o se ve un alma en el tendido 1 de IlIumbe, donde se inoculaba hasta ahora contra el coronavirus a la población de menos de 55 años. No hay movimiento. No hay dosis ni suministro de preparados en este puesto tras la suspensión de la vacuna de AstraZeneca. La consejera vasca de Salud, Gotzone Sagardui, acaba de ofrecer la rueda de prensa. Insiste en que no se ha registrado ninguna reacción adversa grave, algo que han escuchado buena parte de las personas que acuden a este recinto multiusos, a la puerta 9, la única que está abierta. “Sin quererlo, con todo este jaleo te surgen dudas”, admiten varios citados por Osakidetza.

Un sanitario de la OSI Donostialdea les va llamando uno a uno en lo que parece un ambulatorio a la intemperie. Hay usuarios que entretienen la espera tomando asiento en la decena de sillas dispuestas en el exterior de la antigua plaza de toros, convertida en vacunódromo desde hace dos semanas. “Te entran unas dudas enormes”, admite sin rodeos Bixen Arraras. “Estamos entre las dudas y el deseo de que esto acabe”.

Esta mujer, de 85 años, no ha venido a inmunizarse con el suero. Acompaña a su marido, Celes Asarza Remiro, de 86 años, que no tiene ningún reparo en recibir el antídoto, por mucho revuelo que, como dice, se haya montado con la de AstraZeneca. Han venido en autobús. El coche se ha quedado sin batería después de un largo año de pandemia en el que apenas le han dado uso.

El sentir de este matrimonio refleja, de alguna manera, la ambivalencia que despierta entre la población mayor la suspensión temporal de la vacuna de la farmacéutica británica, que no afecta para nada a este sector poblacional. La suya pertenece a la remesa de Pfizer, de la que ya se han administrado 31.494 dosis entre los mayores de 80 años, prácticamente una de cada cuatro personas personas de esta franja de edad.

Con todas las cautelas, reconocen un conflicto de sentimientos al ver en la dosis programada la luz al final de un largo túnel, y a su vez un temor inesperado a que el remedio pueda ser peor que la enfermedad. Las autoridades sanitarias insisten en que no hay nada que temer. “En la radio escuchas que es más un problema político, y al final no sabes con qué quedarte. Me parece bien que se decrete una suspensión temporal para que se traslade a la población más seguridad”, sostiene Arraras.

Acaban de llamar a su marido, que entra en el recinto. Una enfermera comprueba sus datos, tras lo cual pasa al puesto de vacunación. Después descansa en una sala acondicionada con sillas, donde debe permanecer unos quince minutos de reposo.

En esa sala también está la amiga de Marisa Obeso, de 78 años, que acaba de recibir el suero. Marisa le espera en el exterior leyendo NOTICIAS DE GIPUZKOA. “Todavía no me ha tocado el turno, supongo que será en las próximas semanas. Cuando se ponen a hablar de trombos y embolias da un poco de miedo, pero bueno. Dos sobrinas han recibido la dosis de AstraZeneca y no les ha pasado nada”, indica Obeso, que se entrega de nuevo a la lectura sentada en una de las sillas.

A unos metros, Maite, de 84 años, acude al reclamo en cuanto es citada. Es de las que no se arredran. Estaba deseando recibir la vacuna cuanto antes. Su hija, que se ha quedado a la espera, cuenta que desde julio no han organizado ninguna comida familiar. “Mis padres han seguido a rajatabla todas las indicaciones, viendo a sus nietos desde el balcón”. Por todo ello, Maite ve en la vacuna una liberación.

Daniel Manuel, de 61 años, tiene algo más de reparo. Se ha acercado con su suegro, que acaba de recibir la vacuna. “Por mi edad, seré de los últimos en ser citados”. Y visto lo visto, dice que tampoco tiene prisa, hasta que todo esté más claro”.

“Da un poco de reparo, pero mis dos sobrinas han recibido la vacuna y no les ha pasado nada”

A la espera de ser citada. 78 años

“Se oye que es más un problema político que sanitario, y al final no sabes con qué quedarte”

Vecina de Donostia de 85 años