orre el año 2010. ETA da sus últimos coletazos (en septiembre de ese año anunciará la tregua definitiva previa a su disolución) y un grupo de presos de la cárcel de Nanclares busca vías de reinserción. “Nos llaman de la Oficina de Atención a las Víctimas del Gobierno Vasco y nos cuentan que hay un grupo de presos que quiere asumir su responsabilidad colectiva”.

Lo recuerda Eduardo Santos, hoy consejero de Justicia del Gobierno de Navarra, y entonces un abogado experto en mediación penal. Desde unos años antes viene trabajando en talleres de encuentros restaurativos en la cárcel de Pamplona. De la mano de la juez Mari Paz Benito, un pequeño grupo de compañeros explora fórmulas de encuentro entre víctimas y agresores que permitan avanzar en la reinserción desde la perspectiva del reconocimiento del daño causado, la verdad y la empatía. “Enseguida vimos que de esa interacción podían surgir cosas muy interesantes”, recuerda.

“Un asesinato genera un hilo invisible entre dos personas. La víctima y el asesino quedan unidas para siempre por un hecho dramático”, explica Santos diez años después de aquellos primeros encuentros en la cárcel de Vitoria. “Víctima y victimario se buscan, por decirlo de alguna forma. ¿Quién es? ¿Cómo fue? ¿Por qué a mí? Son preguntas que muchas víctimas necesitan resolver. Detalles a veces secundarios, pero que muchas ocasiones quedan abiertas tras el juicio, y que son muy importantes para las víctimas”.

Aquella experiencia piloto lleva a los mediadores, entre ellos a Eduardo Santos, a la cárcel de Nanclares, donde por primera vez se ponen en marcha la justicia restaurativa con los presos de ETA. Allí se les explica en qué consisten los encuentros con las víctimas y cómo se deben afrontar. Entre los presos que deciden dar el paso se encuentra Ibon Etxezarreta, responsable del asesinato de Juan Mari Jáuregui, marido de Maixabel Lasa. Es la historia que relata la película de Iciar Bollaín, ahora en cines.

El encuentro entre Ibon y Maixabel es sin embargo el final de un largo camino que los mediadores han ido labrando paso a paso. Un trabajo que en este caso han ido desarrollando previamente Eduardo Santos y Esther Pascual. El primero preparando al asesino, y la segunda a la víctima. “El trabajo con Ibon tenía como objetivo que tuviera claro qué podía decir y cómo debía decirlo. Es muy importante que en estos encuentros no se caigan en la autojustificación”, recuerda Santos.

Tras alguna reunión previa con otras víctimas y otros verdugos, Maixabel e Ibon, víctima y victimario, deciden verse frente a frente. Pero el encuentro no es sencillo. Es 2014 y en Madrid gobierna el PP, que ha sustituido los encuentros restaurativos por encuentros restauradores, lo que en la práctica supone la paralización del proyecto, que continúa de forma extraoficial gracias a los mediadores. Así que aquella primera cita se produce finalmente en casa de Santos, un entorno seguro y de confianza para ambos protagonistas, aprovechando un permiso penitenciario del recluso.

No corresponde al mediador recordar los detalles de aquel encuentro, relatado ya por sus protagonistas y recogido en la película de Iciar Bollaín. Su papel se limita a ser testigo imprescindible de una experiencia vital para sus dos protagonistas. “La principal virtud del mediador es ser invisible. Debe generar un espacio de confianza que de partida no existe, pero sin intervenir si no es imprescindible. El trabajo ya viene hecho de antes”, apunta Santos, que insiste en que en este tipo de encuentros la “revictimización es una raya roja”.

No es fácil gestionar un contexto así. Hay que facilitar el diálogo y la empatía. También el respeto y la expresión de las emociones. “Pero funciona. Claro que funciona. Porque al final las víctimas ven satisfechas algunas necesidades que guardaban en su interior. Dudas concretas que les torturan durante años. Y ahí el reconocimiento del daño causado es fundamental. Para las víctimas es muy importante que el responsable admita que lo que hicieron estuvo mal y fue injusto”.

El papel del preso aquí es clave, a juicio de Santos, pero queda supeditado siempre al de la víctima. El victimario no se libera de ninguna responsabilidad, sino que asume su culpabilidad desprendiéndose de las capas de argumentación falsas con las que hasta entonces había justificado el asesinato de otra persona. “Lo hice porque tenía que hacerlo, por Euskal Herria, porque el pueblo lo pedía... Son argumentos que se utilizan para generar una coraza política que justifique una acción como la de matar. Y cuando te la quitas quedas expuesto. Es posible que para ellos también sea liberador, pero no es eso lo que se busca. El objetivo final es que la víctima vea satisfechas sus necesidades básicas y, en general, reciba la justicia que el proceso penal no le ha llegado a dar.

Eduardo Santos asume que haya muchas víctimas que no quieran participar, pero no entienden que haya quien rechace que se realicen estos encuentros. “Respeto el debate. Pero esto no es algo que se imponga ni a las víctimas, ni a los victimarios. Que cada víctima que haga lo quiera, ni son mejores ni peores por hacerlo”, señala Santos, que no obstante destaca la relevancia social que tienen este tipo de encuentros. “Es algo que tiene una dimensión privada, pero también una dimensión pública muy importante porque ayuda a deslegitimar la violencia”, argumenta el mediador, que incide en el papel que la película de Iciar Bollaín juega en ese objetivo: “Es una historia muy dura, pero muy bien contada, sin artificios ni sentimentalismos”.

Aboga así por avanzar hacia la convivencia por el camino de la reinserción. “Es importante porque son actitudes que ayudan a desligitimar públicamente la violencia”, subraya Santos, que reclama a la izquierda abertzale mayor decisión. “Formó parte del entramado ideológico que dio apoyo a la violencia, y tiene que dar el paso. Debe reconocer que generó un dolor incalculable. Un daño personal a las víctimas, pero también al resto de la sociedad”, subraya.

Santos ve necesario adaptar la política penitenciara a la realidad, sin caer en la tentación política de utilizar el dolor generado por ETA con fines políticos y partidistas. “La convivencia se trabaja paso a paso”, asume Santos, que confía en que la película sirva para consolidar un diálogo social. “Esa es la principal virtud de la película. Es un canto a la convivencia, a la reinserción, a la justicia restaurativa. Si ellos han sido capaces, los demás también podemos”, argumenta Santos, que admite que su experiencia como mediador ha sido muy gratificante: “Para nosotros ha sido un regalo. Yo creo que es una de las cosas más importantes que he hecho en mi vida. Una experiencia única y profundamente humana”.

El papel de los mediadores entre víctimas y victimarios es discreto pero fundamental para generar un entorno de confianza para el diálogo

“Un asesinato genera un hilo invisible entre la víctima y el asesino, unidas para siempre por un hecho dramático”

Mediador