El pasado 9 de septiembre de 2024 se presentó el informe “El futuro de la competitividad europea”, cuya elaboración fue encargada a Mario Draghi por la Comisión Europea. El informe se compone de diez capítulos relativos a análisis sectoriales y cinco capítulos sobre políticas horizontales.
A grandes rasgos, el diagnóstico de Mario Draghi sobre la competitividad europea señala que, desde inicios del siglo XXI, el crecimiento de la zona euro ha disminuido inexorablemente, acentuándose en la década de 2010. Como consecuencia, en 2022, el PIB per cápita de la Unión Europea era un 27% inferior al correspondiente a los Estados Unidos. Aproximadamente la mitad de este diferencial refleja las diferencias de productividad, mientras que la otra mitad se debe al impacto de la reducción de las jornadas laborales en el continente europeo.
El informe Draghi destaca las marcadas diferencias entre la Unión Europea y los Estados Unidos en el ámbito tecnológico. En su conjunto, las empresas europeas están por detrás de sus homólogas estadounidenses. Así, entre 2015 y 2022, las empresas europeas gastaron aproximadamente la mitad en I+D como porcentaje de sus ingresos e invirtieron menos en activos productivos. La constatación final es que no hay empresas tecnológicas lideres mundiales en la Unión Europea.
En materia de energía, durante décadas la industria europea se benefició del acceso a una energía asequible, pero la invasión rusa de Ucrania evidenció los peligros de la dependencia europea de unas importaciones excesivamente concentradas: en 2021, Europa importó el 55% de la energía que consumía.
La debilidad europea se ve agravada por los nuevos desafíos motivados por los trastornos geopolíticos, el aumento del proteccionismo, los dramáticos cambios políticos en los Estados Unidos, los desafíos planteados por los trastornos climáticos o la crisis del modelo industrial alemán.
Draghi afirma que, a menos que Europa pueda revitalizar sus dinámicas de crecimiento, productividad y competitividad,…, los objetivos europeos de equidad e inclusión social, la descarbonización, la soberanía tecnológica,… serían irrealizables.
Como corolario, Draghi afirma que Europa precisa una nueva agenda integrada para la competitividad. Así, Draghi propugna la plena implantación del mercado único, acompañada de políticas industriales, de competencia y comerciales que interactúen estrechamente y estén alineadas con una estrategia general de competitividad europea.
Draghi propone el lanzamiento de los IPCEIs (Proyectos Importantes de Interés Común Europeo), iniciativas estratégicas promovidas por la Comisión Europea para fomentar la cooperación transnacional en sectores clave y abordar desafíos tecnológicos, económicos y medioambientales que ningún estado miembro podría afrontar de forma autónoma. Para ello Draghi propone orquestar los IPCEI como grandes iniciativas centralizadas al estilo de Airbus o CERN, dotadas de subvenciones significativas en volumen e intensidad para proyectos que cumplan con los requisitos de impacto en ámbitos como la energía, transformación digital, inteligencia artificial, tecnologías limpias, el hidrógeno, o la captura de CO2, entre otros.
Mario Draghi afirma que la Unión Europea debe de replantearse profundamente su enfoque de gobernanza política y económica: habida cuenta que ningún estado miembro tiene el peso suficiente para influir globalmente si actúa de forma aislada, será necesario adoptar una estrategia coordinada a nivel europeo.
Por ello, Draghi propone reforzar los recursos y poderes presupuestarios de la Comisión con relación a los estados miembros, con el fin de capacitarla para impulsar los grandes programas europeos y financiarlos mediante el endeudamiento. Para ganar en eficiencia y rapidez, propone reforzar los poderes de decisión de la Comisión, suprimiendo el derecho de veto de los estados miembros.
Llama la atención que en el informe Draghi no hay una sola crítica a las políticas precedentes de la Comisión Europea. Se constatan realidades, pero no se ofrece ningún análisis crítico, a excepción de la mención a la carga burocrática de las instituciones, sobre las razones que condujeron a la degradación de la competitividad ni se identifican responsabilidades. Por ejemplo, no hay menciones a las políticas de austeridad aplicadas tras la crisis económica del 2008 o que nueve ediciones de los Programas Marcos de I+D no hayan posibilitado cambiar la base tecnológica de la economía europea.
El retorno a las políticas industriales, la necesidad de las inversiones públicas, la autorización de ayudas públicas en sectores estratégicos, los programas compartidos a nivel europeo, la necesidad de aplicar medidas tarifarias y proteccionistas para proteger tecnologías o actividades estratégicas... todas estas propuestas, constituyen una denuncia implícita a las políticas europeas de los últimos años.
Lícitamente, cabe preguntarse si, visto su rendimiento histórico, la Comisión Europea puede ser confiable para llevar a cabo un programa de competitividad integral como propone Draghi.
Otro elemento que suscita críticas sobre el Informe Draghi es su recomendación para fomentar la competitividad sectorial mediante la creación de “campeones europeos” a partir de procesos de concentración empresarial. Esta recomendación es explícita para el sector de las telecomunicaciones, donde aboga por pasar de doce empresas de ámbito nacional a tres o cuatro “campeones europeos”.
A modo de ilustración, refieren los críticos, el sector estadounidense de las telecomunicaciones, plenamente oligopolístico, tiene tarifas más caras para los consumidores y disfruta de mayores beneficios, mientras invierte proporcionalmente menos que sus homólogos europeos.
Una investigación de la Universidad de Harvard evidencia que la concentración daña la innovación. Según esta investigación, el dominio tecnológico de empresas como Google, Apple, Microsoft,…, ahogaría la aparición de nuevas empresa de base tecnológica susceptibles de generar innovaciones de carácter radical.
Draghi se equivoca al sostener que las políticas de fomento de la competitividad sectorial deben centrarse en empresas individuales. La política industrial debe de tratar de promover un mercado diversificado y dinámico, en lugar de fomentar la concentración mediante la promoción de campeones europeos.
Para llevar a cabo estas políticas, el informe Draghi propugna que la tasa de inversión de la Unión Europea debe aumentar hasta el 5% del PIB al año, con una inversión pública que represente alrededor del 1,5%, ya que se necesitarán importantes subvenciones para inducir el aumento deseado en la inversión privada.
Los economistas y políticos neoliberales (mayoritarios, por ejemplo, en Alemania) se han posicionado mayoritariamente en contra de las recomendaciones de Draghi, por considerar que su enorme plan de inversiones dará lugar a más intervencionismo, que la Unión Europea no tiene capacidad de gastar eficientemente tales magnitudes, que requerirá emitir deuda pública comunitaria a niveles insostenibles y que acarreará inflación.
Otros analistas apuntan a que la flexibilidad en la regulación de la competencia, la concentración y el apoyo a las grandes corporaciones que propugna el informe van en contra de los consumidores, los trabajadores y las pymes. Son contrarios, asimismo, al aumento del gasto en defensa y temen que las nuevas inversiones que plantea el informe lo sean a costa de las políticas regionales de cohesión y de la protección social.
El 29 de enero de 2025 la Comisión envió al Parlamento Europeo el documento denominado “La brújula de la competitividad”. Se trata de un documento que se inspira en el Informe Draghi y que refiere múltiples estrategias y programas de trabajo, pero en el cual no se menciona el factor más relevante: qué fondos movilizará la Comisión para financiar las nuevas políticas de competitividad. Es evidente que la Comisión está a la espera de la solución de los impasses políticos existentes en Alemania y Francia para conocer la viabilidad económica de sus propuestas.
Entretanto, debemos interesarnos por la dimensión vasca de las estrategias competitivas europeas, porque al igual que resto de Europa, también Euskadi afronta un momento crítico, en el que las decisiones que se adopten determinarán su capacidad futura para llevar a cabo las transformaciones económicas, sociales y tecnológicas necesarias.
Es relevante señalar que, en el pasado reciente, la mera transposición de políticas europeas genéricas no ha dado resultado, tal y como ilustran los decepcionantes los resultados de las políticas RIS3 en el ámbito de la energía y la salud.
Complementariamente, las consignas de Mario Draghi de orquestar los Proyectos Importantes de Interés Común Europeo como grandes iniciativas centralizadas, al estilo de Airbus o CERN, no prometen nada bueno para los intereses de la economía vasca, dado nuestro carácter periférico.
Por ello cabe abogar para que Euskadi lleve a cabo una reflexión autónoma y rigurosa de su política de competitividad futura, evitando las adhesiones apresuradas a las estrategias preconizadas por el antiguo vicepresidente de Goldman Sachs.