ras una larga evasión de más de un año, el lehendakari Jose Antonio Agirre, bajo la falsa identidad del cónsul panameño José Andrés Álvarez Lastra, llegó junto a su esposa e hijos a Río de Janeiro el 27 de agosto de 1941. Este no era el fin de su viaje, más bien marcó el inició de su vida como presidente de un pueblo en el exilio.

Las autoridades diplomáticas aliadas recomendaron al lehendakari que no desvelase su identidad en Brasil, ya que este país era un nido de espías del Eje. Eligieron Uruguay, una república abiertamente proaliada, profundamente democrática y, cuando el día 8 de octubre de 1941 la familia Agirre cruzó el puente de Yaguarón, acudió a recibirlo un pequeño grupo de vascos integrado por Ricardo Gisasola, Juan Domingo Uriarte, Juan Uraga, Dionisio Garmendia, Pedro Arteche y Carlos G. Mendilaharzu. Así lo recordaba el lehendakari, que en su primera noche en un hotel de Montevideo anotó en su diario: “A las seis de la mañana hemos tomado el tren para la frontera. Paisaje típico y poco habitado. Llegamos a la frontera. En el último trayecto brasileño, llega mi compatriota, el padre Irizar. Le conocemos por la ikurriña que lleva en su solapa. Me cogen del brazo y me pasan al otro lado sin más preámbulos, ni revisiones, ni sellos. (...) Encontramos al padre (Constantino Zabala), Aldasoro, etc. Emoción, lloros, entusiasmo. Seguimos la marcha. Antes me he afeitado el bigote, mi compañero inseparable de tantas aventuras. Lo he hecho en el hotel de Río Branco, primer pueblo uruguayo. Todos, cónsules, autoridades fronterizas, amabilísimos. [...] Mucha gente, flores, discursos. En Montevideo muchos compatriotas, micrófonos, apretones. Llego sudando al hotel. Me espera una comisión de personalidades magnífica. Descanso. A dormir aturdido”.

El resto de su diario estaba oculto en la muñeca de su hija Aintzane. Estos escritos servirían de base para su libro De Guernica a Nueva Yorkpasando por Berlín, publicado por la editorial Ekin de Buenos Aires.

Los miembros de la delegación del Gobierno Vasco en Montevideo contactaron con diversas personalidades políticas y con todos los medios informativos a fin de transformar el recibimiento en un acto de trascendencia internacional. La mayor parte de los medios informativos del país recogieron la noticia y durante días continuaron comentando los pormenores de su visita.

No fueron los únicos. Germán Fernández Fraga, fundador de Falange Española en Uruguay, difundió un folleto titulado Contrafigura de José Antonio de Aguirre y el boletín Hispanidad, editado por la embajada española, publicó un artículo contra los diputados uruguayos que, “desconociendo sus muchos crímenes”, habían homenajeado al “caudillo de opereta de Bilbao”. Los numerosos homenajes motivaron asimismo la protesta del embajador español que advertía al ministro de relaciones exteriores Julio Guani sobre “el hondo pesar en el ánimo de mi Gobierno” ante las manifestaciones y actos de adhesión “que solo puedo explicarme por la ofuscación y pasión política reinante en algunos sectores”.

Guani aclaró al legado español que el homenaje estaba inserto en el marco de la soberanía de la república y que su Gobierno había visto en el lehendakari “a un partidario de las ideas democráticas intensamente profesadas por la opinión pública del Uruguay”. Y terminó afirmando que “dentro de nuestro régimen institucional, los miembros de todos los poderes son órganos de la soberanía que radica en la nación, que representan a esta y no a determinados sectores electorales”.

La nota es un capítulo de la Doctrina Guani, consistente en alinear la acción de la República frente a las dictaduras del Eje dentro del marco de la lucha por el restablecimiento y regeneración de las democracias americanas y europeas. Es asimismo un ejemplo de la actitud y apoyo del gobierno uruguayo hacia la causa del gobierno de Euskadi en el exilio.

Entre otras personalidades Agirre fue recibido por el presidente de la república; por los ministros de la alta corte de justicia; por el ministro de relaciones exteriores y por el arzobispo de Montevideo. También fue acogido en el seno de la cámara de representantes, donde todos los partidos políticos que hicieron uso de la palabra personificaron en él lo que ellos entendían eran las virtudes del pueblo vasco. El diputado Julio lturbide dijo: “Y en la hora cruel de la tortura espiritual, henos aquí que llega a nuestras playas un hombre cuya palabra tiene la autoridad que emana de la lucha y el sacrificio. José Antonio de Aguirre que, al pisar tierra uruguaya ha afirmado al mundo, después de vivir el incendio que devora las viejas sociedades que, en la lucha de la libertad contra la tiranía, triunfará, señores, la libertad, y con ella todos los pueblos que han sabido sufrir y derramar sangre en su defensa!”.

Emocionado, el lehendakari respondió que el pueblo vasco, enriquecido por un pasado histórico de tradiciones democráticas, franquezas y libertades, se había encontrado solo defendiendo los valores, sentimientos y principios más profundamente humanos. Su impresión cambió al observar que el parlamento del Uruguay, con “un exquisito espíritu de tolerancia y elegancia espiritual”, dedicaba un homenaje a la libertad: “Lo dedicáis a todos aquellos que han sabido sufrir, lo dedicáis a todos aquellos que han llorado, es decir, que sea cual sea vuestro pensamiento, vuestro corazón ha demostrado tales virtudes y cualidades humanas que, con la emoción que podéis suponer, todo esto lo traslado a aquel pueblo, desde los que sufren el exilio, hasta los que sufren en las cárceles, a todos aquellos que esperan el día de la redención”.

Y terminó diciendo: “Yo vengo de la tierra del sufrimiento, y porque vengo de la tierra del sufrimiento os aseguro que mi corazón está exento de odios. (...) Señores: que un pequeño destello de vuestras virtudes, de vuestra emoción, de vuestra felicidad, de vuestra libertad, les sea dado también por la Providencia a ese pueblo vasco, que ha sabido sufrir por el derecho, que ha sabido sufrir por la libertad, que ha luchado con las armas en la mano por la democracia, que es la libertad de los hombres y de los pueblos, y ha sabido en todo momento ser digno”.

Hoy se debate en el senado de los Estados Unidos si el nivel de civilización y el avance social se mide en virtud de la calidad de las infraestructuras o del talante humanístico de sus ciudadanos y de sus líderes. Una cosa es segura, el humanismo no era una cualidad imperante entre los líderes políticos de la Europa de 1941, pero si hubiera habido más líderes como Agirre no habría habido ni alzamiento, ni guerra, ni dictadura. Si hubiera habido más líderes preocupados por el desarrollo social, hoy no necesitaríamos conmemorar ni fusilamientos ni bombardeos, y miles de aquellas víctimas no habrían ni sufrido ni muerto. 80 años después nuestros alumnos “saben” que es más práctico estudiar estadística que ética, pero olvidan que una sociedad que no ha sido educada en valores humanos es incapaz de fomentar y sostener sistemas de asistencia social, educación y otras materias urgentes, y tal sociedad acabará por invertir en guerra: el desarrollo mecánico de sociedades carentes de valores humanos es agresivo, un leiv motiv de la historia de la humanidad verificable estadísticamente. Lamentablemente, Agirre fue -sigue siendo- una excepción.