Angelina llegó a Donostia el lunes por la noche, donde ha sido acogida por su gran familia vasca. Ha traído consigo a su hermana Kamila, de doce años, que hasta hace unas semanas correteaba por las calles de Irpin. La invasión de las tropas rusas parecía un rumor lejano hasta que llegó el séptimo día de asedio. Una bomba reventó su casa. "Vivimos cerca de un aeropuerto de mercancías y junto a nuestra vivienda hay un bosque en el que se refugiaban los soldados ucranianos y sus tanques. Ese día comenzaron a caer las bombas, que destrozaron nuestra casa. Tuvimos que huir. Hubo muchos muertos", relata la joven.

La conversación con Angelina es en euskera, un idioma que habla con fluidez. Es la lengua que siempre ha utilizado con Olatz Linazisoro, su madre de acogida. Angelina, de 20 años, describe la guerra con aparente serenidad. "Los primeros días se oían aviones, cada vez más cercanos, hasta que tuvimos que escapar". Emprendió entonces un viaje interminable en compañía de su hermana, dejando a su familia atrás, en las afueras de Kiev.

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Cogieron un tren en la capital con destino a Leópolis, ciudad ubicada en el oeste de Ucrania, a unos 70 kilómetros de la frontera con Polonia. "Dormimos en la estación de tren. Había decretado un toque de queda. No se podía salir a ningún sitio y volvimos a coger un convoy que nos llevó hasta Polonia".

El resto del viaje hasta Donostia lo han realizado en coche gracias a la implicación de amigos personales vinculados a Chernobil Elkartea. "Mi intención estos días es ir a la piscina y empezar a estudiar poco a poco castellano", cuenta la joven, que todavía no sabe si va a ser posible homologar sus estudios y seguir gozando de la beca que le habían concedido en Kiev gracias a su extraordinario rendimiento académico.

Su familia de acogida tiene claro que, una vez alejadas del horror de la guerra, a partir de ahora la rutina diaria puede ser la mejor medicina: "Estudios, deporte y amistades", resume su madre, de acogida.