Este verano he leído algunas cosas de Paul Auster (alguna de ellas mientras comía un menú), y me ha hecho gracia verlo ahora como responsable del jurado en el Festival de Cine de San Sebastián, ese mismo en el que tanta gente que no pisa una sala durante todo el año hace largas colas para conseguir una entrada. Me ha gustado verlo aquí, y poder leer algunas de sus declaraciones sin pelos en la lengua. Por ejemplo: "Cada vez es más complicado hacer en Estados Unidos cine independiente y, si lo consigues, tienes graves problemas para distribuirlo. A Estados Unidos cada vez llegan menos filmes extranjeros. La situación es terrible porque la mayoría de las producciones norteamericanas son idioteces y están dominando la cultura mundial". ¡Qué alegría escuchar estas palabras en boca de Auster! Si tú te atreves a decir porque así lo crees que la mayoría del cine norteamericano actual es una majadería, serás tachado inmediatamente de panfletero, envidioso... y hasta de amargado, si te descuidas; pero ahora lo ha dicho alguien que viene de allí, y que goza de un prestigio incuestionable en los medios literarios y cinematográficos; y, que yo sepa, todo el mundo se ha quedado mudo como una piedra (Harria bezain mutu cantaba un grupo euskaldun). Me he alegrado mucho. Quizá hasta sirva para que alguien se quite de encima un par de gramos de complejo de inferioridad, y vea que lo que se nos impone no es el súmmum de lo cinematográfico, mientras que lo que rechazamos puede ser a menudo más interesante. Digo esto porque no hace mucho leí una encuesta a nivel estatal, en la que seis de cada 10 encuestados afirmaban que no les gusta el cine europeo. Casi el 70% ponía por delante "esas idioteces" de las que hablaba Auster. Y ya sabemos lo que ocurre: si se consumen muchas idioteces, se puede acabar siendo... ejem, poco profundo y sensible.