Las tres confesiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, islamismo) compitieron para decidir cuál de ellas era más verdadera. Asumían que las tres tenían parte de verdad pero, sin duda, una de ellas debería ser más verdadera que las otras, incluso la única verdadera. La competición consistía en responder a una serie de preguntas realizadas tanto por doctos en la materia como por el pueblo llano, tanto por los adeptos como también por los ateos; los fanáticos destructores estaban excluidos. Las cuestiones teológicas estaban marginadas, siempre que ellas no estuvieran encaminadas hacia la paz personal y social, facilitadora de la convivencia.

Realizada la pregunta y finalizada la respuesta, esta era punteada: un aplaudímetro cuantificaba el tiempo de aplausos, la sonoridad y el tono armónico de los mismos.

Hay situaciones sociales que podrían asemejarse a lo anterior tanto por la variabilidad de alternativas existentes como por el fin que persiguen, tanto en lo personal como social. Hacen referencia a aquellos ciudadanos que no se encuentran enfermos, pero tampoco se encuentran sanos, simplemente no se encuentran; que están mal sencillamente porque quieren estar mejor. Todos ellos se agrupan bajo el epígrafe de trastornos de salud mental. De ellos, invisibilizamos algunos (suicidio, psicosis) mientras hablamos (y no callamos) de esos otros problemas, inmediatos, que nos producen disconfort, incluso con tendencia a frivolizarlo; el tiktok de famosos ha convertido a las redes sociales en el opio del pueblo. Popularizamos que tenemos un libro de autoayuda como libro de cabecera y decir a quien nos quiera escuchar, es decir a nadie, que tenemos cita con alguna de las 250 terapias psicológicas existentes: grupos Gestalt, hipnosis, percepción extrasensorial.

Difícil es establecer si hay más o menos trastornos de salud mental respecto a lo establecido hace unos años; ahora se visibilizan más, no están afortunadamente tan estigmatizados, y ello hace difícil la comparación temporal, aun cuando hay una opinión generalizada en situar un aumento de estos procesos como consecuencia de la epidemia de covid coincidente con el trastorno sociosanitario que ello supuso. Antes hablábamos del tiempo o del Ayuntamiento pero ahora hablamos de salud mental cuando en realidad queremos hablar de expectativas o de soledad, de falta total de amigos con quien compartir nuestros anhelos y también nuestras frustraciones.

Asumimos que la salud mental es el resultado, en grado variable, de diversos componentes que conforman nuestra existencia. Los especialistas lo tienen muy claro, aunque quizás no tanto en cuanto a la responsabilidad porcentual de cada subapartado: individual, laboral, familiar, social, económico, y otros.

Interesa hacer algunas consideraciones al respecto:

1. Todos vamos a ser diagnosticados como enfermos mentales. El Dr. Frances, director de la biblia de la psiquiatría (DSM), pone en duda la inflación diagnostica de estos procesos hasta el punto de autopreguntarse si todos vamos a ser considerados, en algún momento, como enfermos mentales. En esta inflación de diagnósticos tiene un gran poder la industria farmacéutica y su éxito en la medicalización de la sociedad. Nos han vendido que todo aquello que nos produce malestar es potencialmente mejorable con pastillas; incluso si tu felicidad no es eterna, se resuelve con una pastilla. Según la OMS, existen 400 tipos de trastornos mentales, casi ná; por suerte, el hablar en público, olvidar cosas (que es mejor olvidar) o la tristeza de duración inferior a dos días son problemas cotidianos, no son procesos patológicos, todavía: aun cuando haya quien dispare al pianista. En consecuencia, no se deben tratar con medicamentos gestando una psiquiatría de complacencia o con sus sustitutos de técnicas cognitivas. Los límites entre lo patológico y lo normal no siempre están definidos. La ausencia de felicidad no es ninguna enfermedad crónica y la frustración no es el revulsivo; la cultura de la inmediatez debiera ceder terreno al sosiego.

La amistad o su ausencia, la soledad, son las caras de una moneda; constituyen el Jano de la naturaleza humana. Si el equilibrio entre ambos se rompe surgirá la desazón, quizás la melancolía, nada que con hiperactividad sociolaboral o infraestructuras sociales aptas no seamos capaces de solventar.

2. Todos vamos a requerir tratamiento. Al convertir los problemas cotidianos en problemas mentales, asumimos que debemos afrontarlos con lo que podamos. Y aquí empieza la mitología del “a mí me funcionó” dictado por una mente preclara de un ínclito peregrino inmerso en el postureo moral de indignación artificial por no encontrar consuelo. Algunas terapias abonadas ya han demostrado su valía y eficacia como las terapias cognitivas; otras, por el contrario, rayan el mesianismo y el afán por ganar/gastar dinero. Los falsos dioses toman el lugar de la racionalidad. No debemos culpabilizar a las redes sociales de todos nuestros males, pero no son inocuas ni inocentes. Son el avispero a que recurrir cuando la soledad nos embarga, cuando deseamos la llegada del lunes para hablar con la boca pequeña pues la boca grande se ha quedado en retaguardia. No nos encontramos y empieza el peregrinaje, reivindicamos nuestra existencia y también nuestro problema sin ser conscientes de que nuestros convecinos están en la misma posición de salida y que para bajar del podio en el que nos hemos autosituado necesitamos dejar de ser individualidades para ser comunidad y ello implica hablar/jugar/pensar y reír, incluso de uno mismo. Y abandonar la mochila que sin querer nos ha chepeado representada por las redes y nos direcciona al aislamiento social.

Debiéramos abandonar la idea hegemónica y concienciarnos que los aditamentos con nombre de medicamento no son la salvaguarda de nada. Que la benzodiacepina deglutida con alcohol, propia de tramoyistas, es más útil como laxante; que si más aumenta la plantilla de psiquiatras más patologizados estaremos, pero no más sanos; que el aburrimiento no es sinónimo de patología mental. No todo son cerezos en flor, estamos necesitados de mejoría vital y debemos naturalizar la responsabilidad personal con el mismo rasero que la responsabilidad sociocolectiva.

Nuestras expectativas con frecuencia no se realizan. Y podemos modificar las mismas, bien creando nuevas expectativas, reduciendo la cuantía de las mismas o valorando el compartirlas con amigos-compañeros-vecinos. El problema es que nuestros amigos visibles han sido sustituidos por electrones en formato instagramer y en libros sobre cómo ser feliz y no fallecer en el intento. Los compañeros que nos socializaban han sido sustituidos por el trabajo a distancia y las reuniones nocturnas de vecinos concentrados a la fresca nocturna donde se hablaba del uno y del otro, auténticos palacios para el pueblo, ha sido sustituido por el grupo de WhatsApp, que a nadie conocemos y no somos capaces de ubicar quién ni cuándo nos añadió al grupo, ni en qué momento.

Queremos seguridad, en detrimento de la verdad, que ha sido secundarizada por la autocompasión. Valorizar la igualdad conlleva desprestigiar la uniformidad.

El periódico en mano es el símbolo internacional de quien se dispone a comer solo, con sus crucigramas. Hoy día preferimos no comer si no tenemos el bite sustituto de formato papel. Incluso las parejas visualizadas se descuartizan mediante el silencio, manteniéndose activas y comunicadas en las distancias cortas mediante bites.

Hemos trastocado la comunicación sin solución de continuidad por los libros de autoayuda, parasitarios, que pretenden universalizar la terapia. Y somos tan remilgados que si el autor ha tenido éxito y nosotros, lectores, no lo conseguimos, nos sentimos unos fracasados y la autoflagelación y rumiación se convierten en una constante; dar esfuerzo y tiempo al tiempo, no es procrastinar.

Cuando todo es salud mental, puede que nada sea trastorno mental. Y lo gravoso es no valorar que quienes tienen necesidades reales no tengan la ayuda necesaria (cuidados inversos), porque hemos dedicado nuestro esfuerzo a la banalidad; salvajismo despiadado.

Y que un aplaudímetro juzgue estas dinámicas venenosas.