de los 179 millones de ciudadanos del país siguieron el debate electoral de 1960, una de las retransmisiones más vistas en la historia de la televisión norteamericana. La gresca de entre Trump y Biden del pasado miércoles atrajo a 73 millones de televidentes. Duró, exactamente, 90 minutos y Trump interrumpió, exactamente, 73 veces a su oponente.

Biden procuró guardar las formas, pero llamó "payaso", "racista" y "mentiroso" a Trump y le mandó callar en varias ocasiones. "Ud. es el peor presidente que este país ha tenido" aseguró e ignoró insistentemente a su contertulio hablando directamente a la cámara. Un visiblemente afectado Chris Wallace le tuvo pedir respetuosamente, "por favor, sea Joe Biden, compórtese como Joe Biden€".

El reportero de Fox News tuvo que advertir al presidente, de forma explícita, que estaba incumpliendo su palabra y la de su partido al no dejar hablar a su oponente. Cuando Trump le espetó que Biden también le estaba interrumpiendo, Wallace subrayó que era él el principal causante de la obstrucción del diálogo y, señalando a Biden, recordó al presidente que "Ud. está debatiendo con él, no conmigo".

La histriónica actuación de Trump no se debió únicamente a su procacidad. Los sondeos mostraban que, a un mes de las elecciones, Biden aventajaba a su rival en 7,1 puntos, más que cualquier otro candidato a la presidencia desde 1992. Trump, con la esperanza de reactivar la campaña, puso en práctica la "táctica del bulldozer" y convirtió el encuentro en el peor de los 34 debates presidenciales desde que Kennedy y Nixon se enfrentaron por primera vez en septiembre de 1960, hace sesenta años.

La avalancha de mentiras, adulteraciones e incorrecciones fue sin duda la nota de la velada. Glenn Kessler del Washington Post ha anotado un total de 19 afirmaciones falsas en los 90 minutos del encuentro, o una mentira cada cinco minutos; si consideramos sólo el tiempo reservado para el presidente, esto supone una mentira cada dos minutos. La mayor parte de las falsedades no fueron equivocaciones o tropiezos momentáneos sino la insistente repetición de embustes que le han sido reprobados con anterioridad. El presidente hizo tantas afirmaciones falsas que Kessler ha tenido que producir un segundo informe que añade otras veinte afirmaciones dudosas o exageradas a las anteriores. El reportero no otorga premios Pinocho, pero en su opinión hace tiempo que Trump se ha convertido en el "peso pesado de los perjuros". Desde que juró el cargo Trump ha proferido más de 20.000 falsedades, más de 16 mentiras al día. El reportero del Boston Herald, Jeff Robbins ha escrito que después de cuatro años de guerra termonuclear contra la verdad, la corrupción no está sólo normalizada sino legitimada.

Lo más curioso, o notorio, es que el caudal de mentiras ha resultado tan indigesto que ninguna ha sido registrada por la prensa como uno de los puntos candentes de la discusión. Todo lo contrario, lo que ha llamado la atención de los medios es que Biden llamara "payaso" a Trump, una de las pocas verdades de la velada.

La temperatura del debate se elevó cuando Wallace preguntó hasta tres veces a Trump si condenaba las actividades de los supremacistas blancos y de las milicias paramilitares de extrema derecha. No respondió. Más aún, sin saber quiénes eran los Proud Boys, un grupo neofascista de extrema derecha que promueve y se involucra en actos de violencia política, expresó literalmente, "Proud Boys, esperar y estar alerta". Los primeros sorprendidos han sido los propios miembros de tal organización que han anunciado la adopción de las palabras del presidente, "Stand back and stand by", como lema. Esto ocurre días después de que el director del FBI, Christopher Wray, declarase ante el Comité de Seguridad Nacional de la Cámara de Representantes que la violencia supremacista es uno de los principales motores del terrorismo doméstico. Biden ha denominado a Trump "una vergüenza nacional". Es más que eso, es una amenaza internacional.

Pero lo peor, lo más improcedente, llegó en el minuto 43. Wallace preguntó a Trump si era verdad el informe publicado el 27 de septiembre en el New York Times según el cual sólo había pagado 750 dólares en impuestos federales en 2016 y 2017, muy por debajo de la media nacional. Lily Batchelder, profesora de fiscalidad de la Universidad de Nueva York, aseguró que entre 2000 y 2017, Trump pagó los impuestos correspondientes a una persona con un ingreso medio de 150.000 dólares al año. Trump respondió a Wallace mintiendo, y aseguró que había pagado "millones de dólares" al fisco esos años. Lo repitió tres veces. Y posteriormente, sin razón de ser, añadió: "Son las leyes tributarias. Yo no quiero pagar impuestos. Antes de venir aquí yo era un empresario privado, era un hombre de negocios privado y como cualquier otro particular, a menos que sea estúpido, procuré burlar las leyes y eso es lo que es".

Es preciso rebobinar, sí: el presidente de los Estados Unidos ha admitido abiertamente y sin rubor, frente a las cámaras, en el curso del primer debate electoral, que de forma consciente y deliberada ha defraudado a hacienda, porque de otro modo habría obrado estúpidamente. Más aún, afirma que es una práctica perfectamente comprensible y el modo más inteligente de actuar. Y si mofarse de la equidad del sistema fiscal y del pueblo no fuera suficiente, todo esto ocurre mientras está siendo auditado, lo cual añade a la lista una burla al sistema de justicia. Un esperpento. Y la mayor parte de los medios lo han pasado por alto.

Dos días después del debate nos despertó una crónica sorprendente. Trump ha perdido más un punto de distancia con respecto a Biden, que hoy se sitúa 8,2 puntos por delante. Betting Odds de RCP sitúa las apuestas en 61 a 39 en favor de Biden. Es una buena noticia que la ciudadanía haya sabido castigar el fraude y la mentira, y la falta de educación. De puertas adentro, el Partido Demócrata ha exigido al Republicano cambiar las normas que rigen los debates, incluyendo un rígido control de los tiempos y el uso de un micrófono con control de voz. El Good Old Party se encuentra ahora en una difícil situación porque necesita urgentemente de los debates para cebar el voto, pero Trump ha anunciado que se niega a negociar cambio alguno. Puede ocurrir por tanto que no haya un segundo encuentro presidencial. Los más cercanos consejeros del presidente se muestran pesimistas. "Trump no va a buscar alternativas", ha predicho Dan Eberhart, que ha donado generosas sumas de dinero a la campaña. "Simplemente va a pisar más fuerte el acelerador".

La última mentira del presidente llegó el jueves por la noche en la gala anual de la fundación Al Smith al asegurar que "el fin de la pandemia está a la vista" y pocas horas después tuvo que anunciar por Twitter lo inevitable, ha contraído el virus. A Trump le gusta romper récords, y lo ha conseguido: Este diagnóstico supone la amenaza más grave para la salud de un presidente en funciones desde que Reagan recibió un tiro. Con 74 años -el presidente de mayor edad en la historia del país- y más de 110 kilos de peso, entra en la categoría de mayor riesgo. In an abundance of caution, ha sido trasladado y trabajará desde las oficinas presidenciales del hospital Walter Reed, pero el silencio de la Casa Blanca está dando lugar a elucubraciones.

A tan sólo 32 días de las elecciones las consecuencias de este hecho serán posiblemente decisivas y proporcionales a la gravedad del caso. La infección ha desacreditado su discurso sobre la pandemia y las críticas a los líderes demócratas que han optado por cerrar escuelas y negocios pero las consecuencias exceden el ámbito electoral. Minutos después del tweet presidencial, los índices bursátiles se desplomaron. "El diagnóstico de Trump es un negativo inmediato", ha afirmado Jeffrey Halley, analista de mercado para CNNBusiness. Al fin, no importa lo lejos que estemos, todos pagaremos las extravagancias de un presidente incompetente, los excesos de un "negativo inmediato".