Cada línea y cada página que leen es una lección de vida. Un ejemplo de aceptación y de superación. Cada vez que una persona con discapacidad visual (ceguera total o con algún resto de visión funcional) toca acariciando o sobando, según la habilidad, las combinaciones de puntos en relieve que configuran el alfabeto Braille, adquiere una perspectiva única y extraordinaria de la vida. De su vida. No es que cure heridas emocionales, pero la lectura es desde siempre un remedio común contra la soledad.

Sin embargo, han tenido que pasar casi dos siglos para que la ONU haya reconocido el valor inmaterial y la dimensión social del código de lectura y escritura ideado en 1825 por Louis Braille. La fecha elegida para conmemorar esta hazaña, imprescindible para el día a día de miles y miles de personas, ha sido el 4 de enero. Un paso poderoso y significativo no solo por lo que simboliza, sino porque además confirma un capítulo universal de los Derechos Humanos: la igualdad de oportunidades. “Será un día de celebración, pero también de reivindicación, de sensibilización,?“, subraya Ana Dávila, jefa de Servicios de ONCE-Euskadi.

Desconocido e ignorado por la inmensa mayoría de la ciudadanía (y empresas e instituciones) este alfabeto es la llave maestra para que personas con discapacidad visual accedan a la información y a la educación, fundamentalmente, en igualdad de condiciones que otras personas. En la Comunidad Autónoma Vasca (CAV), por ejemplo, hay 129 afiliados a la ONCE que periódicamente reciben las comunicaciones internas de la asociación en formato punteado. Y en la actualidad hay ocho personas aprendiendo a manejarse en Braille en las oficinas y centros sociales que la ONCE tiene repartidos por la geografía vasca.

Marta Alegría es una de las cuatro instructoras. Y lo hace con disciplina -“pero en el buen sentido”, telegrafía Ander, uno de sus alumnos- y también con una sonrisa cómplice a cada sugerencia y advertencia, como descubre mientras alfabetiza a Joseba, Iñaki y Javier. El primero de ellos, Joseba Belasko, de Portugalete, es todavía novel en el exigente arte de leer arrastrando los dedos. Se defiende, pero a veces se le despistan entre las yemas de sus dedos índices los puntos en relieve de la cartilla con la que aprenden a descifrar ese código. “Estudié Informática hace ya tiempo (tiene 59 años) y este tipo de sistemas binarios y combinación de caracteres me gusta. Se hace ameno el aprendizaje”, relata. Hasta ahora había podido defenderse “bien” con los medios tecnológicos existentes (pantallas, magnificadores,?) pero hace un par de años tuvo desprendimiento de retina en el ojo dominante y ha optado por aprender el sistema.

No es un idioma. Desde 1825, año en el que Louis Braille concibiera su sistema de puntos de relieve, las personas ciegas cuentan con una herramienta para leer, escribir, componer música o dedicarse a la informática. “No se trata de un idioma”, puntualizan desde la ONCE. Mediante Braille pueden representarse todas las letras y signos de puntuación, los números, la grafía científica, los símbolos matemáticos, la música,?

Presencia y ausencia. Se trata de un sistema de parte de 6 puntos que ofrece 64 combinaciones. La presencia o ausencia de puntos en cada posición determina qué letra es. Puesto que estas 64 combinaciones no cubren todas las posibilidades, se utilizan signos diferenciadores especiales que antepuestos a una combinación de puntos convierten una letra en mayúscula, cursiva, número o nota musical.