La calle Zumea de Andoain se ha convertido este viernes a primera hora de la mañana en un inmenso océano de barro. "Ha sido terrible oír el Oria sin saber qué estaba pasando", coincidían en señalar los vecinos de este punto crítico, donde confluyen el Oria y el Leitzaran, conformando una masa de agua enfurecida de imprevisibles consecuencias.

El municipio ha amanecido con bajos y garajes anegados. El Oria había llegado a categoría roja de madrugada. El vecindario estaba sobreaviso, pero nadie se acostumbra a estas embestidas de la naturaleza. "El agua viene desde arriba con una fuerza increíble, mira, mira, hacía años que no veíamos esto", le advertía insistentemente Arkaitz a Antton, dos vecinos de la localidad que charlaban a la altura del número 9 de la calle Zumea.

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En realidad, se escuchaba con más intensidad la bajada del río que las voces. El agua lo había cubierto todo. En la calle Aingurastegi, en Beheko kalea, la corriente seguía su curso para colarse a primera hora en la sede de EH Bildu.

Andoni, uno de los responsables, iba y venía con cara de preocupación tratando de poner salvo el mayor número de enseres.

"Nos ha entrado el agua pero podía haber sido mucho peor", indicaba señalando su tobillo mojado. En la esquina donde se ubica la sede, el empuje de la crecida llegaba a originar pequeñas olas, como si de una pequeña cala se tratara.

SOLIDARIDAD VECINAL

La librería Ernaitza, uno de los establecimientos de Andoain en primera línea del cauce, ha estado sellada a cal y canto. En la medida que el agua se iba batiendo en retirada a lo largo de la mañana, los clientes se acercaban a hablar con Garikoitz, que repartía periódicos sin pedir nada a cambio. "Ya me darás mañana", decía a los clientes habituales que paraban lo justo.

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"He intentado aguantar con el comercio abierto pero es imposible. Ayer a la noche ya se vio que el río iba a hacer de las suyas de nuevo". Y en esos momentos lo estaban haciendo, con el agua llegando a la ermita de Santa Cruz. "La respuesta de los vecinos está siendo una vez más increíble. Siempre hay manos y gente dispuesta a colaborar".

Daba fe de ello Patxi Bergara, de 57 años, el dueño de la tienda de bicis Ciclos Patxi. "Ante semejante amenaza no podía dejar las bicis en la tienda. Están todas repartidas en casas de amigos, conocidos y clientes". Bergara, calzado con sus botas katiuskas verdes, ha llegado a su negocio a las 7.30 horas. "Sé que ha llovido muchísimo y que es algo inusual, pero aquí llueve sobre mojado. Hace falta un mayor mantenimiento y limpiar a menudo el cauce", señalaba frente a su negocio.

El escenario que ofrecía el barrio guardaba cierta similitud con el que el que dejó a su paso la crecida del río el 6 de noviembre de 2011, cuando el agua inundó locales a casi un metro de altura. "La peor fue la del 83, pero esta vez también nos va a tocar limpiar a fondo", decía Nerea Sarasola, de 61 años, que veía con cierta impotencia cómo el agua comenzaba a filtrarse en la pescadería que regenta.

A unos metros de su establecimiento está el puente de Santa Cruz, por donde bajaba el río Leitzaran cargado de troncos enormes que los operarios trataban de retirar con una grúa lo más rápidamente posible. Los vecinos temían que el río pudiera desbordarse en esta zona. "Seguimos preocupadas por la situación, ahora sobre todo por la incertidumbre del efecto que puede provocar la subida de las temperaturas y el deshielo", ha informado a este periódico la alcaldesa del municipio, Maider Lainez.

"Si esta misma situación se hubiera producido durante la noche no sé qué habría pasado. La luz del día al menos da una referencia para plantear una actuación, pero lo malo es cuando crece el río de noche y no sabes lo que está pasando", comentaba junto a un técnico y un agente de la Guardia Municipal.