as jornadas electorales nos ofrecen siempre impagables escenas para el recuerdo. Podemos ser testigos de un Iñigo Urkullu por lo general hierático cantando a capela, y también guardar en nuestra memoria aquel alborozo tan desmedido como surrealista de Maite Esporrín despidiendo a Joseba Asiron de la alcaldía de Iruñea. Pero sobre todo nos dejan resacas, un amplio abanico de resacas que abarcan desde anuncios de autocríticas que nunca llegan, hasta sonrisas impostadas, pasando por bruscos cambios de estrategias y rupturas de alianzas. Por traer pueden traer consigo incluso disoluciones de partidos, que algo sabemos algunos del tema.

Estamos acostumbrándonos además a las resacas tardías. Concretamente, al quinto día, el del recuento definitivo. El de anteayer fue de suma importancia, tanta que mucho de lo que algunos dirigentes decían en los medios por la mañana ya no servía al mediodía. No es que el escaño que bailaba modificara en exceso el panorama, pero convendremos en que el resultado final desarma definitivamente a quienes insistentemente seguían proponiendo un gobierno alternativo, despoja de argumentos a quienes habían comenzado ya a esgrimir la bandera de los 38 como permanente elemento retórico y anula de raíz la tentación que pudieran tener los socialistas de incordiar y jugar a dar celos a sus socios de gobierno. Puede ser tan mágico el efecto del reparto definitivo que, ahora que no alcanzan el ansiado número, veremos en breve cómo los de Idoia Mendia comenzarán a no ser tan de izquierdas para muchos de los que los necesitaban para cuadrar números en su particular contabilidad.

Por lo tanto, si ya el domingo se estimaba urgente la constitución del parlamento, la elección del lehendakari y la conformación del nuevo gobierno, a partir del viernes lo es más, ya que pierden sentido rondas paralelas de conversaciones, tan legítimas como simbólicas. Lo es apremiante además por la complicada situación en la que estamos entrando en infinidad de ámbitos, pero también a la vista de que hay sectores que no parecen dispuestos a aflojar en su machacona dinámica de criticar todo, absolutamente todo, que desde el Gobierno vasco sale, desmintiendo así los augurios de quienes pensaban que algo cambiaría, máxime teniendo cuenta el resultado electoral. Prueba de ello ha sido el relato que se ha querido establecer durante esta semana acusando al gobierno de esperar a que transcurrieran las elecciones para decretar el uso obligatorio de mascarillas, obviando que la secuencia para ello ha sido idéntica a la mayoría de la comunidades autónomas donde, recordemos, no había elecciones.

Es por todo ello de agradecer el tono mesurado con el que han acogido el resultado electoral el partido ganador y su candidato, que han visto cumplidos sus objetivos. Pero sería deseable a su vez que, saboreada la victoria, fueran conscientes de las carencias mostradas y errores cometidos en su gestión. Ningún triunfo electoral puede ocultar lagunas ni desaciertos; es más, siempre es mejor aprovechar los tiempos de bonanza para enmendarlos.