El concurso nació tras un encargo de Salvador Pons, alto directivo del ente público, a Narciso Ibáñez Serrador, quien ya era un peso pesado en TVE después de exitazos como la serie Historias para no dormir, o el programa especial de humor Historia de la frivolidad, firmado junto a Jaime de Armiñán, maltratado por la censura franquista y luego receptor de numerosos premios internacionales. Y en principio no era original del todo, o su originalidad residía en arriesgar fusionando.

Dice literalmente el libro Las cosas que hemos visto. 50 años y más de TVE, editado por el ente público con motivo de su primer medio siglo de existencia, que el realizador pensó en un formato "en el que pudieran integrarse las mecánicas más eficaces del género: preguntas, pruebas de habilidad y pruebas psicológicas". Es decir, las tres tendencias que llevaban los concursos de la época, solo que mezcladas, y que dieron forma a las tres fases del que sería el más popular concurso televisivo para muchos espectadores: las preguntas que se les hacía a tres parejas de concursantes (aquello de "hermanos y residentes en€"), la eliminatoria en la que las dos parejas que no habían superado la anterior fase se jugaban seguir adelante en el programa merced a pruebas tan originales como en casos inverosímiles, y la subasta, en la que la pareja que afrontaba el tramo final tenía que ir superando aquello de "pueden ustedes quedarse solamente con uno de los tres regalos que hay sobre la mesa". Una vez aquí, llevarse un coche utilitario o un apartamento en Torrevieja, algo hoy considerable incluso hortera, era lo más de lo más, el premio gordo, mientras que el fracaso suponía quedarse con la calabaza Ruperta o con premios tan inverosímiles como mil kilos de patatas o 200 sillas de comedor. Eso sí, el programa siempre se emitía en fin de semana: era pura fiesta y la fiesta era lo que marcaba su devenir, así que audiencias hoy impensables se sentaban cada viernes frente al televisor para ver las aventuras que proponía el peruano Kiko Ledgard, primer presentador, siempre lleno de relojes de pulsera y con los calcetines desparejados de dos colores diferentes.

Se dice que fue precisamente de la unión de estas tres tendencias de donde vino el nombre de Un, dos, tres, y en su conjunción residió la originalidad del invento. Hay que decir que al menos dos de esas tres maneras de afrontar un concurso eran bien conocidas por Chicho, tanto por su quehacer en la televisión argentina (donde había realizado, por ejemplo, Uno, dos... Nescafé), bien de su conocimiento de lo que se hacía a nivel internacional, algo totalmente ignoto para la inmensa mayoría de los espectadores de la época, atrapados en la cerrazón del régimen que sufrían durante aquellos años.

A las tres fases que formaron la base del espacio se fueron uniendo otras con el paso del tiempo, como el juego de consolación o la presencia de los llamados sufridores, lo mismo que la publicidad, al principio inexistente o tapada, que fue ganando presencia hasta el punto de acabar patrocinándolo prácticamente todo, restando agilidad y veracidad al programa y convirtiéndose en un lastre, muy rentable pero francamente molesto.

Ruperta, un símbolo del programa.

Otros aciertos

Pero hubo más aciertos que combinar los tres tipos de concursos que se celebraban hasta la fecha, y sin duda cuatro fueron los puntales que terminaron de hacer despegar a un espacio que el propio Chicho se negó a firmar en las primeras semanas, al considerarlo menor para la que hasta entonces era una producción más sesuda, e incluso un tanto insustancial. Fueron, al margen de la adecuada elección de los presentadores (el peruano Kiko Ledgard y la hispanoargentina Mayra Gómez Kemp alcanzaron dimensiones legendarias), el componente picantón del espacio, con las secretarias en minifalda rompiendo barreras en una sociedad pacata y poco acostumbrada a tales excesos; la tradicional lucha entre el bien y el mal, trasladada al humor con la nota negra que siempre ponían bien don Cicuta y sus compadres, bien Don Rácano y los suyos, o bien las hermanas Hurtado (las Tacañonas); la presencia constante de lo más granado del mundillo cómico, con un desfile permanente de actores y humoristas que desengrasaban las pruebas arrancando muchas sonrisas; y la concepción espectacular del producto, en el que no se escatimaba ni en colaboradores, ni en decorados, ni en producción, ni en horas de grabación.

Temporadas

Se dice que el Un, dos, tres tuvo diez temporadas, aunque sea difícil desglosarlas, porque intermitentemente estuvo vivo entre abril de 1972 y 2004, pero es más correcto hablar de seis etapas: la exitosísima inicial, que va del citado 24 de abril de 1972 (se estrenó a una hora muy tardía para la época, las 23,30 horas, lo que no impidió que el éxito fuese inmediato) hasta abril de 1973, cuando el programa salió de gira veraniega por el país y se especuló con que no continuaría; la segunda, que media entre 1976 y 1978; la tercera, marcada por la caída desde un balcón en su país de Ledgard, lo que obligó a buscarle sustituto en la persona de Mayra Gómez Kemp (que se impuso a Emilio Aragón, entre otros candidatos al puesto) y que va de 1982 a 1988; la cuarta, ya con el tandem formado por Jordi Estadella y Miriam Díaz Aroca al frente, entre 1991 y 1993; la quinta, ya en la cuesta abajo, con José María Bachs como presentador en la temporada 1993-1994; y la sexta y definitiva, que certificó la muerte de un formato que a esas alturas se había exportado a numerosísimos países de todo el mundo (es una de las mejores ventas que ha hecho TVE en su historia), en la que Luis Larrodera lo intentó todo, pero sin suerte, ya en 2004.

Al margen de otras cuestiones, el Un, dos, tres... fue un trampolín constante para futuros grandes nombres. Por ejemplo, de las secretarias, algunas de las cuales hicieron luego larga carrera, como Victoria Abril, Silvia Marsó, Kim Manning, Agata Lys, Aurora Claramunt, Blanca Estrada, Nina, Beatriz Escudero, Silvia Marsó, Lydia Bosch, o Paula Vázquez. Un fecundo semillero.

Y entre los humoristas que desfilaron por el programa, algunos de los cuales alcanzaron una popularidad hoy impensable, se puede citar a Eugenio, Fedra Lorente La Bombi, Martes y Trece (que llegaron a hacer de malos, aunque la cosa no cuajó), Angel Garó, Bigote Arrocet, el Dúo Sacapuntas, Raúl Sender, Antonio Ozores, Pepe Viyuela, Manolo Royo... Vamos, lo más granado de la escena cómica nacional.

Hoy, aún se debate si un programa como el Un, dos, tres... tendría cabida en una parrilla de las que conocemos. Hay quien piensa que no, pero la historia de la televisión dice que lo bien estructurado, si se adapta a los tiempos, suele funcionar de nuevo. Ejemplos los hay de sobra. Quizá lo que falte sea el talento de personas como Chicho Ibáñez Serrador (Montevideo, Uruguay, julio de 1935; Madrid, junio de 2019), aquel genio todoterreno que era actor, director, realizador televisivo, guionista, músico y unas cuantas cosas más, hijo único del matrimonio hispano argentino formado por el actor y director teatral asturiano Narciso Ibáñez Menta y la actriz bonaerense Pepita Serrador, que creció solo, que conoció las tablas desde bebé, que fue un tipo culto, enorme lector, imaginativo y viajero, llamado a marcar época en unos tiempos más que difíciles.