engo la impresión de que el interés por el conflicto catalán ha quedado relegado a una parte del censo de aquella comunidad, a profesionales de tertulia y a los políticos de oficio y beneficio. El penoso final de aquella epopeya de 2017 y, sobre todo, los efectos de la pandemia del covid han rebajado hasta límites de indiferencia lo que hace solo tres años nos saturó de fascinación y morbo. A día de hoy, muchas personas que siguieron con pasión los hechos de 2017 y sus consecuencias andan perdidas, desorientadas y, lo que es peor, indiferentes, por el aparente estancamiento del proceso soberanista que anunciaba el resultado electoral del 14 de febrero. Por ello, y porque el tema casi necesita un manual de instrucciones, esta vez voy a procurar desentenderme del comentario y valoración política para ocuparme de la labor pedagógica que aclare al lector el cómo y el porqué del atasco que hasta ahora ha impedido la investidura de un president y la formación del Govern.

Hay que comenzar por despejar el panorama: la frustrada investidura del candidato Pere Aragonès (ERC) tiene como fondo la pugna por el liderazgo del independentismo y el papel que debería corresponder al expresident Puigdemont (JxCat) para la gobernabilidad de Catalunya. Ahí está enquistado el atasco. Precisando aún más: ERC no está dispuesta a supeditar el gobierno de Catalunya a que las decisiones estratégicas se tomen desde Waterloo, aunque fuera a través de Consell per la República, esa entidad creada por Puigdemont para proyectar su liderazgo en el movimiento independentista catalán.

Por supuesto, ERC se cuida mucho de deslegitimar al expresident exiliado consciente del carácter mítico o épico de Puigdemont, president de la Generalitat elegido en las urnas y derrocado por el 155, que desde su exilio ha contribuido a expandir la causa soberanista catalana y ha provocado la derrota reiterada de la justicia española. Por ello, el candidato Pere Aragonès ha aceptado en su programa buena parte de las propuestas programáticas de Junts per Catalunya y cederle la Presidencia del Parlament, a pesar de que no logró pasar de tercera fuerza tras las elecciones. Puigdemont no puede aceptar los acuerdos entre ERC y la CUP ni pactos con el "partido pequeño" y es quien ha dado la orden de aplazar la investidura del president de ERC hasta que no se clarifique el papel que debe jugar el Consell per la República -con representación mayoritaria de Junts- y el contenido del liderazgo del propio Puigdemont.

Por su parte, ERC no parece estar dispuesta a supeditar el Govern a otra institución ya que su poder "emana de la soberanía popular, de las urnas", y aquí está el atasco. Los republicanos superaron en las urnas al partido de Puigdemont, JxCat, que en lugar de basar la legitimidad en las urnas la basan en el liderazgo del exiliado y "en el mandato del 1-O", es decir, del referéndum ilegalizado por la fuerza el 1 de octubre de 2017.

Y en ese atasco están. Al parecer, a ERC le urge salir de él y comenzar a resolver los abrumadores problemas que debe afrontar el nuevo Govern. Por el contrario, Junts plantea que apoyarán la Presidencia de Aragonès, pero aún quedan un par de meses para acabar los plazos, tiempo suficiente para que ERC acepte acceder a alguna fórmula de liderazgo para Puigdemont.

Ese es, en síntesis, el estado de la cuestión. O sea, preocupante.