l alcohol se formó de manera espontánea hace miles de años. Ocurrió cuando las levaduras hacían fermentar las frutas no consumidas y estas eran mezcladas con agua. De este modo, surgió el aguamiel, la primera bebida energizante de la historia (y sin cafeína). Durante la guerra militar de 1936, el ejército del Gobierno Provisional de Euzkadi también proporcionó vino o licores a sus combatientes, quienes en sus días de libranza tomaban, asimismo, cerveza vizcaina, por ejemplo. No obstante, la bebida principal suministrada a los combatientes antifascistas fue el agua.

En aquella década, la alhóndiga de Bilbao almacenaba el vino y desde ahí se distribuía. En el momento en el que La Rioja quedó en manos de los sublevados contra la II República, la capital de Bizkaia buscó otros posibles suministradores. Según documentos de la época, fueron los puertos republicanos de Levante los que abastecieron a la villa. Hemeroteca consultada muestra que llegaron desde el Mediterráneo un total de dos millones y medio de litros de vino, así como medio millón de litros de coñac y “otros licores”.

El libro de Sanidad Militar del Gobierno Vasco muestra que los combatientes hospitalizados tenían una alimentación envidiable si lo comparamos con el racionamiento de la población. Además de los menús de calidad, se les daba casi medio litro de vino al día, mientras que sus compañeros en el frente recibían un cuarto.

“Desde Sanidad, sin embargo, abogaban por que toda bebida alcohólica se suprimiera. Queda claro, no obstante, que a pesar de la recomendación, la costumbre de beber alcohol estaba arraigada en la sociedad”, valora el investigador Aitor Miñambres, que durante estos días estrena el libro de memorias 366 días de combate por Euzkadi. 1936-1937. Juan Beistegi Ugalde, comandante del Batallón Loyola, editado por Sabino Arana Fundazioa.

La cerveza se tomaba en periodos de descanso. El Diario de la Tarde mostraba una realidad. Las personas que estaban en retaguardia la bebían y cuando llegaban los gudaris o milicianos a ella no había existencias. De ahí, por ejemplo, esta caricatura: “Pepe cuando iba a algún bar siempre tomaba una caña, y ahora se ha de conformar con Agua de Carabaña”.

Bilbao contaba con empresas de cerveza como La Salve (1886) y más adelante Oro (1912). Fuentes consultadas, aseguran que en el Estado durante la guerra y franquismo bajó un 40% la producción de esta bebida por escasez de cebada. De hecho, se señala a la madrileña El Águila (1900) como “la debilidad” de Franco, marca a la que apoyó en su autarquía.

En las poblaciones se solicitaban también las consideradas “bebidas espirituosas”, aquellas con contenido alcohólico procedentes de la destilación de materias primas agrícolas. En aquella Euzkadi eran habituales el coñac o el anís, “licores que ahora no son tan frecuentes”, diferencia Miñambres, director del Museo Memorial del Cinturón de Hierro de Berango. Con estos licores, los soldados pretendían “quitar el frío y dormir mejor”, a pesar de que ha quedado demostrado desde un punto de vista médico que no es eficaz, que se pierde calor al beber alcohol. La creencia existía. Y, por otra parte, lo tomaban como estimulante y con el fin de “quitar el miedo en el combate”.

Y ahí llega una curiosidad. La propaganda franquista difundió que los soldados vascos hacían uso de “una pócima mágica” a la que llamaron saltaparapetos o asaltaparapetos. “Hablaban -pormenoriza Miñambres- en realidad de una bebida de calidad mediocre”.

A juicio de los franquistas, el asaltaparapetos era un coñac. Así lo hacen saber en un capítulo titulado Los milicianos rojos estragados por el alcohol y el éter, en el libro La conquista de Vizcaya. A juicio del autor, “los prisioneros cogidos por nuestras tropas aparecen cansados y borrachos por el éter y el alcohol, y confirman que les dan una pócima para animarlos al ataque”.

Otra publicación continúa ahondando en la supuesta pócima. “Me refiero al coñac asaltaparapetos que con tanta prodigalidad era distribuido por las fuerzas rojas”. Y va más allá: “Una pócima alcohólica sin identificación posible, de una mixtura corrosiva y ardiente que tenía la rara cualidad de nublar los sentidos hasta adormecer toda sensibilidad intelectiva”.

De hecho, según el autor enfatizaba, sus soldados tuvieron ocasión de comprobar los efectos de aquel “infernal líquido que hacía de cada combatiente un terrible adversario”. Desde el periódico Euzkadi desmintieron aquel rumor, “un hecho verdaderamente inquietante”, valoran. “¿Qué significa asaltaparapetos?” E incluso, más adelante, el redactor que firma como Iker compara todo esto con la imaginación de Julio Verne, quien “imaginó los viajes por debajo del agua, ya lo ven ustedes: ¡Ha surgido el submarino! ¿Sobrevendrán las guerras alcohólicas también?”, ironiza en la sección Kili Kili del diario jeltzale.

A su juicio, los franquistas pensaban que “llevamos a un gudari a la línea de combate, y en vez de perder el tiempo haciéndoles comprender la necesidad de que moros, italianos, requetés y falangistas que están en las trincheras de enfrente no se apoderen de nuestro territorio, les hacemos beber un sorbito del mágico compuesto y el combatiente en proyecto, por pocas ganas que haya tenido de luchas hasta entonces, se revuelve furiosamente y decide: ¡A ver, que me echen la Reichswerth entera, que la diezmo!”.