on la llegada de este mes de marzo el calendario marca la coincidencia temporal de dos momentos que invitan a realizar balance de la gestión pública y de la gestión política en relación a la pandemia. Por un lado, nos acercamos (el lunes 15 de marzo) al primer aniversario de la declaración del estado de alarma y del confinamiento. Por otro lado, el Gobierno vasco constituido tras las elecciones del pasado 13 de julio ha cumplido ya seis meses de acción ejecutiva en un contexto complejo, duro, difícil y en el que la acción política también queda sujeta al clima de excepcionalidad en que vivimos como consecuencia de la emergencia sanitaria derivada de la pandemia.

Todos recordamos, hace un año, la mezcla de sensaciones de temor, incerteza y dudas surgidas en un contexto social inédito hasta ese momento y que ha marcado y condicionado nuestras vidas, nuestras rutinas sociales y nuestros hábitos ciudadanos. Una inédita y extraña sensación, mezcla de quietud y de irrealidad, nos envolvió y nos atrapó tras esos momentos de obligado confinamiento. Desde entonces hemos asumido nuevos (y obligados) hábitos que nos hacen añorar a todos la deseada vuelta a ese glaciar poderoso que es la normalidad, la rutina diaria, la inercia vital del día a día que ahora tanto echamos en falta.

El civismo, la responsabilidad social, la disciplina individual y colectiva pueden ayudarnos, lo van a hacer, a superar estos momentos tan complejos. Pero hace falta algún otro factor emocional que sirva como motor para activar la pujanza social que será necesaria para remontar esta dura situación.

Vivimos tiempos excepcionales, también en el ámbito político e institucional, y por ello las prioridades de actuación política vienen fijadas de antemano por el duro y complejo contexto que nos toca vivir.

Esta triple crisis sanitaria, económica y social nos interpela a todos. Vamos a tener que actuar y reflexionar de forma casi sincrónica porque el contexto es y va a ser muy duro, catártico en lo económico y en lo social, y este reto exige grandes acuerdos, grandes consensos políticos y sociales.

¿Se ha hecho suficiente pedagogía social desde nuestras instituciones? ¿Cómo cabe valorar nuestro comportamiento como sociedad? La política, los grandes consensos son más necesarios hoy que nunca. Necesitamos hacer realidad el reto de una visión transformadora de la política y de un proyecto compartido; no han de ser palabras huecas, debemos pasar de la retórica discursiva a la acción. Sin ese relato compartido, sin el esfuerzo común de agentes públicos y privados, no será posible acometer la ingente tarea que tenemos por delante.

Nuestra fortaleza como sociedad civil radica en ser y actuar como un conjunto de personas unidas por un proyecto social. Si esperamos a que la mera inercia del sistema cambie la tendencia, si pretendemos replicar recetas hasta ahora utilizadas, si nos limitamos a buscar culpables a los que reprochar lo negativo nunca superaremos las consecuencias de esta traumática crisis.

La clave radica en poner el acento sincero en las personas, pensar en ellas como las verdaderas palancas del cambio. Esto garantizará el éxito de un cambio de época. Estos tiempos hiper modernos que nos toca vivir los ha definido de forma brillante Gilles Lipovetsky: somos individuos más autónomos pero también más frágiles que nunca. En esta posmodernidad coexisten íntimamente dos lógicas: una favorece la autonomía personal y otra incrementa la dependencia.

Los momentos que ahora estamos viviendo pueden acabar incidiendo de forma positiva en un replanteamiento de la socialización; probablemente, esta crisis va a poner en marcha una reorganización social y va a demostrar de forma nítida que las reagrupaciones narcisistas no bastan para formar una sociedad solidaria. Ojalá seamos conscientes de este necesario cambio en nuestra concepción de la vida en sociedad, nos va mucho en ello.