La política española tiene la primera gran oportunista política -en el sentido no peyorativo de la expresión- desde el Pedro Sánchez de la moción de censura. La que le mantiene en La Moncloa. El movimiento de Isabel Díaz Ayuso, que no circunscribió a Murcia un lío que había por allí y lo aprovechó para su relato y acción tanto al frente de la Comunidad como dentro del PP, ha podido quebrar el ciclo político madrileño, consolidando una figura desconocida hace dos años, y el español. El tiempo lo dirá. Por de pronto, ha cumplido la ley política no escrita de que si el electorado aprueba la gestión de un gobierno de coalición, en la siguiente cita con las urnas el partido grande será quien lo rentabiliza. Si ese gobierno acaba como el de Díaz Ayuso e Ignacio Aguado, más.

La decisión de convocar elecciones en Madrid pese a que dentro de dos se celebrarán nuevos comicios pilló a Ciudadanos en su peor momento interno, al PSOE preparando a Gabilondo para ser Defensor del Pueblo y a Más Madrid, tras dos años de férrea oposición a Ayuso. Su electorado se lo ha valorado. Pablo Iglesias entendió rápido la jugada de Ayuso y su alcance: activó su salida de primera línea con un último servicio a la causa.

Hace mes y medio era vicepresidente español y hoy ya no es ni diputado de la Asamblea de Madrid: renuncia a todos los cargos. Con esta decisión, la cabeza de Unidas Podemos vuelve a sentarse en el Consejo de Ministros un mes y medio después de la dimisión de Iglesias. Aquel dimitió, pero siguió liderando la formación. Ya no: se ha ido y queda al frente Yolanda Díaz, una transición de poder que, ejecutada al compás de los acontecimientos, suena más estudiada de lo que parece.

Queda en Unidas Podemos un liderazgo diferente, muy diferente al de Iglesias, al punto de que la imagen de Díaz y sus propias acciones dentro del Gobierno español (por momentos en los antípodas de las de Iglesias, pese a ser del mismo partido) se asemeja mucho más ahora mismo a lo que Más Madrid/Más País representa que a la Unidas Podemos tradicional.

Desde mayo de 2015, se ha convertido en tradición que después de cada gran cita electoral en España haya que reconfigurar un gran espacio político. En esta ocasión, le tocaría de nuevo a la izquierda. Quizá es que no hay espacios a reconfigurar, sino que la nueva política es esto. Solo el tiempo dirá qué lecturas de lo sucedido en Madrid serán extrapolables a otros niveles.

El mapa está reseteado y habrá que ver qué vía toma Sánchez. Los dos partidos que gobiernan en el Gobierno central son tercera y quinta fuerza en Madrid. Ni el 25% de los votos. No solo el PP tiene un problema en Catalunya y la CAV. El PSOE no acertó en Murcia y al contraataque ha encajado un gol en forma de derrota de mínimos históricos en Madrid. La hoja de ruta de La Moncloa, asegurarán en público, seguirá siendo la misma y es probable que la primera reacción de los socios del Ejecutivo sea cerrar filas, pero la legislatura ha cambiado. Quizá los estrategas socialistas echen mano de un debate latente para abrir incluso divisiones en el PP: la financiación autonómica. Si no tuviera poco con gobernar, la pandemia, Catalunya y Euskadi, el Ejecutivo central debe decidir cómo confronta con Ayuso, que tras las elecciones tiene un punto de hacerlo en cierta medida con Madrid.