e refiero al informe de seroprevalencia del COVID-19 elaborado por el Instituto de Salud Carlos III, con la colaboración de muchos profesionales y de 60.897 voluntarios de toda España, de los que 2.830 eran vascos. De media, el 5% de la población española tiene anticuerpos IgG anti-SARS-CoV-2, muy similar en hombres y mujeres, mientras que esa proporción desciende en Euskadi al 4%. Curiosamente, donde se dan los porcentajes más altos por provincias es en Soria, 14,2%; Cuenca, 13,5; Segovia, 12,6; Albacete, 11,6; Madrid, 11,3; Ciudad Real, 11,1; y Guadalajara, 10,9. Las provincias con menor porcentaje son Ceuta con 1,1%; Las Palmas y Murcia, 1,4; Huelva, 1,5; Tarragona, 1,6; Cádiz, 1,7; Almería, Asturias y A Coruña, 1,8; y Melilla, 1,9. Estos datos, procedentes del test rápido, tienen cierta relación con el número de enfermos del COVID-19.

La inmunidad del rebaño se produce cuando hay un número suficiente de individuos, el 60%, que está protegido contra una infección y actúan como una barrera e impiden que el virus alcance a aquellos que todavía podrían contagiarse. En realidad, esto es lo que se consigue cuando la gente ha enfermado o vacunado. Ignoramos la duración de esa inmunidad. Pero el confinamiento ha funcionado. Si el virus hubiera seguido circulando libremente, la cifra hubiera sido mucho mayor y el colapso sanitario hubiera sido tremendo.

Otra información de interés que se desprende es el de la tasa de letalidad por infectado del virus que, calculando un número de 27.000 muertes (probablemente sean más), se sitúa en el 1,1%, muy baja y circunscrita, mayoritariamente, a personas mayores y con patologías asociadas. Hace unos días, un amigo me preguntaba el motivo por el que no se desglosaba el género de los fallecidos. Lo ignoro.

No nos olvidemos de Joaquín y Alberto, del vertedero de Zaldibar, ni de comprar producto local de nuestros baserritarras, esenciales para nuestra diaria subsistencia. Doctor en Veterinaria