Cuidar la vida, todas las vidas, con calidad, ese debe ser el fin de la economía, de la política, de la sociedad. Y es por consiguiente el motor que puede enfrentar el discurso neoliberal en sus diferentes versiones.

El neoliberalismo lleva consigo la carga de la violencia. Sus políticas castigan a países, regiones y continentes, al hambre, a la enfermedad, a la muerte. Sus políticas impulsan la desigualdad en las sociedades más ricas, hasta el punto de que un gran Sur habita en el Norte, mendigando sobrevivir. Sus políticas convierten en mercancía y negocio todo cuanto toca, incluida la vida de los mayores y la educación infantil. Sus políticas favorecen la concentración de la propiedad de la tierra dejando en la intemperie económica a millones de campesinos y agricultores. Sus políticas imponen alimentos transgénicos que matan el hambre a la par que te matan a ti. Sus políticas desertizan la tierra, agreden bosques y selvas, roban materias primas, contaminan el agua. Sus políticas mantienen la esclavitud en muchos países africanos en la explotación de minas a cielo abierto o en el subsuelo. Sus políticas procuran guerras, algunas infinitas. Las políticas neoliberales no tienen más límite que el negocio. Las guerras mismas son un enorme negocio. Se estima que en 2023 el gasto militar mundial superó los 2,4 billones de dólares. Alrededor del 37,5% de este monto provino de Estados Unidos.

Por todo esto no es exagerado afirmar que el capitalismo ha fracasado y no es parte de la solución sino del problema. No quiero decir que está en las últimas, que inevitablemente se derrumba. Lo que digo es que no tiene capacidad de encontrar soluciones a los grandes problemas de la sociedad mundial, aun cuando puede prolongar por mucho tiempo un modelo sin salida final.

Una economía en manos de la oligarquía financiera nos conduce a un elevado endeudamiento, un empleo en condiciones precarias y el debilitamiento del estado del bienestar. El neoliberalismo ha producido el destrozo de procesos comunitarios guiados por el bien común, para imponer en su lugar, exitosamente, un modelo de sociedad extremadamente individualista. El pensador alemán Jürgen Habermas aborda este cambio sin complejos: “En Europa se está desmantelando la democracia”. afirma. No es una opinión exagerada.

Miren, la deuda es la forma de una nueva esclavitud. Es el negocio de los bancos que impulsa modelos de crecimiento basados en aquello que genera demanda de crédito, vivienda, automóviles y políticas de bajos ingresos. ¿No les parece que para que el capital financiero se rentabilice es necesario que la gente se endeude? Se endeudan incluso personas y familias de bajos ingresos. A más endeudamiento mayor es el tamaño del capital financiero y a menor poder adquisitivo de la población mayor necesidad de endeudarse.

Si observamos la deuda a escala de países la situación es dramática. Afganistán, Sierra Leona, Malawi, Madagascar, República Centroafricana, Burundi, Mozambique Nïger, Liberia, Mali, Burquina Faso, Sudan, Ruanda, Nigeria, Guinea Bissau, son algunos de ellos. Podemos hacer también una lista de estados fallidos, países sometidos a la deuda externa. Al tiempo que unas pocas multinacionales se apropian de sectores estratégicos: grandes compañías controlan el 80% del mercado mundial de alimentos, el 54% del sector farmacéutico, el 53% de la biotecnología, etc. En paralelo, África se hunde y América Latina resiste. La concentración de poder económico y comercial busca gobernar sometiendo a la política y a la pasión política que diría Josep Ramoneda. La política democrática es el espacio de la confrontación verbal creando mecanismos que impidan que el poder se extralimite. Pero esa política está fracasando. Nada para los pies al neoliberalismo, ni en África ni en la mayoría de países de América Latina. La lucha por las riquezas naturales entre países y grupos económicos privilegiados en el caso africano hace que el continente viva en permanente estado de conflictos. El continente alberga el 99% del cromo mundial, el 85% del platino, el 70% de las de tentalita, el 68% del cobalto, el 54% del oro. También tiene reservas significativas de petróleo y de gas, y grandes cantidades de bauxita, diamantes y maderas tropicales. La explotación de mano de obra infantil para extraer el coltan que es fundamental para la fabricación de teléfonos móviles, es uno de los grandes dramas africanos. África es el supermercado del mundo, más exactamente de las multinacionales. Esto quiere decir que la mayor parte de las próximas guerras impulsadas por el neoliberalismo tendrán lugar en territorios que guardan tesoros bajo tierra.

El escritor Eduardo Mendoza describe el decaimiento generalizado de una sociedad hecha de explotación, corrupción e impotencia. Con la moral por los suelos ante los desastres que se perciben como inevitables. Solamente África sitúa a 38 países entre los 50 menos desarrollados del globo. Hay que cambiar el mundo. No hay otra.

¿Se puede dar una voltereta a la realidad neoliberal? ¿Cómo? Recuperando la política. La política es el único poder que puede ejercer de contrapeso al poder económico. Para ello la política necesita de un Estado socialmente fuerte, capaz de estabilizar un Estado social participativo, sin autoritarismo. Algo que rechaza el nuevo liberalismo para el que el interés de la mayoría es un obstáculo, y por ello aboga por estados débiles, manejables y sometidos al neoliberalismo. El estado débil tiene gobiernos dependientes, funcionales al poder económico.

Recuperar la política es también recuperar la condición ciudadana de cada hombre y de cada mujer. Así, la alternativa frente a la desafección es el carácter positivo del poder. Es verdad que desde las ideologías anti sistema se insiste en su dimensión represiva, pero nótese que al final se piensa más en lo que el poder prohíbe, en lo que limita que en lo que hace. Desde algunas ideologías se piensa en la fantasía de la desaparición del poder, pero lo cierto es que al final del recorrido uno se da cuenta que el poder también construye, que hay una positividad del poder. Pero un nuevo poder exige combatir la corrupción desde el primer minuto, así como el cinismo de los que gobiernan. Para ganar la partida al neoliberalismo hay que ganar primero la batalla de las ideas, de la honestidad frente al privilegio fraudulento y la insolencia.

La política es imprescindible para cambiar realidad. Hoy día, quienes defienden la disolución del Estado se alinean con los defensores del populismo con liderazgo personal autocrático. Es la nueva derecha que desprecia el debate y glorifica el culto a la personalidad, y al dinero. Lejos de la idea de disolución del Estado, creo en la necesidad de un Estado nuevo, realmente democrático.