En Ivankiv, al norte de Ucrania, hay menores que conocen muy bien Gipuzkoa. A este lado del mapa, a más de 3.000 kilómetros del ruido de las bombas, hay familias vascas de acogida que añoran a esos menores. Es tan fuerte el vínculo emocional, que de algún modo "su identidad es casi vasca", aunque se llamen Pavlo, Dasha, Vika, Artem o Nastya. Son los 200 niños de Chernóbil. Los grandes olvidados de la guerra, diseminados por pequeñas aldeas al norte de Ucrania.

Antes de que estallara el conflicto bélico, ya pertenecían a clases desfavorecidas. Nacieron en una región en la que el desastre nuclear borró del mapa cualquier inversión económica. Llegó después la pandemia, y ahora las secuelas de una contienda bélica cuya resistencia es casi heroica, con el único sustento de unos cultivos que agonizan. "Se han quedado bloqueados, en tierra de nadie. Hace falta crear un corredor humanitario y con garantías en el norte del país para evacuarlos". Es el SOS que lanzan sus familias de acogida.

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La región de Ivankiv se encuentra a unos 500 km de la frontera segura más cercana, que sería la de Polonia. Huir de la guerra ni siquiera es una opción para estos menores porque ahora mismo no tienen manera. "La última vez que supe de ella fue el 5 de marzo", relata Marian Izaguirre.

TANQUES FRENTE A LA CASA DE NASTYA

Ella es Nastya, de doce años, una de esas niñas que acostumbra a venir a Euskadi todos los veranos. "Vive a pie de carretera, la que enlaza Chernóbil con Kiev. Estaba asustada porque es una aldea tranquila, hasta que empezaron a caer bombas, y comenzaron a pasar tanques, coches fúnebres y soldados por delante de su casa", detalla Izagirre, que además de madre de acogida es presidenta de la asociación Chernóbil elkartea.

Esta agrupación nació en 1996 para ofrecer acogida temporal continuada durante el verano a niños y niñas afectadas por la contaminación nuclear. El objetivo era ayudar a mejorar la salud de menores sin recursos. Hace una década la asociación centró su empeño en pequeñas aldeas rurales en el entorno de la central, en la región de Ivankiv, donde la guerra les ha relegado al olvido una vez más.

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El equilibrio emocional se construye durante la infancia gracias a un entorno familiar amoroso y sano, pero hay contextos sociales, como el que les ha tocado en suerte, extremadamente complejos: primero fue la contaminación nuclear, después sus consecuencias socio-económicas, y ahora es el estallido de la contienda bélica.

La asociación Chernóbil elkartea, desde la distancia, alerta de una situación cada vez más dramática. "Son familias muy necesitadas de las que nadie se acuerda", denuncia Lide Álvarez, portavoz de una asociación que no deja de tener en mente a los 192 menores que disfrutaron del verano en Euskal Herria por última vez en 2019. Todos y todas forman parte de una gran familia. Desde hace días apenas saben de ellos. "Estamos vivos. Es el único mensaje que recibimos", cuenta Álvarez.

HOGARES ARRASADOS POR LAS TROPAS RUSAS

En muchos de los hogares no disponen de saneamiento y viven principalmente del autoabastecimiento. Sus pueblos han sido bombardeados con el paso de las tropas rusas desde Bielorrusia hacia el sur. "Atacan y amenazan a la población civil". En sus pequeñas aldeas, como Orane, Makarivka o Varivskh, han destruido sus hogares, quemado granjas, roto comunicaciones y saboteado el suministro de luz y gas.

Una población que apenas puede refugiarse en el sótano de sus casas. Una zona devastada por la guerra en la que viven, escondidos en algún lugar, Nastya, Vika o Artem, para quienes Mariam Izaguirre tiene abiertas las puertas de su casa. "Para ello es necesario crear un corredor humanitario y con garantías", solicita Izagirre, de común acuerdo con las cuatro asociaciones de acogida de niños y niñas de Chernóbil, que junto al Gobierno Vasco han cursado la petición al Ejecutivo español.

Piden que se tenga en consideración el arraigo y la vinculación de estos menores con Euskadi y Navarra a la hora de realizar "un esfuerzo extra" en las gestiones por lograr un corredor humanitario al norte de Ucrania, lejos de las bombas. "No es legalmente exigible, pero es moralmente razonable", plantean, en relación al reagrupamiento familiar. Son conscientes de que estos menores "no son legalmente de aquí", pero pueden serlo temporalmente en el contexto de esta guerra.

De hecho, aquí tienen su cuadrilla e interactúan con el vecindario cada vez que han venido a Euskadi. Forman parte de una comunidad vasca, que a diario se pregunta cuándo podrán abandonar aquel infierno. La asociación trabaja sin descanso para que pueda ser cuanto antes. Para ello han puesto en marcha una web: https://www.chernobil.org/ para que todas las donaciones on-line que reciban puedan contribuir a buscar una salida.