o recibí una educación versallesca. En Sánchez Toca y en Mundaiz, intentaron formarme. Educarme, en casa, como debe ser. Con relativo éxito. No ingresé en la Escuela Diplomática por las mismas razones genéticas que no hice arquitectura. Hay dotes que se traen en los genes. Creo que Urkullu es maestro. Parece educado en Versalles y pertenecer a la carrera. Tanto confinamiento está comenzando a cuestionar la gestión monclovita de la crisis de la COVID-19. Primero fueron mis amigos Ramón, sesudo analista, y Virginia, observadora implacable con conocimiento de causa. Feroces y racionales críticos. Rebatía sus argumentos, acabando casi siempre touché. Según el último estudio sociológico cocinado por una persona de Moncloa, la población acusa al Ejecutivo de falta de reflejos y anticipación ante lo evidente, hasta el 10 de febrero. Parece que no son accesibles las comparecencias de Simón hasta el 8-M. Había que salvar la manifa, aun a costa de algunas expresiones impropias de su titulación y capacidad. Ese virus es muy machirulo y patriarcal. Estaba en juego la libertad de expresión. También hubo partidos de fútbol y hasta hubo una concentración ultra.

La aplicación del 155 sanitario en aras de una pretendida eficacia, admitida con elegante indignación por Urkullu, ocasiona, por falta de agilidad de la Administración central, que los test y el material de protección se demoren más de tres semanas en llegar a Euskadi y lo que llega debamos devolverlo por defectos. En consecuencia, la pandemia no se gestiona con la rapidez y eficacia a las que nos tiene acostumbrados Osakidetza que, además, aguanta un chaparrón del que sus gestores no son responsables. Para distraer al aburrido personal, los militares hacen la competencia desleal a las empresas de limpieza y desinfección afectadas por ERTE. Cerremos la tapa de la caja. Tiempo habrá para la crítica.