Uno de los factores que vienen configurando la situación política actual en Europa, y asimismo en los Estados miembros que la integran, es la aparición de una retórica bélica que está impregnando las declaraciones de la casi totalidad de los dirigentes europeos. Se trata de un fenómeno nuevo que no se había dado hasta ahora, al menos de la forma generalizada y con la amplitud que está teniendo en el momento actual, como asimismo por la insistencia con que viene formulándose la retórica que nos previene de las amenazas bélicas que nos acechan. Llama la atención, además, el tono alarmista que se utiliza, alertándonos de las graves consecuencias que pueden derivarse para nuestra seguridad como europeos si no se adopta una posición más activa que la mantenida hasta la fecha para poder garantizar la seguridad colectiva en Europa; cuestión ésta que debe pasar a ser objeto de atención prioritaria en la agenda política europea.
Se justifica este inusual despliegue de retórica bélica por la amenaza que supone para Europa la actitud beligerante y agresiva de Rusia, puesta de manifiesto con la invasión de Ucrania y la amenaza de que operaciones similares se reproduzcan en otros países, muy especialmente en los que hasta la disolución de la Unión Soviética formaban parte de ella o pertenecían a su área de influencia. Hay que decir, antes de seguir, que la invasión del territorio ucraniano por el Ejército ruso debe ser condenada de forma clara y sin ambages; en primer lugar, por el saldo de víctimas mortales y de destrucción material que toda invasión militar supone, especialmente para el país invadido, en este caso Ucrania. Pero también porque con esta invasión no se soluciona ninguno de los problemas existentes, en particular el que está en el origen de la actual situación bélica como es la amenaza que para Rusia suponía la integración de Ucrania en la OTAN; y, por el contrario, se agravan todos los que ya existían, entre ellos de forma especial el que planteaba la incorporación ucraniana a la OTAN que se pretendía impedir y que, sin ninguna formalización jurídico-institucional, se ha producido ya de facto como consecuencia de la situación bélica originada por la invasión rusa.
Interesa hacer referencia a algunos de los recientes pronunciamientos realizados por buena parte de los más destacados líderes europeos sobre esta cuestión. En este sentido, cabe reseñar las manifestaciones que vienen haciendo las más altas autoridades de la UE, empezando por la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Layen, que nos advertía (28 febrero) de que “no hay que exagerar los riesgos de guerra, pero hay que prepararse para ello”, así como del presidente del Consejo Eurpeo, Charles Michel, quien abogaba (22 marzo) por “pasar a un modo de economía de guerra”. Donald Tusk (anterior presidente del Consejo europeo), por su parte, afirmaba (29 marzo) que “estamos en una época de preguerra. No exagero”. No menos beligerantes han sido las posiciones mantenidas por destacadas autoridades políticas y militares como la Presidenta estonia Kaja Kallas o la Ministra de Asuntos Exteriores alemana, Annalena Baerbock (dirigente de Los Verdes) que se han destacado por la beligerancia de sus posiciones; o el Ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, que anuncia (4 abril) una reestructuración del Ejército alemán con el fin de que “esté preparado para la guerra”; no le va a la zaga nuestra Ministra de Defensa, Margarita Robles, que en una reciente entrevista (La Vanguardia, 17 marzo) manifestaba que “la amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente”. Por su parte, el jefe del Ejército británico, general Patrick Sanders, nos advertía (25 enero) de que “hay que estar preparados para una guerra de la magnitud de los grandes conflictos del siglo XX”.
Más allá de esta retórica bélica, que no se había dado hasta ahora en las formas en que se está manifestando, interesa llamar la atención sobre otra cuestión estrechamente relacionada con ésta como son los insistentes llamamientos a aumentar el gasto militar de los Estados miembros de la UE, de acuerdo con las orientaciones al respecto de la OTAN. En este sentido, el Alto Representante (AR) de la UE parala política de Seguridad, J. Borrell, tras advertirnos de que no estamos en un jardín sino en una jungla, fija como objetivo principal en el momento actual la disuasión de Rusia, siendo necesario para ello el reforzamiento de la industria militar en la UE mediante la creación de “un nuevo vehículo financiero intergubernamental” entre los 27 Estados que la integran. Es preciso puntualizar que el sensible incremento del gasto que ello comporta no tiene como finalidad la creación de un sistema de defensa europeo propio y autónomo, sino que se plantea como la contribución al fortalecimiento del pilar europeo de la OTAN.
Se afirma que la disuasión efectiva de Rusia y el reforzamiento de la industria militar europea a través de este nuevo instrumento financiero lleva consigo inevitablemente una adecuación del gasto militar en Europa a las nuevas necesidades bélicas, que han aumentado sensiblemente tras la invasión rusa de Ucrania. Conviene aportar algunos datos al respecto en relación con los recursos que los Estados europeos vienen destinando a defensa. En este sentido, según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), entidad de referencia en esta materia, el Presupuesto de defensa de Rusia se estima en 109.000 millones de dólares; el de Alemania en 66.800, algo superior al de Francia (61.300) e inferior al de Gran Bretaña (74.900), por mencionar solo los tres países de mayor gasto militar en Europa. Si a ello se añaden el resto de los países europeos integrados en la OTAN el gasto militar europeo casi cuadruplica el de Rusia. No parece, a la vista de estos datos, que sea muy razonable plantear que para poder hacer frente a la amenaza rusa los Estados europeos deben aumentar mas aun los gastos militares.
Ello no impide, sin embargo, que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, reclame (4 abril) de los Gobiernos europeos un esfuerzo presupuestario adicional para financiar un plan especial para Ucrania cuantificado nada menos que en cien mil millones de euros a lo largo de cinco años. Tampoco evita que nuestro Gobierno, en sintonía con el ardor guerrero que embarga a buena parte del establishment europeo y en consonancia con la retórica bélica a la que hemos hecho referencia, de un decidido paso al frente y apruebe (Consejo de ministros 16 abril), sin mediar debate parlamentario alguno y con los Presupuestos prorrogados, un crédito extraordinario de 1.129 millones de euros para el “refuerzo de las capacidades militares”. En relación con nuestro gasto destinado a Defensa y de acuerdo con los datos oficiales proporcionados por el Ministerio de Hacienda –Clasificación Funcional del Gasto de las Administraciones Públicas (COFOG)– es preciso tener presente que su cuantía ha ascendido a 15.344 millones de euros, frente a los 10.522 en 2018, lo que supone un incremento en el último quinquenio de alrededor del 50%.
Es difícil encontrar razones que justifiquen este acelerado incremento del gasto militar, que en cualquier caso constituye un factor, tanto a escala global como en Europa y en cada uno de los Estados que la integran, que condiciona de forma determinante las opciones políticas. Hay que tener presente, además, que la mayor parte del incremento del gasto se destina al reforzamiento de la industria militar y a la adquisición de nuevo armamento, cada vez más sofisticado y caro, sin que se conozca cual va a ser el límite ya que una vez metidos en la carrera armamentística es cada vez más difícil fijar los topes. Pero, sobre todo, es preciso ser consciente de que no es cierto que el aumento del arsenal armamentístico, y consiguientemente del gasto militar (como así mismo la inflamación de la retórica bélica), conduzcan a garantizar una mayor seguridad colectiva; más bien, como los hechos demuestran sobradamente, todo lo contrario ya que su principal efecto no es otro que estimular el rearme de la parte contraria (acompañado de similar retórica bélica); lo que inevitablemente conduce, como no puede ser de otra forma, a aumentar la inseguridad y a acrecentar unos riesgos ciertos que bien podrían ser evitados si se renunciase a (mal)gastar los recursos económicos en carreras armamentistas y se destinasen a actividades más productivas y más beneficiosas para todos. Profesor