articipaba este lunes, de manera virtual, en la sesión de nuestra Real Academia de Ciencias Veterinarias, en la que el Dr. Félix Acosta Arbelo, de la Facultad de Veterinaria de Las Palmas de Gran Canaria, disertaba sobre la ciguatera, que en Canarias ha pasado de ser una enfermedad exótica a endémica. Se trata de una intoxicación alimentaria por consumo de pescado ya conocida por los grandes navegantes por el Pacífico e Índico del siglo XV. Juan Sebastián Elcano seguramente falleció, en 1526, a causa de esta intoxicación al consumir un gran pez, probablemente barracuda “con dientes como de perro”, según relata Andrés de Urdaneta y Cerain, añadiendo el marinero Juan de Mazuecos que “murieron también todos los hombres principales que comían con él, casi en tiempo de 40 días”. El nombre de ciguatera lo debemos al naturalista portugués, afincado en Cuba, Antonio Parra Callado (Tavira, 1739), autor de un catálogo de especies animales, la mayoría peces del Caribe. En su obra dedicó un acápite a la ciguatera, al parecer el primero que se publicaba sobre esa toxicosis, describiendo los síntomas y remedios empíricos que se empleaban para curarla. Según Parra -que la padeció junto con su familia-, algunos de ellos eran especulativos e ineficientes, mientras otros resultaban efectivos, como el zumo de limón. Resulta curioso que todavía la medicina popular siga empleando este último remedio contra esta intoxicación.

En la actualidad conocemos a fondo la ciguatoxina y su mecanismo de acción, incluso los tres tipos diferentes que existen: del Índico, del Caribe y del Pacífico. Sabíamos de su existencia en la zona tropical, entre los paralelos 35ºN y 35ºS, y hemos comprobado que, a consecuencia del incremento de la temperatura del agua, se ha ampliado su zona de actividad a cinco grados norte y sur y que, esporádicamente, se han descrito algunos casos en el Mediterráneo, sospechando que se trata de peces migratorios.

El origen de las toxinas se encuentra en unas microalgas dinoflageladas bentónicas -están en el fondo marino-, denominadas Gambierdiscus toxicus, que son ingeridas por peces y mariscos y se acumulan en sus vísceras y músculos. Igual que ocurre en otros órdenes de la vida, el pez grande se come al chico y, a modo de venganza de Moctezuma, los peces más grandes terminan conteniendo mayor cantidad de toxina. Por lo tanto, son más peligrosos. Además, las ciguatoxinas son termoestables, por lo que no se eliminan al cocinarlas, ni tampoco es efectiva la congelación, el salado, el ahumado ni la depuración. Además, las toxinas son incoloras, inodoras e insípidas, lo que dificulta su detección en los alimentos.

Los síntomas asociados al consumo accidental de especies con altos niveles de ciguatoxina son problemas gastrointestinales, cardiovasculares, dermatológicos y neurológicos que pueden aparecer al poco de consumirlos o hasta tres días después y durar desde unas horas a décadas. No es cosa baladí.

Los primeros casos descritos en Gran Canaria, en 2004, lo fueron gracias a la intervención de un internista cubano del hospital de la isla que atendió a pacientes que habían ingerido pescado de gran porte procedente de la pesca deportiva. En Tenerife, en 2008, hubo un brote que afectó a 28 personas y el pescado procedía de lonja. Entre 2008 y 2014 se detectaron en España once brotes autóctonos de intoxicación por ciguatera (todos ellos en Canarias), afectando a 96 personas. A estos datos hay que añadir tres últimas intoxicaciones registradas a fines de 2016 en Tenerife y La Palma.

El tratamiento es sintomático y paliativo. Se calculan unos 50.000 casos al año con un bajo índice de mortalidad, pero sólo se diagnostican entre el 2 y el 10% y no existen test específicos para buscar la toxina. Se ha detectado la toxina en más de 400 especies de peces, entre ellas el mero, pez limón o medregal, morena, pejerey y otros de consumo habitual en la Macaronesia y el Caribe, especialmente, insistimos, en los de mayor peso y tamaño, recomendación válida también para evitar el mercurio y otros metales pesados.

Las medidas preventivas se basan en adquirir el pescado por los canales habituales, lonja y pescadería, no directamente a un pescador deportivo. Hay zonas prohibidas para la pesca con destino al consumo humano. Evitar comer la cabeza o vísceras, así como los grandes ejemplares. La ciguatoxina se puede transmitir por la leche materna y en las relaciones sexuales sin protección. La ingesta de alcohol, otros pescados o frutos secos se relacionan con la posibilidad de que los síntomas sean más recurrentes.

La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) financia el proyecto EuroCigua (Risk characterization of Ciguatera Food Poisoning in the EU), que está coordinado por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, con el objetivo de determinar la incidencia de ciguatera en Europa y caracterizar el riesgo desarrollando métodos analíticos para la detección de la presencia de especímenes contaminados por ciguatoxinas. Y el Gobierno canario desarrolla campañas de concienciación en cofradías de pescadores, mercados minoristas y pescadores deportivos, sensibilizando a la población. También otras administraciones europeas están concienciadas con el problema.

Mientras tanto, nosotros seguiremos confiando en nuestra pescadería de confianza y consumiendo producto local y de temporada.