o que para unos es mierda pura, para otros es un tesoro reconocido. Abono natural, orgánico. Un activo a efectos contables. El mundo rural, el caserío y los productores de leche y carne de vacuno de la cornisa cantábrica en particular viven días de tensión y cierta convulsión ante un proyecto de Real Decreto que podría poner en jaque la subsistencia de varias explotaciones ganaderas. Unas 200 en Gipuzkoa. Varios sindicatos agrarios ya han puesto el grito en el cielo.

No hablamos de ganadería extensiva, de macrogranjas, que son las responsables de la mayor parte de emisiones de amoniaco a la atmósfera en el sector ganadero. Es la contaminación de esas grandes granjas la que quieren reducir Europa y España, pero los afectados en este caso serían caseríos, explotaciones de carácter familiar, vinculadas al territorio y con un importante valor añadido en Euskadi. Kilómetro cero. Confianza. Todo ello, en cuestión por un decreto en ciernes.

La imagen puede resultar desagradable, pero es importante visualizarla para entender el problema: una parrilla o rendija debajo del ganado, una especie de alcantarilla. Por allí se van todos los desechos, cacas y pises de los animales; y también el agua con el que se limpian las cuadras. Todo ello, una pasta semilíquida de desechos naturales, compone el purín. Su estado, semilíquido, lo diferencia del estiércol, mierda pura con la que se abonan los campos desde tiempos ancestrales. Oro.

Este abono natural, orgánico, es el que priorizan las autoridades para el abono de nuestros campos, en vez de productos químicos (inorgánicos) elaborados a base de decenas de componentes. Pues bien, lo que está en cuestión, lo que quiere prohibir el artículo 11 del Real Decreto (en proyecto aún), es la forma de aplicar ese purín, un método al que se ven abocados nuestros ganaderos…

La difícil orografía y las fuertes pendientes hacen imposible la entrada de maquinaria a muchas fincas guipuzcoanas, por lo que en varias de ellas el abonado se ejecuta desde el camino de acceso mediante el sistema de cañón; y cuando el terreno lo permite y puede entrar el tractor, el abonado se ejecuta mediante el sistema de abanico. En ambos casos, el purín se esparce en el aire antes de caer al suelo y es ahí, en suspensión, cuando desprende parte del amoniaco a la atmósfera.

Lo que quieren Europa y el Gobierno español, encargado de trasponer la directiva comunitaria, es que ese purín, ese tesoro, se aplique mediante otras técnicas sobre la misma tierra; que se inyecte dentro, si puede ser, para reducir la emisión de amoniaco al mínimo. ¿Pero es posible esto en terrenos con pendientes? La respuesta es no, según explican fuentes ganaderas. En la práctica, al menos.

La maquinaria necesaria para esa aplicación del purín menos agresiva con el medio ambiente, además de costosa, es muy pesada, y hace difícil, si no imposible, el poder acceder a determinadas parcelas. Esa maquinaria específica está pensada para sitios llanos, para la meseta, por ejemplo. Es decir, no vale para muchas explotaciones guipuzcoanas, vascas y de toda la cornisa cantábrica, donde haría inviable la propia actividad en muchos de los casos. Precisamente, estas explotaciones pequeñas que operan en esta zona son el menor de los problemas en cuanto a emisiones de amoniaco. Para entendernos, el pedo de una vaca en un mundo donde cualquier otra actividad contamina más.

¿Qué tienen que hacer los ganaderos vascos? ¿Abandonar? ¿Gastar dinero en abonos inorgánicos, químicos, y luego pagar también por deshacerse el purín que generan sus vacas? ¿Echar a la basura ese tesoro reconocido?

Varias organizaciones agrarias han levantado la voz, entre ellas el sindicato Enba (Euskal Nekazarien Batasuna), junto a UAGN, Asaja Cantabria, Asaja Asturias y Asaga. Todas ellas han presentado alegaciones de forma conjunta y confían en que puedan ser tenidas en cuenta. “Hemos pedido que a partir de una pendiente del 12%, de un modo razonado, se contemple una excepción”, asegura el secretario general de Enba, Xabier Iraola.

Creen que una medida así, si no establece excepciones, podría suponer la deslocalización de las explotaciones de leche especialmente -quizá también de carne de vacuno-, hacia zonas llanas, menos montañosas. Y posteriormente provocaría, a la larga, la deslocalización de la industria transformadora. Para entendernos, ¿qué pinta Iparlat en Urnieta si deja de tener productores de leche en Euskadi?

La polémica puede resultar difícil de entender sobre el asfalto de ciudades y pueblos, pero afecta al día a día de quienes viven de su ganado en nuestros montes, fuertemente condicionados por la difícil orografía y una climatología con abundantes precipitaciones que, en definitiva, se traduce en un purín más líquido (en torno al 90%) y de aplicación más regulada en este decreto que aún está en proyecto.

Todo ello, en aras de una “nutrición sostenible de suelos agrarios, dentro de la estrategia española De la granja a la mesa, activada por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. El objetivo es reducir un 30% las emisiones de amoniaco a la atmósfera. Pero, ¿es necesario que reduzca un 30% quien contamina 100 y otro 30% también el que contamina 1? “Muchas veces se cuenta lo que contamina un sector, pero no se tiene en cuenta lo que mitiga, con sus prados y bosques”, aseguran los ganaderos.

De hecho, los datos indican que el sector primario, la agricultura, ganadería y pesca, en su conjunto, provocan el 3% de todas las emisiones a la atmósfera en Euskadi; mientras que el transporte emite un 34%, un 31% la industria si se tiene en cuenta la energía que consume, y un 17% el ámbito residencial y de servicios si se tiene en cuenta también la energía consumida.

Lo que está claro es que vienen nuevos tiempos para el sector primario. Porque otra de las novedades, de la que “no nos libra ni Dios”, admiten fuentes del sector, es el diagnóstico de las tierras. Es decir, los ganaderos y agricultores deberán rascarse el bolsillo para efectuar análisis químicos de sus terrenos y así sabrán qué compuesto necesita cada suelo para un estado óptimo y también cuáles tiene en exceso.

El artículo 5 de ese mismo decreto en proyecto establece la “obligación de registrar las operaciones de aporte de nutrientes y materia orgánica al suelo agrario y de agua de riego en el cuaderno de explotación”. Y obliga a consignar valores como el PH, la conductividad eléctrica, nutrientes, nitrógeno, fósforo, potasio, calcio, magnesio y metales pesados como el cadmio, cobre, níquel, plomo, zinc, mercurio y cromo.

Según alegan los propios sindicatos agrarios firmantes, “la complejidad y coste de los análisis a realizar hacen inviable la práctica agrícola”. Los agricultores se preguntan, además, si eso no les conduce a abandonar los abonos orgánicos y recurrir a soluciones químicas, a la carta, para cada terreno. Pero tendrán que apechugar.

La normativa pretende reducir las emisiones de amoniaco en las macrogranjas, pero podría llevar a la ruina a pequeños productores de cercanía

El sector primario en conjunto es responsable del 3% de las emisiones a la atmósfera en la CAV. Un 34% el transporte, 31% la industria y 17% los hogares

Varios sindicatos agrarios de la cornisa cantábrica, entre ellos Enba, alzan la voz y piden aplicar excepciones en zonas montañosas