En una pregunta parlamentaria dirigida a Pedro Sánchez el pasado miércoles en torno al llamado escudo social, la diputada Mertxe Aizpurua subrayó que la apocalipsis social y económica vaticinada por la derecha no se ha producido. No le faltaba razón, ya que parece obvio que tanto los diagnósticos como las intervenciones hiperbólicas de las gentes de Feijóo, Abascal y compañía responden más al panorama que necesitan encontrarse -y por ello dibujan con insistencia- para una victoria electoral, que a la realidad. Y es que, pese a las innegables dificultades, los datos objetivos desmienten con tozudez que nos encontremos al borde del abismo. La certera afirmación de la política de Usurbil choca, sin embargo, con la actuación de sus correligionarios de la Comunidad Autónoma Vasca, quienes no paran de plantear con insistencia un panorama catastrófico, incluso en áreas en las que superamos ampliamente los ratios de bienestar que, por lo visto, a ellos no les parecen tan malos en otras latitudes. La verdad es que a veces resulta difícil discernir si, entre la docilidad de allá y la implacabilidad de aquí, nos encontramos ante la misma coalición. Cierto es que se trata de situaciones diferentes; también que el hecho de que aquí estén disputando la hegemonía electoral al partido mayoritario permite tácticas y estrategias más vehementes, pero sería deseable que todo ello se realizara tratando de mantener mayores dosis de coherencia. Reconozcamos que no hay fuerza política que, desde la oposición, escape a la tentación de describir panoramas horrendos y de augurar futuros dantescos de no producirse un vuelco electoral. Lo estamos viendo de nuevo en esta campaña, en la que partidos que ponen en marcha actuaciones en municipios donde gobiernan, las critican allá donde no lo hacen, aunque estos estén a pocos kilómetros de distancia. Es innegable que proceder de tal manera da en ocasiones sus frutos, pero no modular las críticas, produce en no pocas ocasiones efectos no deseados. Me lo comentaba un veterano militante madrileño de izquierdas en mayo de 2021. Aun compartiendo infinidades de críticas vertidas contra Ayuso, una parte significativa de la ciudadanía la votó porque se sentía incómoda con el panorama apocalíptico que se dibujaba sobre una comunidad en la que, a pesar de todo, viven a gusto. Con todo, la oposición más extraña que emerge en este tipo de campañas es la de aquellos partidos que, siendo aún socios en los gobiernos municipales, forales y autonómicos (también en el central), pretenden que súbitamente ignoremos tal circunstancia. Más que extraña, resulta patética por poco creíble; también por ineficaz: no hay voto que se gane con tal proceder. Refleja además cierta desesperación de quien así actúa, máxime si se tiene en cuenta que, si dan los números, volverán a gobernar con quienes ahora les parecen pésimos gestores, amén de merecedores de fuertes descalificaciones. Pensarán que las campañas lo aguantan todo, que ya echarán luego los pelillos a la mar. Pero el tema deja huella, vaya si la deja.