De Cuba a Los Ángeles pasando por Madrid. Es el itinerario que recorrió Ana de Armas (en la imagen) camino al estrellato. Fue una inteligencia artificial incorpórea en la secuela de Blade Runner; acaba de ser la contraparte empoderada y femenina de James Bond en la última de la saga; y ha trabajado con Olivier Assayas, Rian Johnson y Danny Boyle. Pero antes de todo ello, antes de ser nominada a un Globo de Oro por su papel en Puñales por la espalda, antes de enfundarse en la piel de nada más y nada menos que Marilyn Monroe en la película Blonde que presentará hoy en Donostia, aunque usted no lo recuerde, en 2012, aún en plena euforia por la televisiva El internado, pisó la alfombra roja del Zinemaldia con La voz dormida. A los imberbes que entonces se agolparon en los aledaños del María Cristina, el Victoria Eugenia y el Kursaal se les suman ahora otros que han conocido a la intérprete en su posterior estado de gracia, algo que ha logrado, no cabe duda, con tesón, pero también, seguro, gracias a aquello de lo que hablaba Woody Allen en Match Point, del factor aleatorio que hace que una pelota de tenis caiga a un lado de la red o que, por contra, se quede por el camino donde yacen tantas y tantas carreras que, aún esforzándose, nunca lograron brillar. l