ste año la conmemoración del bombardeo de Gernika ha tenido una muy especial trascendencia por varios motivos.

Tras la referencia que el presidente ucraniano Zelenski hiciera a Gernika en su intervención ante de las Cortes, una representación de la embajada de este país en España ha sido invitada por el lehendakari a participar en los actos del aniversario. La visita no podía haber sido más oportuna ni estar más llena de significado. De esta manera el valor de Gernika como símbolo universal de paz, de memoria, de libertades y de reconciliación se refuerza con un gesto de gran contenido político.

Gernika tiene un significado local que hay que cuidar, sin duda. Nos une a los vascos con nuestras raíces, nuestra identidad, nuestra historia. Pero también tiene un significado universal que exige de nosotros una generosa visión política. La potencia de este símbolo es de una dimensión global que debemos entender y saber gestionar mejor para hacer una más ambiciosa política exterior de paz.

La presencia del Secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez López, ha tenido también un profundo alcance. Ha venido acompañando la declaración del Consejo de Ministros de ese mismo día que por un lado condena el bombardeo y, por otro lado, formaliza como discurso oficial la versión que mejor se ajusta a la verdad histórica: la responsabilidad fue de los alzados contra la legitimidad institucional democrática, de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana.

La memoria es un ejercicio que se practica en el presente, con relación al pasado y con una vocación de futuro. Los tres tiempos deben ser conjugados.

A mi juicio esta declaración institucional responde plenamente a lo que era debido y se llevaba decenios reclamando. Los procesos de memoria con una visión de convivencia digna requieren tanto de saber dar como de saber recibir, en ambos casos con responsabilidad y generosidad. Y por eso creo que tras esta importante declaración debe haber un serio proceso social e institucional de acogida cordial y de reconocimiento justo de su gran valor. La memoria es mejor cuando se construye como proceso dialógico y no como sumatorio de mensajes unidireccionales. Los aplausos que se siguieron en su día a la lectura de la carta del presidente alemán o el abrazo con el que algunos supervivientes acogieron la visita de los familiares de Richthofen y de otros miembros de la Legión Cóndor son un ejemplo de ello.

Hay quienes creen que lo debido es una petición de perdón. Esta postura no me parece ni acertada ni útil. Considero que la posición del gobierno de España es, en este caso, la correcta como sucesor del gobierno republicano contra el que se alzaron los responsables del bombardeo. Lo que correspondía era por lo tanto más esta declaración oficial de condena que una solicitud de perdón.

La declaración se habría quedado coja, sin embargo, si a la condena no hubiera incluido una asignación de responsabilidades, porque aquí sí le correspondía al gobierno rectificar la versión oficial promovida en su momento por el Estado. La verdad oficial queda formalmente asociada -tanto como esto es posible- a la verdad histórica.

Esta declaración institucional debería ser recogida abiertamente por quienes buscamos una convivencia digna basada en la memoria, la justicia y la verdad. No haríamos bien en reaccionar a este movimiento del Gobierno español con reticencias o con la insatisfacción de lo siempre insuficiente. Flaco favor nos haríamos.

¿Que caben más pasos? Puede ser, pero el paso clave ha sido dado. Pueden darse otras visitas y otros mensajes, pero serían ya complementarios al de esta semana y tendrían el sentido de profundizarlo, de recordarlo, de confirmarlo, no de cambiar su naturaleza.

La memoria, como la poesía de Celaya, es un arma cargada de futuro. Cuando -como es el caso- hay condiciones dignas suficientes, puede servir para encontrarnos y convivir mejor. Si eso es lo que queremos.