de cosas. Los sueldos de nosotras no dan para trabajar y vivir en un piso. Por mucho que trabajemos, solo podemos, con suerte, compartir", confiesa una chilena de 59 años.

El 45% de las participantes en el estudio dice "tener" un piso en el que vivir, pero en la mitad de casos se corresponde con su lugar de trabajo. Es decir, viven en la casas donde cuidan a personas mayoresviven. La mitad de ellas cuenta con una habitación como espacio para desarrollar su vida cotidiana, en casi todos los casos compartiendo ese espacio con otra persona que no es familiar.

El estudio incide en que la vivienda es un elemento a tener en cuenta cuando se inicia el trámite para reagrupar a las hijas e hijos, ya que exige a las madres contar con ingresos suficientes para alquilar una vivienda con mínimos de confort garantizados.

"Cuando vino mi hijo en 2018 tomé un piso de 850 euros y tuve que comprar todo nuevo. Lo tuve un año y seis meses. Yo seguía interna. Tomé esa responsabilidad y fue muy grande para lo poco que ganaba. Ahí fue el bajón de mis ingresos, en la situación de nosotras es difícil tomar una responsabilidad de piso", lamenta una nicaragüense de 50 años.

"ME HA AFECTADO FÍSICA Y EMOCIONALMENTE"

En las charlas también han hablado mucho de ese difícil equilibrio entre el sacrificio personal, la precariedad y la viabilidad de una vida que parece cogida con alquileres. "A lo largo de muchos años de mi vida, por pensar en los demás cargué una mochila muy pesada que a la larga me ha afectado física y emocionalmente. Me di cuenta que toda mi vida estuve ayudando a los demás", reflexiona en voz alta una nicaragüense de 48 años.

Una compañera suya, compatriota de 42 años, airea su pesar. "Con lo que gano sé que si un día no tengo trabajo, aquí no puedo vivir. Entonces, sí me voy, tengo ese temor, porque siento que allá yo no podría vivir porque no voy a llegar. No me están esperando después de doce años con un trabajo. ¿Cómo voy a vivir?".

A pesar de esta compleja situación, no se quedan de brazos cruzados llorando su pena. Entienden que "la transformación social que se necesita" para alcanzar estándares de derechos de igualdad pasa por estrechar vínculos con "aliadas directas" como los grupos feministas. "El cambio que se requiere", reflexionan estas mujeres, está "en manos de las instituciones políticas". "No nos ven como votos, no nos escuchan, y ese es el problema".