nuestro viejo Derecho Foral vasco, tan sabio como útil para la sociedad en cuyo contexto se gestó, contenía lecciones que todavía hoy permanecen vigentes; una de ellas sostenía que las leyes han de ser "pocas, breves y buenas". Hoy día asistimos en muchos ámbitos de la política a una especie de carrera por la ley, por el decreto normativo. Este apego a la hipertrofia normativa, a tratar de que las leyes regulen hasta el último recodo de nuestra vida social hace que muchas veces se olvide lo verdaderamente importante: que las leyes, las normas deben ser herramientas para el progreso social, para la mejora de nuestra sociedad, no meros fines en sí mismas.

"No se cambia la sociedad por decreto", sentenció hace años el sociólogo francés Michel Crozier; tampoco se cambia, por desgracia, un modelo productivo porque lo diga una ley, por muy densa y exhaustiva que ésta pretenda ser.

Los neologismos, los vocablos posmodernos tan al uso por parte de los tecnócratas que marcan "tendencia" nos hablan de crecimiento equilibrado, duradero y sostenible, e inundan páginas y preceptos normativos. Suenan muy bien, la música envuelve el ambiente de buenas sensaciones, pero la letra, los detalles, la materialización de tales objetivos no se logra por la mera publicación de una norma.

Demasiadas veces esa especie de competición normativa se convierte de facto en un objetivo en sí mismo, y no en el instrumento para realmente mejorar la competitividad y la sostenibilidad de la economía. Las previsiones programáticas, los buenos deseos legislativos no son suficientes para superar inercias sociales. Afrontar de forma transversal y con alcance estructural todos los cambios que la situación socioeconómica actual plantea requiere un consenso social y político que por desgracia no emerge ante el clima de permanente bronca política.

Incentivar y acelerar el desarrollo de una economía más competitiva, más innovadora, capaz tanto de renovar sectores productivos tradicionales como de abrir paso decididamente a nuevas actividades generadoras de empleos y de calidad requiere el compromiso público y privado. Nuestro tejido industrial, nuestra cultura empresarial, nuestra concepción de solidaridad social y de compromiso con la res pública es la clave para maniobrar en la dirección correcta.

Nuestras instituciones vascas disponen de músculo competencial para definir y profundizar en nuestro propio modelo de desarrollo socioeconómico. La apuesta por mayores cotas de autogobierno es mucho más segura que fiar el futuro al cumplimiento de las pomposas y grandilocuentes afirmaciones de planes y leyes estatales de economía sostenible anclados en la efervescencia que despierta el supuesto maná de los fondos europeos y su reparto.

La pandemia ha puesto en evidencia varias tendencias, marcadas por la vulnerabilidad del sistema de globalización ante la ruptura de suministro proveniente de países de bajos costes salariales: hemos de cooperar más entre nuestras empresas para asegurar la robustez de la cadena de suministro, para generar nuevos modelos de gestión industrial adaptada donde la dimensión tecnológica es y será clave.

Debemos apostar por articular una estrategia industrial nacional propia adaptaba a la nueva realidad, optando por priorizar la potenciación desde y en Euskadi de cadenas de valor emergentes, ser proactivos, anticiparnos antes de ser víctimas de las nuevas lógicas y dinámicas industriales que emergen que surgen: entre las medidas que los fondos europeos y nuestro esfuerzo inversor local puede y deben intentar reforzar debemos poner el acento en la relocalización, en atraer nuestras inversiones al territorio y asentar aquí y en entornos cercanos nuestra base de crecimiento industrial.

Mantener nuestra autonomía estratégica industrial pasa por lograr que el capital resida en nuestras manos: aquí también la colaboración público-privada va a ser fundamental, porque si perdemos la capacidad de decisión sobre nuestras empresas perdemos la capacidad de trazar nuestro futuro. Tal y como señaló el catedrático de historia económica Gabriel Tortella, cuando una industria es propiedad de quienes pertenecen a ese país tiene tendencia a la permanencia mucho mayor. Y aquí radica una de nuestras claves de futuro.