Y llegó el 7 de octubre, las crueles apariciones de la nada, el salvajismo taciturno que dejaba sin respiración, las carreras, las metrallas, las motos a toda velocidad en las que llegaban dos o incluso tres hombres, el tercero con las piernas al aire, los rostros grises imposibles de distinguir en la penumbra de la habitación, los ojos llenos de odio, el caos y, a la vez, la organización de todo, repentino y prolongado, los llantos de los bebés, los gritos incrédulos de los niños y sus ojos de terror, las personas que, agonizando, se arrastraban para llegar a su teléfono y enviar un último mensaje, un móvil que no tiene batería, una bala en la cabeza, la última, por pena; –como el joven vasco Iván Illarramendi, cuyas últimas palabras de las que tenemos constancia fueron: “Me han disparado, no quiero hacer ruido”–. ¿Quién entre nosotros recuerda a Iván? ¿Quién reivindica su memoria y su opción por Israel? Esta descripción del ataque terrorista de Hamás a los kibutzs judíos, hoy un año, la transcribo del último libro de Bernard-Henri Lévy, controvertido filósofo francés, de origen judío argelino, defensor a veces excesivo del Estado de Israel, a quien doy audiencia como autor de La soledad de Israel (ed. La esfera de los libros), recién publicada. Se trata de un manifiesto/panfleto a la manera clásica francesa, con origen e inspiración en el célebre “J’accuse”, “Yo acuso”, de Émile Zola, desvelando las trapacerías y montajes del Ejército francés en el juicio por supuesto espionaje contra el oficial del estado mayor Alfred Dreyfuss que partió en dos a la sociedad francesa.

El fondo del asunto era el antisemitismo. ¿Es antisemitismo lo que mueve a gran parte de la sociedad europea y vasca contra Israel en la actual guerra de Gaza ahora extendida al Líbano, Yemen, y quizás antes de que lean estas líneas también a Irán? Hay algo de eso, pero no todo es eso.

Un “acontecimiento” tiene como principal característica la de ser algo inédito en su forma, lo que Hanna Arendt llamaba “natalidad”. Pero, sostiene Bernard-Henry Lévy, no cualquier acontecimiento es un “acontecimiento”. No todos tienen el poder histórico para instaurar una era como la iniciada el día 7 de octubre de 2023 con los ataques a la fiesta rave y a los kibutzs judíos fronterizos con Gaza, territorio que el Estado de Israel había abandonado en 2005, luego de su ocupación tras la guerra de 1967. El día 7 de octubre se inició un conflicto, un enfrentamiento, una guerra cuya onda expansiva por todo el Oriente Medio no se parece a nada conocido y que está cambiando el curso de nuestra vida porque ha definido la realidad que tendremos que vivir a partir de ahora, y han puesto patas arriba la mesa de negociación para la existencia de “los dos estados”.

Los preparativos para el golpe de Hamás fueron a la luz del día: simulación de ataques con proyectiles, abordajes a tanques simulados con la bandera israelí, “liberación” de los kibutz de Be’eri y Kfar Aza, escenificados en un canal de Telegram, ejercicios de localización por drones, asaltos a edificios ficticios y desembarco en una playa con allanamientos simulados de casas, tal y como realmente ocurrió el 7 de octubre. Todo aquello fue considerado por el Mossad como parte del entrenamiento de las tropa de Hamás y del mantenimiento de su moral. Es la eterna metedura de pata de las democracias cuando se enfrentan a lo impensable de la barbarie; saben, pero prefieren no creer; tienen los datos, pero prefieren no sacar conclusiones. Felix Frankfurter, uno de los mayores juristas de la historia, magistrado de la Corte Suprema de los EEUU, lo definió involuntaria y magistralmente, tras oír al resistente polaco Jan Karski que le informaba de lo que con sus propios ojos había visto tras infiltrarse en un campo de exterminio nazi: “No creo que esté mintiendo, pero no puedo creerle”.

La respuesta armada de Israel, en principio destinada a liberar a los 253 rehenes iniciales –hoy día se supone que quedan un centenar en vida cautiva–, ha oscurecido el esplendor de la única democracia en Oriente Medio y le ha expulsado a la soledad, trágica cuando ese pueblo, “siempre culpable”, es situado entre la espada y pared. La opinión pública internacional está dividida entre los demócratas que se parecen a la democracia israelí, pero lo rechazan y los antidemócratas, que no se le parecen, pero lo defienden. Por decirlo de otro modo: unas izquierdas anti Israel [(ayer mismo gritaban por las calles españolas y vascas “Israel asesina” –observen: no gobierno o ejército israelí– y unas derechas pro-Israel más interesadas en juegos de geopolítica que en la defensa de los diez millones de ciudadanos a los que se expulsaría si prosperase esa Palestina desde el río (Jordán) al mar (Mediterráneo) que exigen los manifestantes)].

Bernard Henri-Lévy cita la historia bíblica de los cinco reyes contra los que Abraham combatió para salvar a su sobrino Lot. La representación actual sería el cada vez más claro enfrentamiento, por ahora a través de subcontratados yihadistas, entre Israel y Rusia, China, el Irán de los ayatolás, la Turquía neo-otomana y los aspirantes a califas del yihadismo. Se están realineando los planetas y el mundo se está recomponiendo. Hamás, Hizbulá, son el arma del contraimperio que reúne a los protagonistas de guerras precedentes frente a un Occidente europeo y estadounidense mezcla de poder y pusilanimidad. Y son muchos los ciudadanos aprisionados en las cárceles estado de los cinco reyes que rezan cada noche para que Israel gane la guerra. Como cada vez más europeos lo harán en cuanto perciban lo que les va en este envite, personalmente y como pueblos, comenzando con las restricciones y subidas de precio de los combustibles si Irán entra en guerra y los hutíes, aún más rearmados, cierran los estrechos de Ormuz y Bab el Mandeb.

País multiétnico

Israel es un país en el que dos millones, el 20% de la población, es árabe que disfruta de los mismos derechos que sus conciudadanos judíos; también hay drusos, arameos, beduinos y circasianos; y entre los judíos, hay judíos árabes, etíopes, asiáticos, sefardíes, rusos y ucranianos. Es un país multiétnico, uno de los pocos en el mundo que ha logrado algo así. Pero Israel está solo, y solo puede contar consigo mismo y con la ayuda de los EEUU y la cicatería de la Unión Europea, cada vez más atentos a si la soledad de Israel acaba suponiendo un esfuerzo inasumible de acompañamiento.

Frente a quienes sostienen –la izquierda en su casi totalidad– que el yihadismo es una idea y que las ideas no pueden ser eliminadas por un ejército, o lo que es los mismo por yihadista muerto, diez nuevos que se alistan, las Fuerza de Defensa de Israel y sus servicios secretos consideran que tal afirmación es absolutamente falsa. Al contrario, han llegado a la conclusión de que la derrota militar también será una liberación para los palestinos, libaneses e iraníes, como lo fue para los alemanes la derrota final del nazismo. De ahí su persistencia.

Esa es la conclusión derivada de su propia historia. Israel es el fruto de una emancipación, no de un establecimiento colonial. Su nacimiento está relacionado con los imperios, pero no con la formación de estos sino con su descomposición (el Imperio Otomano, el Británico).

Netanyahu es contradictorio hasta la exasperación. Dirige una guerra que cuenta con una célula de seguimiento legal, el MAG, desde un bunker de Tel Aviv, a veces desde el interior de una unidad operativa encargada de verificar si la orden dada se ajusta al principio de proporcionalidad exigida por las leyes de la guerra. Pero Netanyahu también dirige un gobierno donde la alcantarilla ha subido al poder, con un ministro que se declara “fascista homófobo”, y otro que aboga por la retirada del voto a los árabes israelíes y su posterior expulsión del país. Cierto, la muerte de los niños de Gaza y Beirut es corresponsabilidad de los que los han utilizado como escudo. Pero cuando se asesina a millares de personas no se puede pensar siquiera en un juicio justo porque la causalidad existente entra la culpa y la expiación queda anulada. Nada vale una vida, ningún cálculo político debe obstaculizar la obligación de devolver la vida a los rehenes. Los judíos exiliados recitaban el salmo: “Si te olvido, Jerusalén, que mi mano se seque”. Si Israel olvida el humanismo judío, será su corazón el que se seque. Y entonces “el acontecimiento” tendrá una nueva dimensión: la soledad plena de Israel, y la probable victoria de sus enemigos, que empiezan a ser los nuestros.