Tristemente, no hemos tenido unas fiesta navideñas tranquilas, ni tampoco un feliz arranque de Año Nuevo. Dos nuevos atentados de carácter infame han golpeado el mundo occidental por razones bien distintas. El primero sucedió en la ciudad alemana de Magdeburgo, el pasado 20 de diciembre, durante la celebración de un mercadillo. El autor, Taleb Jawad Al-Abdulmohsen, médico exiliado saudí, de 50 años de edad, vivía en el país desde 2006, y había adquirido la condición de refugiado una década más tarde. Nada más conocerse los hechos se identificó como otro atentado yihadista más, por su condición de árabe, pero más tarde se supo que su abominable acto, que acabó con la vida de cinco transeúntes y causó 200 heridos en una atropello múltiple, cobraba otras motivaciones. Jawad Al-Abdulmohsen era un furibundo crítico anti-Islam, alertando de forma paranoide contra la religión musulmana, con la que había roto en 2019, acusándola de pretender destruir Europa…
Por desgracia, con un modus operandi muy parecido se daba un escalofriante acto similar en Nueva Orleans, tras las campanadas de medianoche para recibir el nuevo año. En esta ocasión, el causante fue Shamsud-Din Jabbar, de 42 años, quien utilizando una camioneta y armas automáticas se lanzó a asesinar a todos los ciudadanos inocentes que se encontraban a su paso. El amargo balance, antes de ser abatido por la policía, fue de 15 muertos y una treintena de heridos. En esta ocasión, lo hizo en nombre del Estado Islámico (ISIS).
Habría que retrotraerse hasta el 31 de octubre de 2017, cuando Saifullo Saipov utilizando una furgoneta y atropelló en Nueva York a ocho personas que iban por el carril bici, en nombre del ISIS. En el particular, igual que en el atentado de Alemania, donde la ultraderecha enseguida se lanzó a verter teorías falsas, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, dejó caer que el terrorista era extranjero durante un largo periodo. Pero Jabbar no sólo contaba con nacionalidad estadounidense, sino que había servido en el ejército.
¿Qué le llevó a abrazar de esta manera tan irracional una causa tan nihilista? La biografía de Jabbar cumplía, en parte, con las expectativas de la American Life y el sueño americano. Había vivido en una barriada musulmana en Houston y, tras tener algunos incidentes menores con la policía texana, se incorporó al ejército, donde fue especialista en tecnología y recursos humanos. Llevó a cabo un periodo en Afganistán, donde recibió menciones y medallas por su buena labor desempeñada allí. Se licenció con honores como sargento en 2020.
Fue su regreso a la vida civil lo que marcaría su deriva. Casado dos veces, tuvo dos hijas de su primer matrimonio, y un hijo de su segundo. Aunque también este segundo enlace fracasó (se divorció en 2022). Sin embargo, no parece que fuese éste el detonante, sino sus graves problemas financieros. Sus intentos de invertir en un negocio inmobiliario fracasaron y las deudas, debido a la manutención de sus hijos y el coste por los procesos judiciales, fueron la puntilla que le arruinaron. De momento, poco se sabe de cuál fue el proceso de su radicalización (en el caso de Saipov fue de manera autónoma), y si lo hizo estuvo más motivado, al parecer, por ver como su sueño americano se desvanecía. Desde luego, no es excusa para actuar de una forma tan horrible. Lo mismo puede decirse de Taleb Jawad Al-Abdulmohsen.
Tales sucesos deben impulsarnos a analizarlos de forma fría, racional y autocrítica. Por eso, vendría bien acallar e ignorar aquellos medios dispuestos a la difamación gratuita y a sacar a relucir sus prejuicios, aprovechándose del eco mediático de la noticia. Pues, el caso alemán y el estadounidense no dejan de ser anómalos. Rarezas excepcionales (dos, en lugares, causas y continentes distintos) que no deberían ir más allá de seguir trabajando en la misma línea para exorcizar los fanatismos del signo que sean. Después de todo, ambos terroristas han actuado como lobos solitarios y, por lo tanto, tras ellos no hay ninguna sofisticada red ni célula que pueda seguir sus pasos (únicamente inspirar a otros). De ahí que fuese más complicado determinar e impedir sus planes, no han sido tanto flagrantes fallos de seguridad (como sí lo fue el 11-S). Así que no hay que exagerar el grado de amenaza. No obstante, estos impulsos homicidas no deben hacernos caer en la tentación de estigmatizar a todo musulmán ni a los extranjeros (como hizo Trump).
Son casos aislados, munición para los reaccionarios de turno, que verán en ello una oportunidad para sacar a colación odios, rencores y recelos, pero que son justo lo que alimentan las tensiones sociales y tal problemática. No hay duda de que el médico saudí se trastornó, al comprobar que su campaña islamófoba no avanzaba como él quería, se obsesionó tanto que perdió el sentido de la realidad. El exsargento, por su parte, no deja de ser una de tantas personas que buscan su lugar en el mundo y cumplir con unas aspiraciones que se acabaron frustrando. De hecho, podría ser una advertencia contra el mito del sueño americano, en su galvanizada idealización.
En Estados Unidos es más fácil convertirse en mendigo que en millonario de la noche a la mañana (son muchos los ciudadanos que padecen esa lacra). En el particular, Jabbar tocó fondo y se refugió en una corriente de pensamiento perversa y manipuladora que le prometió un falso consuelo en el paraíso. Si en vez de musulmán hubiese sido un blanco, habría protagonizado actos semejantes, pero bajo la bandera sureña o provocando una masacre en un instituto (como tantas otras veces ha sucedido, más que atentados yihadistas)… Hay millones de musulmanes viviendo en Estados Unidos y, desde luego, podría decirse que en su inmensa mayoría, si no todos, no comulgan con lo que ha protagonizado su compatriota. Mirar con perspectiva lo sucedido no consolará a las familias de las víctimas, pero arroja ciertas luz y certezas. El islam, las religiones no son el problema, sino la manera equívoca de actuar de las personas.