unque el cine se ha empeñado en decir lo contrario -ahí están los ejemplos de Scabbers, Ratatouille e incluso Stuart Little-, lo cierto es que muy poca gente es capaz de apreciar a las ratas como a esa fiel mascota de compañía. De hecho, animales a priori más exóticos como las serpientes y las tarántulas y hasta los cerdos vietnamitas están mejor vistas que los roedores. Pero, aún conscientes de ser una minoría, hay un pequeño grupo en Euskadi, ahora unidos bajo la asociación Rattus, que acoge a estos mamíferos en sus hogares asegurando que son unos “animales sensibles, sociales y muy inteligentes”. Una imagen muy alejada de la que se suele tener de ellos, sucios en alcantarillas y buscando restos de comida entre la porquería, que, afirman, es fruto “del egoísmo humano” y de la falta de un protocolo para su control sanitario.

“Somos pocos y minoritarios, pero todos y cada uno de nosotros tenemos una experiencia maravillosa con nuestros animales. Son animales sensibles, sociales y muy inteligentes. Aprenden juegos y trucos con gran facilidad y entablan relaciones sociales con sus cuidadores. Son extraordinariamente limpios y requieren unos cuidados mínimos”. Estas declaraciones de Rubén Lanbarri, miembro de la asociación Rattus, no van dirigidas a lo que comúnmente se entiende por mascota. No habla de perros ni de gatos. Ni siquiera de aves, hámsters o incluso hurones. Se refiere a las ratas.

Sí, a esos pequeños roedores que deambulan por los vertederos en busca de alimento, que se apilan en las alcantarillas y que tienen fama de ir dejando un estela de enfermedad y suciedad a su paso. Una imagen y una fobia que según Lanbarri viene precedida por un gran desconocimiento sobre ellas: “Las ratas fueron vectores de enfermedades graves en el pasado, pero al igual que también lo fueron los perros y los gatos con la rabia, la toxoplasmosis o las rickettsias. Incluso, en el caso de los gatos, esta sigue siendo una realidad a día de hoy. Sin embargo, a base de un buen control sanitario, este riesgo se vuelve prácticamente inexistente”.

Así, con un buen lavado de cara y un protocolo correcto, asegura, cualquier rata puede transformarse en la fiel y querida mascota de la casa. Apta para todos los públicos. “Nos preocupa la existencia de colonias callejeras, sin control alguno, donde las pobres ratas, que no han elegido ese modo de vida, sobreviven malamente”, explica, al tiempo que pone una mirada celosa en la atención y el cariño que sí reciben los archienemigos de los roedores: los gatos.

“Creemos que ha llegado el momento de plantear y exigir que esa preocupación se haga extensiva a más especies”, reivindica. Y, para ello, apela a los protocolos conocidos como CER o CES que se aplican a las colonias felinas para su captura, desparacitación, esterilización y retorno al punto de caza. Asociaciones como esta se encargarían de la logística y los ayuntamientos dejarían de exterminarlas con venenos “que acaban haciendo más daño a los animales salvajes y al medio natural” a cambio de correr con los gastos.

Su importancia en las urbes

“No son transmisoras de enfermedades”

Visualizar una rata callejera como la mascota de una feliz familia no es nada fácil. De proponérselo a alguna, lo más posible es que se obtenga como respuesta un escalofrío y un “¡Qué asco! ¿Quieres que me contagie?”. “No son transmisoras, sino posibles transmisoras”, asegura Lanbarri, añadiendo además que todos los integrantes de la asociación cuentan con una y ninguno ha enfermado: “El animal que más y más graves enfermedades puede transmitir a un ser humano es otro ser humano. La pandemia del covid nos lo recuerda todos los días”.

En Europa hay dos especies silvestres de roedores: la negra y la parda. La primera vive en zonas menos humanizadas como bosques y campas, mientras que la segunda es la que convive con los seres humanos en los vertederos y las alcantarillas de las ciudades. Estas, “aunque están mal vistas”, juegan un papel importante en el desarrollo de las urbes, ya que convierten la basura orgánica en biomasa animal viva que si no fuese consumida se transformaría en biomasa bacteriana, generando unos gases, olores y riesgos mucho mayores. “En cierto sentido, juegan el mismo papel que los buitres en el monte. Creemos que solo por eso ya merecen más respeto”, añade.

Estos “amantes de las ratas” confían en conseguir que los roedores callejeros dejen la inmundicia y las cloacas por un trato más humano, llegando incluso a proponer un modelo de adopción similar al de los perros y los gatos y “un centro-santuario” para aquellas que no estén en condiciones de ser liberadas, donde “se les mantendría hasta que mueran de muerte natural o, si es estrictamente necesario por motivos humanitarios, sean eutanasiados”.

Conocer a las ratas es, aseguran, amarlas, por lo que quizás vaya siendo el momento de pensar en una nueva mascota. Una que lo más probable es que no te traiga la pelota o no te pida mimos al llegar a casa, pero que, al menos, no habrá que pasear en días de lluvia y frío o limpiarle sus excrementos cada dos por tres. Quizás todo sea ponerse a comparar.

“Son animales sensibles, sociales y muy inteligentes. Aprenden con gran facilidad”

Miembro de la asociación Rattus