l referirnos al método científico, decíamos que lleva su tiempo, y que jamás en la historia de la ciencia ha habido tanto conocimiento sobre un virus a los dos meses de haberse descubierto. Ahora debo matizar que, por la urgencia del tema, algunos de esos trabajos se han publicado sin pasar los controles de calidad habituales y que, por lo tanto, no deben ser considerados concluyentes, ni guiar la práctica clínica, ni ser comunicados en los medios como información verificada. De hecho, varios de estos artículos exprés han tenido que retirarse porque contenían errores. Son consecuencias de vivir una pandemia en tiempo real, a lo Ferreras. Y a esa ebullición debemos añadir las redes sociales.

Los coronavirus tienen su reservorio en los murciélagos. Hay referencias anteriores comprobadas. Pero en este caso se ignora la especie intermediaria. Un estudio de la Universidad de Pekín apuntaba a dos serpientes, ambas presentes de forma habitual en los mercados de animales vivos en China. Más tarde, quedaron absueltas. Se las seguirán comiendo, me imagino.

Los pangolines son unos simpáticos mamíferos con grandes escamas. Es una especie protegida por estar en peligro de extinción, víctima del tráfico ilegal. Su carne se considera una exquisitez y sus escamas se emplean en la medicina tradicional. En el resto del mundo, nadie conocía al pangolín. Un primer trabajo, publicado el 17 de febrero de la Universidad Agrícola del Sur de China, concluía que habría sido el intermediario entre murciélagos y humanos. Y se hizo famoso. Pero le duró poco tiempo. Otro trabajo más exhaustivo de la Universidad de Bioingeniería de Wuhan concluye que el nuevo betacoronavirus SARS-CoV-2 no proviene de los pangolines sino de otra especie animal sin determinar. De momento, se libra. Veremos si de la extinción. No nos olvidemos de Joaquín y Alberto, del vertedero de Zaldibar. Y acordarse de comprar producto local.

Doctor en Veterinaria