La historia de la sede vasca de la Av. Marceau en París es de novela. Tiene de todo. Una compra en agosto de 1936, tras la sublevación militar, ser sede del Gobierno Vasco en el exilio, haber sido testigo mudo de la desaparición del Lehendakari. Haber sido incautada por la Gestapo, que ocasionó el fusilamiento de Luis de Alava por la información requisada, siniestra checa del policía Urraca y sus sicarios en tiempos de la ocupación alemana, venta al mejor postor sin que nadie pudiera optar a comprarla en 1942 en el Tribunal del Sena, recuperación cuando la brigada Leclerc entra en Paris y los alemanes huyen, vuelta a ser despacho del Lehendakari Agirre, nacimiento del Consejo Federal, hábitat de los Nei que dan entrada al partido de Adenauer, robo de la sede por parte franquista a cuenta de aquella venta fraudulenta, reclamación continua del PNV, negociación con Aznar en 1996 para su devolución, protesta enérgica ante el discurso de Felipe VI en su primer viaje a Paris como rey en la actual sede del Instituto Cervantes.

Con todo este background, que el viernes 9, ETB no abriera sus informativos y no explicara este iceberg histórico con un gran reportaje ni se extendiera, aunque sea solo con la mitad de lo que informaron sobre los Goya, ni abriera con la noticia de la conmemoración del 75 aniversario de la creación del Consejo Federal del estado español del Movimiento Europeo en pleno exilio, estando presente el presidente del EBB, Andoni Ortuzar y José Manuel Albares, ministro español de Asuntos Exteriores en el gran salón de aquella casona preciosa y que Ortuzar les dijera a los presentes: ”Bienvenidos a casa”, es para santiguarse o para soltar alguna jaculatoria. Falta en el ente una valoración adecuada propia de una televisión vasca con una memoria emocional. No todo en la vida son huelgas y más huelgas, Goyas y más Goyas. Sí, ya sé que el viento y los entonces posibles premios Goya tenían su importancia, pero absolutamente nada, pero es que infinitamente nada comparable, con esta historia de país que al parecer desconocen.

Decía Chesterton que “el inconveniente de los hombres que no conocen el pasado es que no conocen el presente y no conocerán nunca el futuro”.

La Placa de Marceau

Cuando el Consejo Federal del estado español del Movimiento europeo cumplió cuarenta años, el Grupo Vasco en el Congreso planteó una proposición no de ley para ser discutida y aprobada en la Comisión de Asuntos Exteriores. Pedíamos se recordara la fecha y se pusiera una placa en el palacete de Marceau que recordara que en ese edificio se había fundado dicho Consejo, ya que España vivía bajo una dictadura. Logramos se aprobara y el diputado socialista Miguel Ángel Martínez dijo que aquella casa había sido “un templo de libertad”. Lo fue en la negrura del exilio. Nos comprometimos a darles el texto y lo hicimos con criterio de mera información. No se podía más. Se aprobó por unanimidad y nuestro texto para ser escrito en la placa fue “En este local se constituyó los días 8 y 9 de mayo de 1949 el Consejo Federal Español del Movimiento Europeo”. Paris, 28 de junio de 1991.

Me tocó negociar todo este asunto con un obsequioso catalán que era el Secretario General del Consejo Federal del Movimiento, Carlos de Montoliu, Barón de Albi y Señor de Montsonís, con castillo en Noguera, y ejerciente europeísta. A pesar de sus empalagosas buenas formas al final capituló ante las presiones del ministerio. Montoliu, que me dijo que todo iba bien, no nos lo contó todo porque, cuál no sería nuestra sorpresa cuando ese día fuimos una delegación vasca y otra catalana a París y al develar la placa vimos con estupor que el Ministerio le había añadido al texto pactado, lo siguiente: ”En recuerdo de este acto, el gobierno español mandó poner esta placa conmemorativa”. Nuestra contrariedad y en directo fue enorme, pero allí está la placa en el pasillo que da a la entrada. Era mentira que fuera el gobierno español quien mandara poner la placa, lo fue el parlamento y seguramente añadieron semejante morcilla, porque sabían que aquella casona había sido la sede del gobierno vasco en el exilio y ante eso había que cerrar la españolidad del inmueble diciendo que era el gobierno español quien ponía una placa en una de sus sedes. Cuando el palacete vuelva a manos vascas, habrá que quitar el intruso añadido.

De ahí que escucharle hace una semana a Ortuzar ante personeros del gobierno español recordar la propiedad de aquella casa, me pareció que de alguna manera también se borraba aquel añadido negociado por el Señor de Montoliu y que el acto, en la Delegación, que no en el Instituto Cervantes, era todo un puntazo, aunque informativamente en Euzkadi era tan solo una noticia más. El presidente de aquel Consejo en 1949 había sido Salvador de Madariaga y el segundo Manuel de Irujo. Y es que esa casa tiene mucha historia.

Cinco tipos cantando el ‘Gora ta Gora’

Un 14 de junio, seis tipos con traje y corbata, en el centro de París, delante de un bello edificio de 1883, declarado de interés cultural, entonaban una rara melodía. Por lo menos, eso se lo debió parecer a los distintos parisinos que acostumbrados a presenciar espectáculos insólitos en su ciudad, no entendían cómo aquellos extraterrestres cantaran bajo el sol del mediodía y no pusieran un platillo para que los viandantes echaran sus monedas. Los cantantes éramos Zubia, Erkoreka, Beloki, Txueka y Anasagasti.

Sin embargo, cualquier vasco medianamente informado que hubiera pasado por allí se habría dado cuenta de que entonaban el himno nacional vasco Gora ta Gora. Lo raro es que lo hicieron bajo una bandera española que ondeaba en el centro del balcón de un palacete que decía Instituto Cervantes y estaba en el número 11 de Av. Marceau, cerca del Arco del Triunfo y de los Campos Elíseos. Aquellos cinco parlamentarios decían que aquel edificio fue adquirido por gentes del PNV, al frente de las cuales estaba Marino Gamboa y Patxo Belausteguigoitia. ¿Y por qué entonaban emocionados el Gora ta Gora?

Solamente querían hacer justicia a una generación que, en 1951, con los ojos llenos de lágrimas, se despedían de su edificio cantando religiosamente el himno vasco. Era lo único que podían hacer. Una decisión ignominiosa le quitaba al lehendakari Aguirre su centro de acción política al inicio de una década, los cincuenta, en la que los aliados decidieron apostar por Franco y su dictadura mientras bajaban una espesa cortina a todo lo que había significado una heroica y consecuente lucha.

A José Antonio Aguirre los franceses le habían ofrecido otro edificio, pero había contestado que no. Y había hecho algo más. Había llamado a los vascos de Venezuela que en una semana le habían atendido y enviado la cantidad suficiente para comprar un chalecito en la Rue Singer, en el distrito XVI. A partir de ese día se iniciaba una reivindicación.

El lehendakari, en la puerta, dijo: “Señor Comisario: permítame hacer una declaración como Presidente del gobierno vasco en el exilio y como ocupante ‘de facto’ de una parte del inmueble, que la Liga Internacional de Amigos de los Vascos me facilitó. Salimos de este edificio expulsados por la fuerza pública, en ejecución de una sentencia que califica al Gobierno vasco de ladrón, sentencia obtenida durante la ocupación alemana bajo la protección del enemigo. Yo protesto contra esta violencia y declaro que nuestro honor, nuestra buena conducta y nuestra tradición merecían un tratamiento muy distinto. Nuestra sangre ha sido derramada junto a la vuestra en la lucha contra el enemigo común, y ahora se nos expulsa de esta casa para entregarla en manos de los que durante toda la guerra pasada fueron aliados de nuestros y vuestros adversarios del Eje.

Protesto en nombre de nuestro pueblo, al que esta decisión causa el más profundo dolor sufrido en el exilio, sobre todo porque dicha decisión ha sido adoptada por los amigos con los que hemos compartido dolores y sacrificios comunes por la causa de la Libertad y de la Democracia, causa a la que permanecemos inalterablemente fieles”.

La decisión la tomó François Mitterrand, ministro del Interior.

Vimos la casa

Ese día tocamos la puerta del director y acompañados por él, vimos lo que hoy es el Instituto Cervantes, nuestra Delegación. Jiménez nos enseñó de arriba abajo y con amabilidad el inmenso caserón al que se veía no habían querido hacer más que obras menores, no fuera a ser que estos vascos se queden con el santo y la limosna. El despacho del lehendakari, el salón de los espejos, la vistosa escalera, las distintas dependencias, el pequeño patio, la fuente, las caballerizas utilizadas por una extensión de la UNED por arbitraria decisión de Jon Juaristi, las mansardas del tercer piso, el sótano con un pasadizo entre la embajada española y el once de la Av. Marceau. Y pensar que allí tuvo su primer despacho como delegado D. Rafael Picabea, exsenador, exdiputado y editor de periódicos y de otros medios de comunicación guipuzcoanos. Y que por allí anduvieron D. Felipe Urkola, Neguri, Leizaola, Lasarte, Lizaso, Irujo, Landaburu, los hermanos Durañona, los Agesta, los Mitxelena, el Dr. Lasa, que tenía un pequeño dispensario, Antolín Alberdi, José Mari Aspiazu, Agustín Alberro, Julio Jauregui y tantos y tantos vascos de París soñando en el inminente regreso a casa, recibiendo al gobierno de la República en el exilio, a la Generalitat, organizando recepciones de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos, soñando con Europa, editando Euzko Deya y OPE (Oficina de Prensa de Euzkadi), aguantando pelmas como ocurre en todas partes y tratando de solucionar los mil problemas personales de la gente a la que su estancia fuera de casa se le hacía interminable.

Por eso, quisimos, los cinco gatos desafinados, cantar el Gora ta Gora. Nos faltó José Antonio y toda aquella buena gente que hubieran empezado por el Jaiki, Jaiki, seguido por el Euzko Gudariak y terminado por el Himno Nacional Vasco. Por eso lo hicimos.

Y porque sabemos que las batallas que se pierden son aquellas que no se dan… De ahí la importancia de lo ocurrido el pasado viernes 9 de febrero. Increíble que no se destaquen estas cosas. Diputado y Senador de EAJ-PNV (1985-2015)