Dirección: Joseph Kosinski. Guion: Ehren Kruger, Eric Singer y Christopher McQuarrie. Intérpretes: Tom Cruise, Miles Teller, Jennifer Connelly, Jon Hamm, Glen Powell, Ed Harris y Val Kilmer. País: EEUU. 2022. Duración: 131 minutos.

n 1986 Chernóbil se abismaba en el holocausto nuclear. En esos meses EEUU bombardeaba Libia y la América que habla español se veía atravesada por senderos luminosos de sangre y fuego. También ese año, en el país del reloj de cuco, moría Borges, cerca de donde, once años antes, se despidió Chaplin. Cierto que en ese mismo tiempo empezó a brillar Lady Gaga, quien pone la música final a este Top Gun: Maverick.

Paradójicamente aquellos días hubo muchos accidentes aéreos; muchas muertes que empezaron en el cielo y se consumaron en la tierra. Se asistió al desastre del Challenger y a las pruebas atómicas del ejército yanqui al que no le importaba las protestas de la URSS ni los 17.000 millones de dólares que la ONU le impuso como condena por haber apoyado a la Contra nicaragüense. Un puñado de dólares a cambio de casi 40.000 muertos civiles era una ganga.

Lo que iba a cambiar el mundo hay que buscarlo en los encuentros entre Ronald Reagan y Mijail Gorbachov. El mismo año en el que el Irangate nos recordaba que el juego sucio de la administración yanqui nunca cesa, Gorbachov, el iluso, creería a Ronald, el cowboy de la Casa Blanca. Fue un año jodido y en esas circunstancias triunfó Top Gun, un filme patriótico filmado por Tony Scott, el hermano oscuro de Ridley. Con él se consagró Tom Cruise. Exactamente su personaje; Pete Mitchell, alias Maverick, el hijo de un combatiente de Vietnam cuya lucha tenía mucho de reivindicación y venganza por la pesadilla vivida en la bella y apacible Indochina. En 1986, Top Gun impuso su señuelo. No ver que los ángeles son los demonios.

Han pasado 36 años, el pulso de la geopolítica y sus sucios intereses dan más asco que nunca y Top Gun: Maverick arrasa aupada por la nostalgia, con un Cruise eterno, un Val Kilmer desgarrado por el cáncer y una Jennifer Connelly, la de Requiem por un sueño, que convierte en glamur unos bluejeans con botas vaqueras.

El maestro de ceremonias de este pelotazo audiovisual es Cruise, Tom Cruise; un fenómeno del espectáculo que no distingue la realidad de la ficción. Se cuenta que en el rodaje puso a prueba a todos y que la acción se vivió como una especie de misión imposible. Es el estilo Cruise y es lo que le ha funcionado desde hace cuatro décadas. Su pacto con Mefistófeles y con la cienci(ologí)a cosmética lo conservan en modo Walt Disney, sin arruga alguna; con una imperturbable sonrisa helada para siempre.

El filme, dirigido con disciplina profesional por Joseph Kosinski, fiel lugarteniente de Cruise para el que dirigió Oblivion (2013), evidencia la solvencia de quien pasa por ser un maestro del CGI, (imágenes generadas por ordenador). En sus manos, la noria de Top Gun gira y gira, con brillantez y sin sentido; al servicio del quiebro circense y la nadería sentimental. Así visto, ese récord de taquilla parece inocuo, blanco, venial.

Pero en 2022, Europa está en llamas y el mundo se apaga con la misma velocidad que aumentan los millonarios y crece la brecha entre poderosos y víctimas. En 2022, Top Gun: Maverick se presenta como una película ideológicamente tóxica. El enemigo al que se enfrentan en esta aventura no tiene bandera ni rostro. Es el otro, al que hay que eliminar. La guerra se escenifica tal y como la veía la Polla en Johnny es un bastardo. De hecho, si en lugar de Lady Gaga y esa banda sonora que incluye a The Who y a Ottis Reding hiciéramos sonar lo de Johnny nunca ve la muerte/ Johnny no mata a la gente: elimina el objetivo... el veneno ideológico de esta anodina película quedaría desactivado y el patetismo patriótico de Maverick adquiría su verdadero significado. Que no es otro que banalizar el crimen para representar el sanguinario cretinismo que nos está devorando. l