- Vivir los efectos más duros de la pandemia del coronavirus de cerca, muy de cerca, deja huella. En las residencias nuestros mayores lo han pasado mal también en lo emocional.

Virginia Oliván es psicóloga del centro Fraisoro de Matia Fundazioa y comparte con NOTICIAS DE GIPUZKOA la experiencia acumulada en estos largos meses, casi un año, de covid.

Visitas restringidas, nervios en el entorno, miedo...¿de qué manera ha afectado esta situación a las personas mayores en las residencias?

-Uno de los factores que más afecta a las personas mayores que viven en el centro es no poder ver a sus familias. Ha sido muy duro y muy complicado de gestionar. Aunque hagamos vídeo llamadas y tratemos de paliar esa ausencia de distintas maneras, no es lo mismo, porque sabemos que no podemos suplir el contacto físico y el abrazo a través de una pantalla. Hay que tener en cuenta que nuestra filosofía es el modelo de atención de todas las personas, donde las familias son partícipes de la vida de la casa y pueden seguir acompañando a su familiar en todo momento en horario de visita. Pueden pasear, entrar en las habitaciones,quedarse a comer con ellos... Se trata de que las personas que viven aquí sientan que este es su hogar y ha sido muy duro que las familias no pudieran entrar.

No es la única limitación.

-Otra de las cuestiones derivadas de la pandemia es que se ha reducido la movilidad de las personas que viven aquí dentro de su propia casa, porque esta es su casa. Personas que han podido perder relación con otras que viven en distintas plantas, porque con la sectorización tenían que estar cada uno en su planta. Esto es como una comunidad de vecinos y hay gente que ha estado mucho tiempo sin verse. Dentro de cada planta y de cada unidad también hemos tenido que hacer cambios de mesa o de habitación en función de las necesidades que iban surgiendo: cuarentenas, protocolos... Siempre se ha intentado respetar las preferencias, pero ha sido complicado.

Demasiados cambios.

-Sí. Además vernos a nosotras trabajar con los EPI, la mascarilla, la pantalla... La comunicación ha sido difícil. Yo creo que ha podido haber personas que se han sentido más aisladas y menos escuchadas. Aunque lo hayamos tratado de compensar con acompañamiento más físico, no es lo mismo. Se ha notado un sentimiento de soledad que es muy difícil de paliar. Aunque hemos estado acompañando a las personas que viven aquí, somos conscientes de que no podemos sustituir a las familias y los sentimientos que generan. Solo lo podemos paliar hasta cierto punto.

¿Cuál es la percepción de la realidad en el exterior de las personas que se hallan en las residencias?

-Esta ha sido también la pandemia del miedo. Pero es verdad que cara a la sociedad tenemos un concepto erróneo de las personas mayores en esta crisis. Casi siempre pensamos en ellos en términos de vulnerabilidad, con connotaciones negativas, cuando en esta crisis sanitaria todos hemos sido vulnerables, todos hemos estado desprotegidos de alguna forma. Las personas que han vivido aquí han sentido miedo, se han enfrentado a la incertidumbre igual que el resto. Pero si algo hemos aprendido es que ellos por su experiencia de vida tienen como más recursos para afrontar situaciones difíciles. En Matia con el modelo ACP (Atención Centrada en la Persona) la mirada se dirige siempre hacia las personas. Y nos centramos en ellas en su globalidad, mirando a sus fortalezas y no solo a sus deficiencias. Al final, el miedo se gestiona hablando, compartiendo, escuchando. Muchas veces ellos nos han consolado a nosotras.

Un empeño conjunto.

-Sí, todo se ha gestionado sintiendo que todos formamos parte de una unidad, que todos somos partícipes en esta casa y que todos trabajamos en equipo por un fin común: estar lo mejor posible.

¿Cómo se gestiona la información?

-Hay gente de la que vive aquí que sigue las noticias todos los días y que sabía en todo momento lo que estaba pasando. Pero hay personas que por sus características tienen una percepción de la realidad diferente y no llegan a comprender exactamente qué es lo que pasa y porqué no pueden venir sus familiares. Las profesionales de atención directa, las auxiliares, han realizado un trabajo excepcional en este sentido, conociendo y reconociendo a cada persona que acompañan y proporcionando a cada una los apoyos que necesitan. El personal de atención directa ha hecho un trabajo espectacular. Aquí son unidades pequeñas y se rota lo menos posible, les conocen muchísimo y eso ha sido muy bueno, ha jugado a nuestro favor.

¿De qué manera ha afectado la situación al trabajo de las profesionales y a su estado anímico?

-Las profesionales, como toda la sociedad, estamos cansadas. Está siendo muy largo, hemos tenido que gestionar procesos emocionales para los que no estábamos preparados. Hemos tenido que trabajar con los EPI, adaptarnos a los cambios de protocolos, trabajar con la incertidumbre, con lo desconocido... Hemos trabajado con miedo, con ese exceso de responsabilidad, con miedo a traer el virus a esta casa. Parece que esta pandemia genera muchos sentimientos de culpa. Nuestra vida ha sido del trabajo a casa y de casa al trabajo, cuidándonos para que la gente que está aquí estuviera bien. Sí que estamos cansadas.

¿Todo es mucho más complicado?

-Con nuestro modelo de atención esta pandemia ha sido un varapalo. Volver a trabajar con protocolos sanitarios muy rígidos. Entendemos que tiene que ser así, pero es muy difícil.

Nadie estaba preparado.

-No teníamos precedente.

Los protocolos de la Diputación habrán ayudado, pero ustedes también habrán tenido que adaptarse de un día para otro.

-Sí. Hemos tenido protocolos de Diputación y de Osakidetza, pero cada día nos hemos tenido que ir adaptando, estar al tanto de lo que pasaba. Al principio pensábamos que todo pasaría en un corto espacio de tiempo, que tras el confinamiento iría a mejor. ¡Madre mía!

¿Cómo se puede preparar un profesional para hacer frente a esto?

-Nadie estaba preparado y una de las cosas que hemos aprendido es a trabajar con la incertidumbre y a centrarnos en el día a día. Para afrontar la crisis nos hemos preparado desde distintos frentes. En los centros de Fundación Matia hemos tenido bastante ayuda. Raquel Lázaro, que es nuestra directora de Cultura y Desarrollo de Liderazgo, estuvo con nosotras, realizando grupos, viendo cómo compartir lo que estaba pasando y cómo nos sentíamos. Sentirnos reconocidas y parte de una visión común nos ha ayudado mucho. También nos han ofrecido herramientas para gestionar nuestros procesos internos y hemos podido hacer un curso de gestión de estrés continuado de EMDS, para ayudarnos a bajar el nivel de ansiedad emocional.

¿Cuáles son los principales cuadros o problemas que han presentado las personas que viven en las residencias?

-El principal sentimiento ha sido el de soledad, porque ha habido una ruptura evidente de vínculos. Aquí, además de las familias, venían voluntarios etc. Es un centro abierto, donde todo el mundo puede entrar, que tiene mucha relación con la comunidad. Venían ikastolas, grupos a cantar... De repente todo eso se corta. Ha habido mucho sentimiento de soledad, mucha tristeza, mucho de no entender la situación por estar alejado de las personas que quieres. Hay personas que son muy activas, que salían y bajaban al pueblo y no lo pueden hacer. Paseaban por la casa y lo han tenido que dejar que hacer, sobre todo al principio. Es muy complicado.

¿Les ha tocado a ustedes atender, apoyar y reforzar a las familias?

-Sí. Desde el principio, como conocíamos mucho a las familias, intentamos que se sintieran lo más informadas posible, tratando de transmitir mensajes de calma y siendo honestos. Siempre hemos explicado que si había un positivo se iba a comunicar, si había que hacer un cambio de habitación se iba a comunicar... Hemos intentado mantener la confianza que tienen en nosotros.

Pero la información iba en su contra.

-Lo cierto es que las noticias no nos han ayudado mucho. Las familias que siempre se han podido mover libremente de repente ven que se cierra todo, que no pueden venir. Empiezan a aparecer noticias, sobre todo aquellas primeras de Madrid, con lo que pasaba en las residencias. Entendemos perfectamente la situación familiar, nos ponemos en su lugar. Es muy duro no poder ver a tu madre y escuchar todo lo que está pasando en otras residencias. Fue horrible, en aquella primera ola fue terrible.

¿Las familias tienen un papel clave para que sus seres queridos estén mejor anímicamente?

-Por supuesto. Las familias han sido y son parte fundamental de las personas que viven aquí. Eso es basico. Es inconcebible que no puedan participar en la vida de sus familiares aunque no puedan venir. Se han hecho vídeo llamadas, nuestros teléfonos han estado siempre abiertos para cualquier duda, hemos creado canales de comunicación alternativos como el WhatsAapp... Si vemos que alguien tenía necesidad de algo o un capricho, lo pedíamos a la familia y lo traía, desde ropa que necesitaba a jamón ibérico. Es la forma de mantener el vínculo, de seguir participando en la vida de tu madre o tu padre.

¿Su apoyo para ustedes ha sido también fundamental?

-Las familias nos han apoyado muchísimo. Cuando llamaban nos preguntaban siempre cómo estábamos, cómo lo llevábamos. Nos han apoyado mucho y nos han transmitido muchos mensajes de ánimo.

Ha llegado la vacuna pero los protocolos se mantienen por un tiempo. ¿Cómo se lleva?

-Esperamos que sea el principio del fin. Pero sabemos que se necesita tiempo para revertir esta situación. Ya no somos tan ilusos como en marzo. Una de las cosas que más nos frustra son esas imágenes de fiestas sin medidas de seguridad, y pensar que para ver a tu madre tienes que pedir hora o que las personas de aquí no puedan salir. Cuando la población en general empiece a vacunarse, tenemos esperanza de que esto vaya cambiando poco a poco.

¿Cómo se plantea el trabajo a corto y medio plazo?

-Nosotros seguimos los protocolos que nos van marcando desde Diputación y Osakidetza. Estamos esperando. Si algo ha quedado sobre la mesa en esta pandemia es que el modelo tradicional de cuidados a largo plazo debe cambiar. Tenemos que dejar de crear centros gerontológicos para crear casas que las personas que vivan en ellas las identifiquen como tales: con unidades pequeñas de convivencia, con personal estable, donde puedan hacer sus cosas, donde puedan estar la familia, donde se les reconozca por lo que son y no solo por sus deficiencias. Que la mirada esté puesta en ellos, que se sientan reconocidos, que puedan mantener sus rutinas de vida. Hay que apostar por modelos como el ACP y poner recursos para ello.

¿Así la gestión ante una posible crisis sanitaria a futuro sería más fácil?

-Claro. Con unidades pequeñas y espacios personalizados. No es lo mismo tener que hacer una cuarentena de diez días en una habitación homogénea en la que no tienes nada tuyo, a tener tu habitación con tu colcha y tus fotos, como la de tu casa. Que conozcan lo que necesitas, que te atienda siempre la gente que te conoce.

¿El reconocimiento de la sociedad les ha ayudado a seguir adelante?

-No solo el reconocimiento, sino la posibilidad de poner sobre la mesa un cambio de modelo, pensar que esto puede ser diferente. Las profesionales de atención directa, los equipos técnicos y todos los involucrados en la atención se tienen que sentir reconocidos y valorados porque el trabajo que realizamos es muy importante: acompañamos vidas.

"Si algo hemos aprendido es que por su experiencia de vida cuentan con muchos recursos para afrontar situaciones difíciles"

"Ha quedado claro con esta pandemia que el modelo tradicional de cuidados a largo plazo debe cambiar, crear casas en vez de centros"