Por miedo, ahora mismo nadie quiere unas elecciones generales. Ni siquiera el PP. La mayoría de investidura, porque teme como a un nublado la muy previsible llegada de la (ultra)derecha al poder. La principal oposición, porque le siguen soplando al oído que quedan denuncias estelares de la UCO para agujerear al PSOE. La agonía propia de un pestilente culebrón que tiene en vilo, por orden, a políticos, medios y ciudadanos. Y que, sobre todo, pasa una elevada factura, como detecta Tezanos. Un clima de incómoda incertidumbre y provisionalidad que sólo beneficia lastimosamente a los populismos radicales, principales beneficiados de esa aterradora radiografía de corrupción que desborda las mochilas de los dos partidos mayoritarios.
No hay tregua en este zafarrancho de combate. Las aguas siguen demasiado revueltas para el socialismo, a quien no le basta con las cuatro bombonas de oxígeno del último pleno. Sin apenas reponerse de la gresca, ve ahora cómo gorgotea la olla a presión por la financiación catalana a la carta. Otro hueso para que muerda el PP, incluso en compañía de algún barón socialista. Pero, en el fondo, la principal preocupación sigue estando en otro sitio.
El desvergonzado comisionista De Aldama continúa alimentando los bajos instintos con temerarias apuestas sobre los próximos imputados mientras disfruta del verano como premio a sus delaciones. Entre facinerosos, las revanchas son crueles. Santos Cerdán bien lo sabe mientras juega a las cartas en la cárcel durante los sanfermines que tanto añora y ve rechazada su libertad. Ábalos, a su vez, cada día lo lleva peor porque se le acota el cerco por esos gastos inexplicados que levantan sospechas inquietantes. Y queda Koldo, especulando hasta dónde llegaría el premio si decidiera abrir la boca un poco más.
Quizá no valga todo
Hasta que surjan nuevas revelaciones escandalosas, el PP no quiere que se enfríe el morbo. Para conseguirlo, se ha deslizado por el proceloso tobogán de escabrosas descalificaciones personales contra Sánchez y su entorno familiar. Creen que tienen barra libre. Ahora bien, la elección de semejante estrategia, vomitiva para muchos por poco edificante, también podría dejar al descubierto que no hay más madera de momento para noquear al enemigo. En cualquier caso, la alusión malévola al negocio de los prostíbulos del padre de Begoña Gómez suena a dinamita desesperada. Sobre todo, cuando supone un dato harto conocido y que en su día fue descartado por rastrero en la sala de despiece de Génova.
Al utilizar esta bomba contra la intimidad del presidente, no es descartable que Feijóo pierda buena parte de la pátina que se le presuponía en sus tiempos de la Xunta. Justo unos días después de haber perfilado en su exultante Congreso Nacional una nítida imagen de aspirante a gobernar, el líder popular se dio en las Cortes un innecesario tiro en el pie. Quizá le pudo la impotencia al comprobar finalmente que, pese al incontestable clima de corrupción socialista, nadie se bajaba del barco de la mayoría parlamentaria. No lo debió hacer, aunque desatara la algarada entre los suyos y diera munición a la clase periodística que la esperaba complacida.
Cada día que pasa la justicia parece más empeñada en proyectar cómo la corrupción se había inoculado en las venas de Fomento y en los secretarios de Organización del PSOE sanchista. Tampoco ha hecho mella ni en la coalición de izquierdas ni en sus socios. El temor a Vox les paraliza. El CIS lo avala. La ultraderecha supone un salvavidas para el gobierno y sus acompañantes. El PP debería tener en cuenta las alarmas que crean compañías indeseadas. La mejor medicina para evitar sustos que le arrastren durante otros cuatro años al rincón del psiquiatra. Solo bajo este pavor a un gobierno reaccionario y revanchista se explica que se redujeran a simples tirones de oreja el castigo a las elocuentes pruebas de deshonestidad que el triángulo tóxico y sus satélites han ido cometiendo con absoluta alevosía. A muchos votantes les ocurre lo mismo y se taparán la nariz. Incluso, hasta temen que las 15 medidas contra los malos hábitos cogerán polvo en algún cajón.
Sumar, en cambio, no puede ocultar su alivio. Disfruta con la disculpa ideológica más profunda y oportuna para sacudirse la incómoda posición de comparsa gubernamental. De esa sumisión al poder que arrastra mientras la corrupción ensucia la imagen regeneradora de su cualificado acompañante. La coartada idónea para que Yolanda Díaz, con un tono mitinero avivado por un doloroso estado emocional, se liberara durante un cuarto de hora de los fundados miedos que acechan a su formación para recuperar el aliento perdido.