- Del premier británico, Boris Johnson, se pueden decir muchas cosas que van de lo regular a lo pésimo pasando por lo malo, pero no que ha incumplido su promesa electoral de consumar el brexit. Lo hizo, además, por el camino más encarnizado, a pesar de que hasta el último minuto desde la Unión Europea se le fueron ofreciendo salidas que dulcificaban la ruptura. Ya que el divorcio no tenía marcha atrás, se trataba de amortiguar el golpe a uno y otro lado del canal de la Mancha. Y no solo por el beneficio de las empresas, que también, sino por paliar el indudable daño que la decisión iba a suponer para los ciudadanos del Reino Unido y también para millones de ciudadanos de los otros 27 países que tenían alguna relación con las islas. Se optó por cortar por las bravas y como hemos visto, las consecuencias se están pagando muy caras.

- Primero fue el colapso del eurotúnel nada más inaugurarse 2021. Luego vimos la falta de suministros de bienes básicos que se plasmó en las alucinógenas instantáneas de estanterías vacías en los supermercados o en el inimaginable anuncio de las macrocadenas de comida rápida (McDonald's o KFC, entre otras) de que no podían servir ingredientes nucleares de sus menús. Y lo último hasta la fecha han sido las imágenes posapocalípticas de colas infinitas ante las gasolineras con todos los surtidores fuera de servicio y los aspirantes a llenar el depósito liándose a trompadas. No es improbable que, como dicen las atribuladas autoridades británicas, la histeria explique en parte el desabastecimiento. Lo de la pandemia ya va colando menos en el momento de retirada del virus. Es obvio que el origen de esta nueva crisis está en las consecuencias de una decisión, la de partir peras con Europa, que se adoptó de modo escrupulosamente democrático, seguro que sí, pero sin tener en cuenta lo que acarrearía.

- La tentación ventajista de los que asistimos como espectadores a las cuitas de los súbditos de Johnson es sonreír e ironizar con el clásico Disfruten lo votado. Pero quizá resulte menos infantil y de más provecho buscar el modo de limitar los daños tanto para los británicos como para los europeos a los que el brexit está resultando extremadamente lesivo. No es momento de revanchas, sino de buscar el modo de recomponer el mayor número de puentes que sea posible buscando el beneficio mutuo. Eso, sin dejar de tomar nota para futuras ocasiones de que ejercer el derecho a decidir -ojalá nos toque algún día- es una cuestión que no hay que tomarse a la ligera.