Vivimos en una sociedad que se resiste a cambiar para ser mejor. En nuestras conversaciones ocupamos el tiempo hablando de lo cotidiano, de los problemas que nos agobian y de cómo encontrar soluciones. Se trata de sobrevivir en tiempos difíciles, sentados como estamos en una rama que nos empeñamos en aserrar. La vida en sociedad es conflictiva, pero en lugar de ver en ello una oportunidad para fortalecernos, lo que prevalece es la lucha por ganar, derrotando dialécticamente al adversario. De esta manera, la cooperación social que debería ser el horizonte colectivo de la sociedad pierde la potencialidad de ser ganancia de todos para ser sustituida por un juego suma cero, en el que una parte gana todo porque la otra pierde todo.

Cierto, en una sociedad que mide su progreso en términos económicos, no está muy bien visto ocuparse de ideales, incluso de pequeñas utopías. Darle importancia a cómo será un horizonte imaginado es perder el tiempo. Eso queda para los filósofos que hacen volar su imaginación y todavía tienen conciencia de que son la última resistencia. Estamos en la posmodernidad y no se llevan los grandes relatos. Sin embargo, también en el mundo que vivimos el esencial mantener la mirada en alto para visibilizar la posibilidad de refundar una realidad social inédita.

¿Cómo llamar a ese horizonte? Pongamos que Buen Vivir es un paradigma atractivo para hacer referencia a qué comunidad queremos, a qué sociedad queremos, a qué mundo habitable queremos. A fin de cuentas, se trata de las grandes interrogantes que han ocupado siempre el pensamiento crítico.

Acabo de citar el Buen Vivir. ¿De qué trata? Es un conjunto o sistema de creencias que forma una cosmovisión, es decir una forma de ver y sentir la vida toda, y propone una nueva civilización, de solidaridad y bien común. No se limita a tener ideas sobre la economía, lo social, la cultura, la política, sino que va más lejos y nos ofrece una visión global, holística, de la sociedad y de la naturaleza, de modo que nos permite obtener un panorama total, crítico, del mundo en que vivimos. El Buen Vivir nos ayuda a abordar tanto los problemas y retos colectivos como los aspectos individuales de los hombres y mujeres, desde el ámbito local al planetario.

En otras palabras, el Buen Vivir trata de dar una respuesta global de carácter posneoliberal y, más aún como horizonte deseable, para caminar hacia una sociedad inédita, más igualitaria y más justa que ponga en el centro de sus preocupaciones a los seres humanos, no a los mercados, ni siquiera a la producción.

Buen Vivir para todos y todas: en el centro, todas las personas con todos los derechos y garantías sociales, económicas, culturales y ambientales. Buen Vivir y vida buena son inseparables. Pero no son realidades a ser conquistadas de una vez y por siempre. Son aspiraciones. Es un horizonte que se construyen en lucha contra el “mal vivir” (la falta de compromiso ético, la marginalidad, la exclusión) y contra la vida mala (la vida que destruye la vida). Asimismo, el Buen Vivir y la vida buena son inseparables de la esperanza, es decir, la esperanza de algo mejor que supere lo existente, pero no como algo caído del cielo, sino como algo que es promovido desde la misma humanidad de hombres y mujeres.

Buen Vivir defiende una sociedad con mercado, no una sociedad de mercado.

a) Contempla la gestión integral de los sistemas de vida y el manejo responsable de los territorios con todos sus atributos naturales, procurando la diversidad biológica y la respuesta a las necesidades de la población.

b) Plantea la profundización de la democracia participativa, superando la de baja intensidad (representativa), y haciendo de las comunidades verdaderos espacios de decisión.

c) Defiende una nueva relación de hombres y mujeres, basada en la igualdad y un respeto total.

d) Defiende la recuperación de las culturas, de las identidades, haciendo de la diversidad de ver y entender el mundo, un valor que enriquece al conjunto de la sociedad.

e) Pretende nuevos modelos productivos y económicos en los que las personas y su bienestar ocupan la centralidad.

He citado que el Buen Vivir se propone crear una sociedad posneoliberal, más libre, armónica y humana. Este enfoque se ve muy claro en la crítica al desarrollo predominante.

Como sabemos, ya a finales del siglo XVIII, se empieza a desplegar las bases del liberalismo económico que deja la máxima libertad a los individuos que buscan enriquecerse logrando una producción o rentabilidad óptima al mínimo coste posible. Para el liberalismo económico los poderes públicos (el Estado) no deben intervenir para regular la actividad económica, de modo que es la ley de la oferta y la demanda, la libre competencia y los afanes individuales, los que se coordinan, a través de la famosa mano invisible que actúa como factor corrector de los desajustes.

La aceptación plena de estos postulados ha marcado el desarrollo de la mayor parte de países occidentales, lo que ha generado a lo largo del tiempo una sociedad desigual, desequilibrada, depredadora, consumista, individualista, antropocéntrica y contraria a la naturaleza. El liberalismo económico anima la acumulación, monetariza la vida en todas sus esferas, desnaturaliza al ser humano y hace de la naturaleza un recurso a explotar, una mercancía. El hecho de competir con afán de lucro es una de sus principales lógicas.

El paradigma del Buen Vivir propone una ruptura conceptual con la idea liberal predominante de desarrollo y crecimiento. Y frente al competir plantea la complementariedad y la reciprocidad entre las personas. Por ello, en lo más profundo del Buen Vivir se encuentra un principio que es apasionante y a la vez complejo y no fácil de admitir: la enmienda a la totalidad del mal desarrollo en el que vivimos. Este enfoque, llevado a las últimas consecuencias en los casos de países ricos está planteando estudios sobre el decrecimiento en la construcción de sociedades alternativas.

Si para el capitalismo en sus distintas versiones es el PIB lo que marca la salud del crecimiento, para el Buen Vivir son las relaciones humanas amplias, y de éstas con la naturaleza, en la comunidad, donde encontramos los más importantes indicadores del desarrollo humano. Partimos de la tesis de que el sistema mundial que conocemos es un mal desarrollo ya que está basado en una idea de eficiencia que maximiza resultados incluso atacando al planeta, destruyéndolo. El expresidente de Uruguay, José Mujica, lo explica muy bien: “Es posible un mundo con una humanidad mejor. Pero tal vez hoy la primera tarea sea salvar la vida”, lanzando así una advertencia sobre el cambio climático y la destrucción del planeta. Y su discurso sube de tono al decir: “Nuestra civilización montó un desafío mentiroso. Y así como vamos, no es posible para todos y todas colmar ese sentido de despilfarro que se le ha dado a la vida”. En pocas palabras, Mujica denuncia al mal desarrollo y aboga por un cambio de civilizatorio.

Propone una nueva sociedad. El Buen Vivir propone un horizonte que permite cohesionar a la gente, obtener una identidad, construir una multitud en marcha y dar un derrotero por el que vivir.

¿En qué dirección deben avanzar sus transformaciones socioeconómicas y políticas? Concibo Buen Vivir como un paradigma atractivo para hacer referencia a qué comunidad queremos, a qué sociedad queremos, a qué mundo habitable queremos. A fin de cuentas, se trata de las grandes interrogantes que deberían mover a la pasión de pensar y actuar.

El Buen Vivir, como lo entiendo, se opone al economicismo, advierte de la trampa del desarrollo del capitalismo verde y cuestiona la idea tradicional de progreso. Propone un régimen de desarrollo a escala humana. Es decir que aquí vemos que el anclaje del Buen Vivir se sostiene asimismo en principios filosóficos universales, feministas, ecologistas, cooperativistas, humanistas… Propone una nueva relación entre Estado, mercado, sociedad y naturaleza”. La idea-fuerza de nueva civilización es muy importante.

Para los griegos la vida buena era una vida integrada en la polis, en la ciudad. Eso supone que la vida buena o el Buen Vivir vela por los intereses colectivos. La vida buena –la vida ética– es vida política, participativa en las distintas esferas de la sociedad.

Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo