- Los franciscanos han cuidado y gestionado el santuario de Arantzazu durante siglos, al menos desde 1501, reformándolo cuando ha sido preciso y levantándolo después de los tres incendios que ha sufrido a lo largo de su historia. Trabajos, todos ellos, que han estrechado lazos entre la congregación religiosa y el pueblo, ya que han sido necesarias las aportaciones económicas de frailes y ciudadanos. Siempre cerca los unos de los otros.

La gran aportación de los franciscanos a este espacio sagrado ha sido la de convertir la pequeña ermita en la que, desde su aparición en 1469, se venera a a virgen de Arantzazu, patrona de Gipuzkoa, en un gran santuario de gran valor arquitectónico, artístico y cultural. La basílica actual, en la que trabajaron artistas de renombre, se construyó en la década de 1950. No se puede entender este lugar sin los franciscanos. Sin ellos, nada habría sido igual.

En su concepción del mundo, los franciscanos han logrado crear a su alrededor, y así se les ha reconocido históricamente, un mundo más humano, atrayendo durante décadas a peregrinos, montañeros, amantes de la naturaleza, la cultura y personas de diferentes ámbitos y estratos que han encontrado allí refugio.

Se han renovado, reinventado, y en las últimas décadas han atraído proyectos como la Artzain Eskola de Gomiztegi, el espacio de reflexión y área de conferencias Gandiaga Topagunea, la renovación de la hospedería, el parketxe o casa de la naturaleza, y crearon hace unos años, conscientes del reto de supervivencia al que iban a tener que enfrentarse, la Sociedad de Amigos de Arantzazu. Siempre en colaboración con la sociedad y las instituciones. Activando ahora este proyecto, “los franciscanos siguen mostrando su compromiso profundo hacia la sociedad”, en colaboración con agentes sociales e instituciones, reconocen sus impulsores.