Yo que pensaba que el precio de la fruta se estaba poniendo por las nubes, y me encuentro con la noticia de que una cereza, una sola, se ha subastado en un mercado japonés y ha alcanzado la cifra de los 10.000 yenes, unos 590 euros al cambio. Ama birgina laztana! A dónde vamos a llegar. Con razón, pensé yo, cuando con mi aitite, junto a los robles del camino de Ergoien, levantábamos unos puñados de cerezas de los árboles que había al lado del caserío de Katubixer, nos parapetábamos tras las hierbas para que nadie nos viera. Como si “robáramos” un tesoro que se comían los tordos y cuyos granos escondíamos en el kolko tras hacer un nudo a la camisa y convertirla en improvisada bolsa. Aquellas cerezas eran minúsculas, pero el recuerdo de su ingesta campestre aún hoy remueve mi sensibilidad emocional.
La fruta nipona en cuestión poco tenía que ver con la que evoco de mi infancia. Más que una cereza era una “cerezota” pues, según el periódico, tenía un diámetro de 39 centímetros. Aún así, resultaba un poco exagerado el valor alcanzado en la subasta, por mucho que su propósito, más allá de la promoción gastronómica del producto, fuera la de buscar la notoriedad publicitaria. La verdad es que los orientales pensarían lo mismo de nosotros cuando conocieran el precio que alguien pagaba por medio queso el último lunes de Gernika o cuando un lugareño asturiano vendía el campanu o primer salmón echado a tierra al inicio de la temporada de pesca en los dominios de don Pelayo.
No dudo de que para llegar al producto final del queso, los pastores habrían tenido que mimar al rebaño para que su leche fuera inmejorable y que durante su elaboración, el resultado gourmet necesitara, prácticamente, de procedimientos de alquimia. Pero para alcanzar finalmente las cantidades astronómicas por apenas un trozo me parece inaudito. Lo mismo que los miles de euros abonados por la “bala de plata” atrapada en su remonte de agua, en una encarnizada pugna de más de tres cuartos de hora de tensión con un pescador desbordado de adrenalina.
¿Cuántas lonchas y a qué precio cada una deberá vender el restaurante que se hace en propiedad del medio queso para amortizar su inversión? ¿Cuántas raciones de salmón deberán salir en la carta para justificar el precio final del pez capturado?
Creo que, aún siendo de letras, resulta imposible que los números cuadren. Pero el precio desorbitado seguramente lleva consigo beneficios intangibles en el campo emocional.
La cereza japonesa, el queso Idiazabal o el campanu costaron, a quienes pujaron por ellos, un ojo de la cara, que diría un amigo. Por cierto, dicha expresión castiza tuvo su origen en la guerra de conquista del Perú cuando el militar español Diego de Almagro fue herido por una flecha que le hizo perder un ojo. “Defender a la Corona le había costado un ojo de la cara”. De los pobres incas masacrados no hubo mención alguna que los recordara.
Hace años, alguien que sabía de economía trató de enseñar a un cabezón como yo varios conceptos básicos vinculados a este campo. Pretendió explicarme que era aquello de ceteris paribus –en igualdad de condiciones–. Que “gobernar” significaba elegir, optar –recursos escasos susceptibles de usos alternativos– y que el “precio” de un producto no era sinónimo del “coste” del mismo sino de lo que un comprador estaba dispuesto a pagar por adquirirlo.
El pasado jueves, el Parlamento Vasco celebró la sesión en la que designó al sexto lehendakari de la historia estatutaria. Optaron a la investidura dos candidatos; Pello Otxandiano en nombre de EH Bildu e Imanol Pradales en representación del Partido Nacionalista Vasco.
Ambos partían con el respaldo de sus respectivos grupos parlamentarios; ambos con el mismo número de electos: 27. Con idéntico peso relativo en el nuevo parlamento –ceteris paribus–. El primero hablaba de crear una nueva mayoría, de una gobernanza “colaborativa” para cambiar el país. Pero sus palabras se quedaron solo en eso, en palabras. El segundo, por el contrario, había hablado poco pero se había dedicado a fraguar una alianza, un apoyo previo con otra sensibilidad política, la del Partido Socialista de Euskadi, que con sus doce actas parlamentarias dotaba a la candidatura del jeltzale de la mayoría absoluta necesaria para hacerle lehendakari.
Podrá decirse que el “precio” que el PNV aceptó para seguir liderando el gobierno del país fue la reedición de la coalición con los socialistas. Sí, un acuerdo que obliga a ambos asociados a limitar sus pretensiones, a compartir programa, a conformar una acción común desde la diferencia y a dosificar el protagonismo. A cambio, la cooperación nacionalistas-socialistas ofrece al país la certidumbre de una mayoría que permitirá llevar adelante un ambicioso programa con acciones decididas en materia de sanidad pública, vivienda, educación e investigación, crecimiento económico, seguridad o políticas sociales. Utilizar los limitados recursos públicos a áreas especialmente señaladas.
Pradales centró el enfoque de su próximo gobierno en tres apartados: nuevo bienestar, globalidad y humanismo.
En sus propias palabras, bienestar para “mejorar y optimizar las políticas públicas exitosas y promover nuevas que nos permitan seguir mejorando”.
Globalización para “ensanchar el concepto de prosperidad más allá de lo económico y material, en una búsqueda permanente de la vanguardia, el conocimiento avanzado y la conexión con los núcleos más avanzados del planeta”.
Y humanismo para poner “en el centro de toda acción, la dignidad de la persona y la justicia social”, prestando especial atención en la “brecha intergeneracional entre personas mayores y jóvenes”, en la “dualidad del mercado de trabajo entre buenos y malos empleos”, en la “desigualdad de género, la distancia entre conectados y desconectados digitales, entre lo urbano y lo rural, entre la esfera pública y la privada o la distancia entre los colectivos de diferente procedencia y cultura que convivimos en Euskadi”.
En tales objetivos, el candidato –hoy lehendakari– acreditó ante el Parlamento los compromisos contraídos por el que será su gabinete. Es decir, exteriorizó sus prioridades para gobernar. Un cometido al que dedicará su empeño y “los recursos económicos disponibles”. Y, así, desgranó decenas de medidas concretas aplicables a los once ejes de gestión proyectadas. Proyectos con nombre y apellidos (el programa contempla un millar de iniciativas) como el aval para hipotecas para jóvenes, las ayudas directas de 200 euros por hijo entre los tres y siete años o la creación de un fondo soberano dedicado a arraigar la industria vasca.
Otxandiano exhibió otras prioridades. Sabía que no había conseguido la mayoría suficiente para hacer prosperar su candidatura y se limitó a identificar desafíos, a clamar por hacer las cosas de una manera diferente y a solicitar de los demás colaboración y apoyo, pero sin concreción alguna de las medidas que , de haber resultado elegido, llevaría a cabo.
El portavoz de EH Bildu, siguiendo el tenor de la campaña pasada, dejó en el Parlamento más preguntas que respuestas y eso en la pugna política puede que esté bien, pero en el momento decisivo de dirigir los destinos de un país no aporta sino incógnitas y recelos.
La izquierda independentista, que ahora se asoma a las fronteras del poder sin acabar de conquistarlo, deberá, si quiere alcanzarlo alguna vez, dejar de ser el Pepito grillo consultor que se dedica a señalar lo que hay que hacer, lo que debe mejorarse o a trazar objetivos de futuro genéricos para ponerse el buzo y aportar medidas concretas, iniciativas y dotaciones económicas que hagan creíble su apuesta de gobierno. Y, además, corregir su adanismo, su tendencia a que Euskadi empezó con ellos, limando un cierto nivel de arrogancia en sus exigencias de hoy, pues pretenden dar lecciones de democracia y de diálogo parlamentario cuando hasta ahora han jugado al margen del sistema y su principal activo ha sido denostarlo y deslegitimarlo.
La “cereza” de EH Bildu, por hermosa o reluciente que se presente, no está aún madura y Otxandiano, como bien le señaló al final de su intervención el lehendakari Imanol Pradales, deberá optar: o convertirse en el líder de una oposición destructiva –lo que siempre fue EH Bildu– o ser el socio preferente de los grandes acuerdos que necesita el país.
El pasado jueves comenzó un nuevo ciclo político en Euskadi. Nuevos protagonistas, nuevos programas, nuevos objetivos y hasta nuevas formas de entender el compromiso público.
Un nuevo tiempo con un nuevo lehendakari para hacer política con sensibilidad emocional. Miembro del Euzkadi Buru Batzar del PNV