Mari Luz Iglesias tiene 88 años pero, a pesar del tiempo transcurrido, recuerda con claridad lo que sucedió al anochecer de aquel 19 de agosto de 1957. Y es que es una de las personas que iba a bordo de la motora que hacía el recorrido desde la isla de Santa Clara hasta el puerto de Donostia y que ese día fue embestida por el yate Azor, que al parecer lo “había dejado en el puerto” y “se iba a por cebo, para que él pudiera pescar al día siguiente”.

Iglesias se encontraba en la pequeña embarcación junto a su por aquel entonces novio y un año más tarde marido, Jose Zumeta, que falleció hace unos años, volviendo de haber pasado la tarde en la isla. “Íbamos muy a menudo, nos gustaba”, recuerda. Era el último trayecto del día en el que volvían “casi todos” los que habían disfrutado de la jornada en Santa Clara. En ese último viaje era bastante habitual que se diera una vuelta extra al islote; si hacía buen tiempo, hacia Puntas; si no, por el interior, hacia Ondarreta. Aquel día “hacía muy bueno” y, por tanto, el barco se dirigió hacia Puntas. Iglesias se encontraba mirando en esa dirección, pero se dio cuenta de “la cara que estaban poniendo los que estaban enfrente”, por lo que se giró y vio “una mole que se acercaba a nosotros a una velocidad pasmosa”. Se trataba del Azor que chocó contra la motora y la partió en dos. “Me acuerdo del ruido que iba haciendo la madera al romperse; nos fuimos todos al fondo”, rememora Iglesias.

En esos momentos de angustia e incertidumbre, la gente intentaba “mantenerse derecha” y a flote como podía, ya que no todo el mundo sabía nadar. Iglesias narra que desde el yate tiraron salvavidas al mar y bengalas al aire “porque ya se había puesto bastante oscuro”. Sin embargo, ninguna de las personas a bordo de la gran embarcación saltó al agua a tratar de salvar a los pasajeros de la motora que intentaban mantenerse a flote, según recuerda esta donostiarra. Ella tuvo suerte y, además de saber nadar un poco, fue de las primeras en poder subir al barco, que sabían que era el yate del dictador, “porque lo comentaron, además”.

En medio de ese caos, en el que Iglesias quería saber dónde se encontraba su pareja (que fue de los últimos en subirse a la nave, porque se encontraba buscándola a ella en el agua), afirma que “en la cubierta estaban los cadáveres” de los fallecidos. “Estaban tumbados ahí. No me acuerdo cuántos había; igual tres o cuatro”. Según los datos que se han podido recabar sobre el suceso, hubo cinco muertos: José de Miguel, un guardia municipal de 39 años; Benito Amiano, de 38; María Andrea Dolores, de 26; Manuela Rozado, de 20, y José Ramón Rubial, un niño de nueve años.

Sin embargo, Iglesias comenta que “para mí, fueron seis personas las que se murieron, siempre hemos dicho eso”. Queda en el aire si el dato correcto es el que está corroborado hasta el momento o falta un sexto fallecido por documentar. También señala que cree que a la familia del policía municipal fallecido “le dieron 5.000 pesetas” de la época.

Mientras todavía se encontraban a bordo, esta donostiarra recuerda: “Uno de los marineros me dijo: No se preocupe señora, que ustedes van a recuperar todo”, en referencia a los objetos que se pudieran haber extraviado en el mar. Iglesias perdió sus zapatos, pero por suerte, pudo conservar las 200 pesetas que su suegra le había dado para que “le ingresara” ese importe en el banco. Una vez ubicados todos los supervivientes, los acercaron al puerto, “en lanchas”, no en el propio Azor; Iglesias no recuerda policías en todo ese proceso. Una vez en tierra, le llamó la atención que hubiera “bastante gente en el puerto”. Dos tías de su marido ya se encontraban allí, con una falda y calzado.

“Nosotros nos retiramos en seguida, no nos quedamos mucho tiempo”, relata Iglesias. Se dirigieron al Juzgado de Marina, situado por aquel entonces en la calle Miracruz, a comunicar los objetos extraviados, tal y como les indicaron en el yate. En teoría, para que hubiera constancia y se los pudieran devolver; en la práctica, muy probablemente, para conocer los nombres y apellidos, así como la dirección, de todos los allí presentes.

El albornoz, de vuelta

Esta hipótesis queda suficientemente confirmada, cuando, “dos o tres días” después, dos personas se presentaron en casa de Iglesias: “Me dejaron un albornoz blanco en el barco, nuevo, y fueron a casa a buscarlo”. No obstante, no recuerda que, ni esos “marineros” ni nadie les indicara mantenerse callados por el incidente. “No hacía falta que nos dijeran nada. Ya sabíamos que cuanto menos habláramos, era mejor”.

“No recuerdo que nos dijeran nada, pero sabíamos que, cuanto menos habláramos, mejor”

Tras el trágico suceso, nunca les devolvieron, como era de esperar, nada de lo perdido. Según el seguro, la motora “no llevaba las luces suficientes”, pero Iglesias insiste en que “sí llevaba luz”, porque “de la isla, la gente no salía a oscuras”.

“Me dejaron un albornoz blanco, muy nuevo y luego, a los dos o tres días, fueron a casa a buscarlo”

A pesar del secretismo detrás del acontecimiento, en Donostia se conocía lo ocurrido. “La gente lo sabía”, confirma Iglesias. Sin embargo, ni ella ni su marido era algo que contaran de puertas para afuera: “Mi marido era muy callado y no le gustaba que comentáramos nada; no por miedo, sino porque él era así, era su carácter”. Prueba de ello es que la gente con la que luego se han relacionado, amigos al sacar el tema años después y comentarles Iglesias y Zumeta que habían estado allí presentes, se sorprendían: “Si salía en la conversación, decían ah, ¿pero vosotros estabais?”, detalla esta donostiarra.

La dictadura intentó esconder este trágico suceso, fruto de la más que probable negligencia que suponía acercar una embarcación de semejantes características a esa parte de la bahía. Hubo una escueta nota emitida por el Ministerio de Gobernación, que compartieron las publicaciones de la época, como La Voz de España, El Diario Vasco o Unidad; también una esquela colectiva por parte del Ayuntamiento de Donostia. Por lo demás, silencio. “Se calló y no se dijo nada, y a seguir la vida de siempre”, resume Iglesias.

El choque

  • 19 de agosto de 1957. El suceso ocurrió sobre las 21.00 horas, cuando la motora que cubría el trayecto entre la isla de Santa Clara y el puerto de Donostia hacía el último viaje, dando la vuelta extra tan habitual en ese último recorrido.
  • Partida en dos. El yate ‘Azor’ de Franco, chocó contra la pequeña nave, al entrar en la bahía, supuestamente, para recoger cebo para la jornada de pesca del dictador al día siguiente. La partió en dos.
  • 28 pasajeros, cinco muertos. El incidente provocó cinco muertos confirmados a día de hoy entre los 28 pasajeros: José de Miguel, un guardia municipal de 39 años; Benito Amiano, de 38; María Andrea Dolores, de 26; Manuela Rozado, de 20, y José Ramón Rubial, un niño de nueve años.
  • ¿Sexto fallecido? Mari Luz Iglesias, una de las viajeras presentes en la motora, asegura que siempre han afirmado que “fueron seis personas” las que perecieron en el accidente.
  • 5.000 pesetas. Iglesias cree que a la familia del policía fallecido se le dio este importe tras su muerte.
  • Objetos perdidos. Desde el ‘Azor’, unos “marineros” les indicaron que fueran al Juzgado de Marina a comunicar las pertenencias extraviadas para su futura devolución. En realidad, probablemente necesitaran la identificación con nombres, apellidos y dirección de los allí presentes.
  • Silencio. Las únicas comunicaciones de las autoridades fueron una escueta nota del Ministerio de Gobernación y una esquela colectiva del Ayuntamiento de Donostia.