Con motivo de la edición por Nabarralde de este libro he realizado varias presentaciones, cuyo texto resumo. Nací, casi en la agonía de la Edad Media, en una pequeña villa del sur de la provincia de Lugo, Quiroga, perteneciente a la nación gallega.
Si el poeta germánico Rilke afirmaba que la patria está en la infancia y el escritor portugués Pessoa aseveraba que se situaba en la lengua, no niego que ambas afirmaciones alimentaron mis raíces infantiles. Manifestaba el poeta Ovidio: “No sé por qué dulce encanto la tierra natal a todos nos cautiva y nos impide olvidarla”. Mi niñez transcurrió bajo la sombra de la estricta educación del nacionalcatolicismo y de la severa autocracia del Perenne vigía de occidente, que blandía flamígera espada contra los enemigos de España: la famosa confabulación judeo-masónica-comunista-separatista.
En los recantos sedimentarios de la memoria se halla siempre la reafirmación de la lengua como elemento fundamental de la identidad galaica, a pesar de las acusaciones de paletismo y de haber sufrido en determinada época el clásico complejo del colonizado, que tan bien describe Albert Memmi en El retrato del colonizado. Decía Séneca: “Nadie ama su patria porque es grande, sino porque es la suya”. El que pierde sus raíces, pierde su identidad y sin ella no se puede andar por el mundo, digan lo que digan los cosmopolitas de salón. Algunos afirman que el nacionalismo se cura viajando. Puedo asegurar por experiencia particular que tal afirmación no es cierta. Yo tomé conciencia plena de mi identidad nacional en territorio extranjero, concretamente en el predio de la señora Ayuso Entzun. La querencia a la propia nación no es una herida, es una mansa caricia en forma de beso, que no se cura con la hiel del odio, sino con la miel del amor. Si no la sientes, la patria no existe.
Hacia 1965 ingresé en las filas del nacionalismo y entré en contacto con vascos, estudiantes en la ciudad del oso y el madroño. Conocí a una bella donostiarra de ojos verde-esmeralda, estudiante de Económicas en la capital del Reino, y por obligado imperativo del trabajo y el dulce yugo del amor recalé en Euskal Herria en 1973.
Reconozco que al nacimiento de este estudio ha contribuido la infusión en mi ADN de un doble amor, a mi patria originaria, Galiza, y a la adoptiva, Euskal Herria. La riqueza del mundo se halla en la variedad de pueblos como el mosaico en la multiplicidad de teselas y desde la ventana de una pequeña nación se puede observar la belleza del universo.
Si alguien dijo que no se podía servir a dos señores, seguramente no se equivocó. Pero no tuvo en cuenta que un verdadero patriota de una nación oprimida puede ser seducido por dos amores: apreciar cumplidamente su patria primigenia y prendarse de la prohijada acogedora. Amar lo propio nunca implica despreciar lo ajeno. El bertsolari, Xabier Amuritza manifiesta con meridiana claridad este doble sentimiento en una estrofa que me dedicó con motivo del ingreso en la RSBAP:
Galizan sustraiak,
adarrak Euskadin;
Zuhaitz bikainagorik
ez ziteken egin.
Estoy sumamente agradecido a Euskal Herria, porque me regaló sustento, trabajo, cariño y familia y afianzó mi personalidad patriótica. Por eso, me declaro: gallego de nación, vasco de adopción, galeuzcano por convicción, solidario por vocación, español por imposición, social-cristiano de la liberación, humanista de corazón, desobediente a la sumisión, insumiso a la dominación, rebelde a la coerción, priscilianista por devoción, franciscanista por veneración, santiaguista por obligación y ucraniano-palestino por compasión. La compasión-padecer es hoy un valor revolucionario.
Cuando este gallego, consciente de su identidad nacional, sentó sus posaderas en la lujuriosa geografía vasca, procuró por todos los medios posibles en aquella época estudiar los orígenes y razones de la intensa conciencia nacional entre los habitantes de Euskal Herria, no sin disimular ciertas dosis de sana envidia y verdadera admiración. Pasado más de medio siglo, he logrado mínimamente atisbarlas. Como consecuencia de esa larga inmersión nació precisamente este libro, que surgió, por tanto, de un alarde de sincero afecto y de un desfile de asombrosa fascinación. Supone un homenaje a esta hermosa nación, que acogió hospitalariamente a emigrantes de otros pueblos.
En realidad esta obra es fruto de dilatados años de lecturas, de escrituras múltiples, de pesquisas varias y de una larga experiencia de impartición en aulas. He procurado dotarla de lógica cohesión cabal, de adecuada contextualización remota y próxima, de engarzada y escalonada secuencialidad cronológica y de interdependiente tensión dialéctica, siguiendo una metodología a caballo entre el marxismo heterodoxo inglés y la Escuela francesa de los Annales. Cualquier lance histórico es nieto de antecedentes lejanos, hijo de precedentes próximos y el parto final, a veces con cesárea, se produce a impulsos de un precipitante, en muchos casos anecdótico. En relación al nacionalismo vasco sólo puede comprenderse en una concreta tesitura, que denunciaba el navarro Hermilio de Oloriz (1854-1919), en La cuestión Foral, libro publicado en 1893, con estas palabras: “Es en extremo doloroso ver a un pueblo tomar lo ajeno por propio y lo propio por ajeno, actuando indiferente ante la pérdida de su personalidad”.
El pasado hay que interrogarlo, nunca negarlo, matarlo o enterrarlo. Por desgracia, alarmantes neofascismos, claros negacionismos, incuestionables genocidios y groseras invocaciones a sepelios en fosas amenizan el panorama cotidiano actual. Esta frase de Cicerón se puede trasladar al ámbito colectivo: “Si ignoras lo que ocurrió antes de que tú nacieras, siempre serás un niño”. La memoria es un pequeño paraíso que se agiganta con el tiempo y late con fuerza en el corazón.
Este invierno me proporcionó la oportunidad de revisar el tema, reflexionar sobre él, releer lo escrito, dotarlo de coherencia sistemática, incorporar hipótesis e incluir algunas aportaciones más o menos novedosas, especialmente referentes a la relación fuerismo-nacionalismo, a ciertas y desconocidas contribuciones de la diáspora y a la Gamazada. Previamente me atreví a incluir con más bien divulgativo, unas breves nociones, que creía pertinentes, sobre conceptos como nación y nacionalismo.
El nacionalismo no afloró de la nada, no nació por generación espontánea, ni descendió como el maná en el desierto, sino que transitó mansamente y eclosionó más agitadamente mediante un dilatado y, a veces conflictivo proceso, surgido inicialmente de un substrato previo de conciencia privativa y diferenciada. De este generoso sedimento aventaría El fuerismo, que suministró el bagaje ideológico y los argumentos identitarios, incorporados por el nacionalismo a su código esencial. También La Gamazada (1893-94). Ésta fue el auténtico ariete impulsor que precipitó la emersión del nacionalismo en Euskal Herria, por lo que el viejo reino se situaría como vanguardia instigadora del movimiento, aunque en la trayectoria posterior permanecería en los márgenes durante algún tiempo. El fuerismo y su decisiva influencia en el acervo identitario del nacionalismo, así como La Gamazada, como eficaz acelerador, quizás sean las aportaciones más novedosas, aunque también alisté una contribución inesperada. Me refiero a propuestas anteriores y/o coetáneas al Aranismo, elaboradas en la diáspora americana por vascos emigrados o exiliados, alguna de ellas tan original, totalmente laica, como la del masón Florencio de Basaldúa, radicado en Argentina, indicada por Óscar Álvarez.
Tampoco me olvidé de ideólogos prenacionales como Aita Larramendi y otros más próximos como Agustín Chaho. No silencié, por supuesto, las proclamas reciamente fueristas de Sociedades Culturales, tales como la bilbaina Sociedad Euskalerria o la navarra Asociación Euskara. Recordé los manifiestos filoindependentistas en las carlistadas, la declaración de república independiente a cargo de las autoridades guipuzcoanas durante la Guerra de la Convención en 1794 y la propuesta de Estado Vasco (Nueva Fenicia) de los hermanos Garat entre 1803-1811. No ignoré en el primer nacionalismo la presencia de figuras heterodoxas, que se salieron del guion ortodoxo sabiniano, entre los que sobresalió Elías de Gallastegi Gudari, para algunos un claro precedente del nacionalismo revolucionario de los años 60.
Termino mis reflexiones sin desvelar más interioridades del libro, pues se enfadaría y me acusaría de violar en exceso su intimidad. La modestia me retrae de animarles a su lectura y la vanidad me incita a decirles que disfrutarán de ella.
Leer es vivir dos veces. Y, sobre todo para los que estamos en la prórroga y sin penaltis, se agradece, aunque, en ocasiones, vivir siempre también cansa. Decía el poeta catalán Joan Margarit: “El pasado aguarda por nosotros mañana”.