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Una Sherezade homoerótica, la crítica de 'El cautivo' de Amenábar

Curioso, cada vez que un director español prueba el Óscar, se intoxica

Una Sherezade homoerótica, la crítica de 'El cautivo' de AmenábarThe Walt Disney Studios

Abrochada a una hipótesis tan irrelevante para el contenido del filme como indemostrable e indemostrada, las relaciones sexuales de Miguel de Cervantes con el Bajá de Argel, El cautivo ofrece una prueba incuestionable de la decadencia de una manera de entender el cine en España. No es el único. El naufragio de Alejandro Amenábar, su desvitalización y su manierismo crepuscular, han venido precedidos de otros hundimientos relevantes como el de Fernando Trueba y Pedro Almodóvar. Curioso, cada vez que un director español prueba el Óscar, se intoxica. Parecería que se desatase en ellos una megalomanía pueril, al mismo ritmo que se desvanecen sus originales atrevimientos. Merecería un ensayo ahondar en esta cuestión donde vanidad, miedo, mediocridad y ambición arruinan lo que, en algún momento, parecieron singulares personalidades de cineastas llamados y/o designados para significar una época.

La que Amenábar recrea en El cautivo acontece en Argel, de 1575 a 1580. Tiempo extraño y beligerante donde el mar era campo de batalla y la tierra, espacio indefinido donde el infierno y el paraíso convivían. Nada nuevo. El sempiterno telón de fondo sobre el que se retrata la doliente humanidad. En todo caso, no hay que pedir rigor histórico a la aventura de Amenábar por más que un erudito del tema, Alejandro Hernández, preste sus servicios en el guion. Más allá del contexto y de algunos personajes, Amenábar ha ficcionado los hechos como ha querido, ha perdido en el camino algunos personajes, como al hermano de Miguel de Cervantes, y fabula. Sobre todo, fabula.

‘El cautivo’

Dirección y guion: Alejandro Amenábar.

Biografía sobre: Miguel de Cervantes.

Historia: Alejandro Amenábar, Alejandro Hernández.

Intérpretes: Julio Peña, Alessandro Borghi, Miguel Rellán y Fernando Tejero.

País: España. 2025.

Duración: 133 minutos.

En cierto modo, Alejandro Amenábar se convierte en Cervantes y deja al público el papel de Hasán Bajá. Consecuente con ese reparto de roles, Amenábar inventa historias con la voluntad de captar nuestra atención. Como acontece con el Cervantes interpretado por Julio Peña, todo se ve estremecido por la urgencia, por la necesidad. Y en su nombre se da vida a la hipérbole y a la impostura.

Amenábar acude a esta cita armado con algunas de las obras maestras de la literatura. De Las mil y una noches a Don Quijote de la Mancha, pasando por El lazarillo de Tormes, por Homero y por los autores de las primeras obras clásicas. Todo se permite para salvar la vida.

Sobre el papel, la disposición de las piezas de Alejandro Amenábar resultaban poderosas. Con tanto referente, con tanta altura, con cómplices como esos, solo cabría esperar un acercamiento a Miguel de Cervantes profundo y regenerador, singular y modélico. Pero nada de eso se encuentra en El cautivo. El autor de Tesis (1996) y Abre los ojos (1997) incumple con los titulares de sus dos primeras películas. Ni hay tesis, o sea ideas con enjundia en El cautivo, ni el cineasta mira con hondura a quien escribió la obra más grande de la literatura castellana. La única ocurrencia que aporta, la de insinuar las relaciones sodomitas entre Cervantes y el Bajá, se resuelve de manera pudorosa, ambigua y con un romanticismo muy canónico, muy de telenovela gay a medio salir del armario. Su fascinación por el sátrapa de Argel resulta proverbial. La simpleza de sus personajes y sus relaciones, son de cartón piedra. Mal están los intérpretes, actores disfrazados que declaman frases escolares. Tópicos resultan los subrayados, esos guiños con los que Amenábar reitera hasta la náusea cómo en el cautiverio de Argel, entre las aguas cálidas del baño del sultán y los barros ensangrentados del patio de reclusos, Cervantes vislumbró la venida del enamorado de Dulcinea.

Esa aparición alucinada por la que los padres trinitarios, mediadores entre los secuestradores y las familias de los secuestrados, devienen en una representación de Sancho y Quijote; ese barbero de lupanar queer, de vapores aromáticos y aceites con pringue cuyo nombre bautizará al caballero de la triste figura, rozan el ingenio enturbiado de un escolar tras sus primeros canutillos de hachís. Y así, ante estos destellos de 1492 y Curro Jiménez, uno no puede sino encomendarse al desconcierto intrínseco del Honor de cavalleria, (2006), del errático Albert Serra. l