- Lo había olvidado, pero me lo recordó mi colega Alberto Moyano al calor de la estupefacción por el descubrimiento de que la denuncia de Malasaña era falsa. En plena tertulia de Radio Euskadi en noviembre de 2009, los teletipos empezaron a silbar histéricamente. Informaban de un atentado contra el cuartel de la Guardia Civil de Leitza. Los datos eran confusos, pero parecía tratarse de un intento de ataque con lanzagranadas que un agente había evitado al enfrentarse a los terroristas a tiros. Él había resultado herido. Y allá que los presentes sacamos el traje de Lagarterana y nos pusimos a espolvorear, con su matiz correspondiente, lo que el manual marcaba para aquellas ocasiones. Imaginen la cara que se nos quedó a servidor, que conducía el programa, y a los contertulios cuando pocas horas después se descubrió que todo lo había montado el heroico benemérito. Él mismo se pegó el tiro en el brazo y disparó otras balas.

- Es solo un ejemplo entre mil. También me pilló de refilón lo del falso secuestrado por ETA Bartolín, al que Borja Sémper abrazó emocionado en la estación de Irun, como confesaba anteayer, todavía con inocultable rubor. Y qué decir de una mujer de León que se pegó los labios vaginales con Loctite y se hizo una gira por los platós para acusar a su exmarido. También la creímos, como nos tragamos -en este caso, durante muchos años- las terroríficas historias de Mauthausen que nos narraba Enric Marco antes de que descubriéramos que jamás pisó el campo de concentración. La misma credibilidad le concedimos a una tal Tania Head, realmente llamada Alicia Esteve, que fue agasajada como víctima del 11-S, cuando estaba a kilómetros de Nueva York aquel día.

- Después de esos casos y de otros del pelo, mi gremio se ha venido entregando al flagelo, la contrición y al propósito de enmienda anunciado entre golpes de pecho. Lo gracioso y revelador, como se ha vuelto a repetir con la mentira de Madrid, es que los que más elevan la voz y el mentón son también los que con mayor fe ciega se sumaron a la causa de los que luego se revelarían como farsantes. Por mi parte, y aun sintiéndome profundamente imbécil por haber picado y contribuido a difundir el bulo, confieso que prefiero equivocarme una vez de tanto en tanto antes que ser un desalmado que sistemáticamente pone en cuarentena o niega a quien denuncia haber sido agredido. Que nos quede claro que lo excepcional son las denuncias falsas, no las agresiones.