El verano es corto y mágico. Suceden cosas inimaginables en invierno y se viven aventuras inolvidables. Pero el verano puede ser también sanador, como es el caso de los niños y niñas que llegan de Chernóbil, para los que los días que pasan fuera de una tierra que guarda el venenoso recuerdo de la contaminación nuclear suponen una terapia sin igual.

Sorkunde Etxeberria e Imanol Bengoetxea viven en Errenteria, tienen ya los hijos mayores y comparten su verano y, sobre todo, mucho cariño con Diana. Durante ocho años cada verano fue Nastia la que regresaba a su casa pero “cuando se curó”, sufría del corazón como toda su familia, la pareja decidió que pudiera disfrutar de esta oportunidad otra niña que se encontraba “en una situación muy precaria”: Diana.

La historia de Diana impresiona. Fue abandonada por su madre porque nació sin encías. La dejó en manos de su abuela, que la crió junto con el abuelo y un tío con una minusvalía intelectual. Viven en un municipio que da paso a “a los 30 kilómetros de la zona de exclusión en torno a la central nuclear”. Imanol no puede evitar manifestar su indignación por que se esté haciendo negocio con la desgracia de una zona asolada. “Se están organizando excursiones turísticas a la central y al cuarto reactor. En Ucrania hay muchas mafias”, apunta.

Los importantes problemas de salud a los que ha tenido que hacer frente Diana son fruto de la radiación. “Le han reconstruido tres veces la cara. Es una niña maravillosa, encantadora. En casa es todo ayuda”, subraya Imanol. En Kiev siguen revisándole el rostro y esperan que “el día de mañana le puedan hacer la cirugía maxilofacial definitiva”.

Sorkunde asegura que se ha adaptado “perfectamente” a la vida en Errenteria, aunque los niños “son a veces un poco crueles: le miran y le preguntan qué le pasa en la cara. Pero ella como si nada”, añade.

El programa de acogida contempla que los niños y las niñas puedan venir hasta los 14 años. Posteriormente las dificultades se acrecientan con la adolescencia. “Muchos tienen una mochila muy cargada a sus espaldas. Si la adolescencia es una época difícil por definición, pues en algunos de ellos?”. Hablan desde la experiencia, porque con Nastia la adolescencia llegó de la mano de un cambio de actitud y de cierta “agresividad”. Pero a día de hoy siguen en contacto, hablan de ella con inmenso cariño y sonríen cuando cuentan que les sigue llamando “aita y ama”. Nastia, por su parte, “entiende perfectamente que Diana está aquí. Para ella, que vino de los seis a los trece años, fue muy importante”.

Quieren animar a la gente a que acojan a estos niños en verano. “La OMS ya lo dice: con que salgan 40 días del entorno les vale para coger defensas para todo el año”. “Gratificante y maravilloso” son algunos de los adjetivos que utilizan para definir la experiencia. “Es muy importante que vengan. Allí no hay un niño que no tenga nada o que no viva con problemas en su familia. Hay mucho alcoholismo, muchas familias desestructuradas”, apuntan.

Cuando Nastia dejó de venir llegó Diana a una casa en la que ya no había niños (sus hijos tienen 38 y 26 años) pero sí mucho cariño que dar. Hablan con preocupación y cierta rabia del poder de las nuevas tecnologías, “de esos aparatitos de mierda a los que están enganchados y que están haciendo verdaderos estragos en esos países”.

Aquí tratan de que lleven una vida “lo más normal posible”. Están ya en Olite, donde van a pasar un mes de vacaciones. “Diana nos hace las cosas muy fáciles”, añaden. Pero, eso sí, quieren dejar las cosas claras: “Tienes que tener tiempo para dedicarles”. En el caso de esta pareja, Imanol es ya pensionista y pasa muchas horas con Diana. Además están los gastos. “Hay que pagarles el avión, vienen casi sin nada y hay que comprarles la ropa. Nosotros le llevamos al odontólogo y al pediatra”, explican. Pero lo hacen con gusto, de corazón. Por ello quieren hacer un llamamiento: “Seguimos necesitando familias. Este año hemos traído 182 niños y niñas a Euskadi, 69 a Gipuzkoa, y hay que seguir. Ya sabemos que la crisis ha hecho estragos, pero hay que pensar que allí están mucho peor. Viven en suelos con radiación”.

Intentan mantener sus rutinas también con las comidas. “Se queja solo por la verdura, pero acaba entrando. Ya come vainas y tomate en ensalada y muchas lentejas. Con la otra no conseguimos que comiera verdura”. Valeria también es una buena comensal, aunque al principio, cuando llegó, su poco apetito preocupara a su ama de acogida, Miren Etxezarreta. Tanto es así que llamó a su madre a Ucrania para preguntarle. Le confirmó que era una niña bastante frugal y se tranquilizó. Pero las cosas han cambiado y ahora come como una lima. “Ayer se comió su postre y el mío. No sé dónde lo mete”, explica Miren, para quien la experiencia ha sido nueva por partida doble: por ser la primera vez que participa en el programa y por no ser madre.

Valeria y ella forman una unidad familiar de dos, y ambas están aprendiendo juntas. “La adaptación por ambas partes está siendo muy buena. Ella está aprendiendo mucho y yo también. Van las cosas mejor de lo que yo esperaba, va cogiendo confianza poco a poco”, añade.

En el caso de Valeria, cuyo estado de salud general no es malo, el principal problema es dental. “He ido al dentista y le tiene que extraer tres dientes, además de realizarle no sé cuántos empastes. Con las piezas que tiene ya definitivas también tiene problemas”, explica Miren.

Percibe que quizá “echa en falta jugar con otros niños”, algo que no resulta sencillo porque “no conoce el idioma” y eso le dificulta entablar relaciones en el parque. “Ocurre que los niños no tienen mucha paciencia para estar con ella y que vaya aprendiendo. Pero, aparte de eso, estamos a gusto”, subraya.

Para ella el idioma no ha resultado una barrera insalvable. “No es un problema. Ponemos interés las dos y ya sé cuándo está de acuerdo con algo y cuándo no. Si está enfadada o no. Lo más importante se entiende, es verdad que nos faltan los matices: no sabes si está enfada porque le han hecho algo o porque se siente mal. Te falta esa información”.

Miren, que vive en Pasaia, reconoce que es “difícil” saber si en su país Valeria “está bien”. “Creo que en este caso su padre y su madre son majos. Tiene otra hermana dos años más joven. Con sus dificultades, pero creo que lleva una vida bastante buena”.

“Ni su padre ni su madre tienen trabajo y, por lo tanto, no tienen dinero. Pero a la niña no se le ve mal”, explica Miren.

Casualidad o coincidencia, pero Valeria es la sobrina de Nastia, la niña que durante varios años pasó su verano en casa de Sorkunde e Imanol, y que ahora tiene ya 17 años. Es la hija de su hermano.

“La experiencia es recomendable porque salen ganando las dos partes. Pero todo depende de cómo seas tú y como sea el niño o la niña. Yo he tenido mucha suerte, porque es una niña muy buena”, apunta Miren, que reconoce que llegan algunos “con muchos problemas” porque, por ejemplo, “sus padres les maltratan”. En esos casos “a veces sienten una especie de rabia interna que pueden pagar contigo”.

“Recomendable, sí. Fácil, no. Y que a veces puede salir mal, pues también, como pasa con cualquier nueva experiencia en la vida”, apunta Miren, para quien la experiencia está siendo tan enriquecedora que afirma que está animada para volver a traer a Valeria. “Si quiere estudiar aquí, yo estaría de acuerdo. Es una cría muy buena que hace a diario los deberes y que se esfuerza en aprender el idioma. Yo estaría dispuesta a ayudarle algo más”, asegura.