E s verdad que a uno le agradan frases como: “Tú puedes”, “El que la sigue la consigue”, y otras que nos halagan los oídos, y, de la misma manera, parece que cuando otras personas nos dicen “Tú nunca llegarás a aprender ese idioma”, o “Tú no eres capaz”, repetido una y otra vez, puede influir para que la persona deje de luchar y disminuya su autoestima de forma permanente. Si lo encuadramos en el llamado Efecto Pigmalión, aceptaremos que lo que otras personas creen sobre nuestras capacidades, sobre todo en la infancia y adolescencia, y en relación a lo que podemos lograr o no, nos puede afectar, tanto en sentido positivo como en sentido negativo. Si creen en mí quienes me rodean, y sobre todo si tienen cierto prestigio para mí, es posible que salga reforzado a la hora de conseguir algo; y viceversa, si las expectativas que otras personas tienen sobre mí son nulas, es posible que se rebajen mis esfuerzos por conseguir algo. Es clave, pues, en la educación, modelar con gran sensibilidad tanto las críticas como las alabanzas.

Pero hoy nos encontramos con que, independientemente de la influencia que puedan tener las personas cercanas, se está produciendo en algunos ambientes, especialmente jóvenes, la llamada mentalidad delulu, un neologismo, derivado de la palabra inglesa delusional (delirante). Es una manera de afrontar la vida que se relaciona en su origen con el K-pop, el pop coreano. Se ha llegado a idolizar a algunas de sus figuras más emblemáticas de tal forma que la posibilidad de tener una relación con estos ídolos musicales ha llevado a jóvenes a tener comportamientos delirantes, y el significado de esta actitud se ha ido transformando hasta convertirse en una forma de afrontar la vida que afecta a un número no despreciable de personas que tienen una delirante confianza en sí mismas.

A lo largo de nuestros procesos vitales, quien más, quien menos, se ha encontrado con personas que tenían muchos pájaros en la cabeza, que pensaban emprender proyectos irrealizables, y no estamos refiriéndonos a grandes emprendedores a quienes nadie creía, pero basaban su entusiasmo en su terco y constante esfuerzo para conseguir una meta, superando increíbles dificultades, sino a aquellas personas que pensaban que todo se podía llevar a cabo haciendo un chasquido con los dedos y construían castillos en el aire. En fin, y entre paréntesis, cuando uno ha visto largas colas ante una administración de lotería, no tiene más remedio que observar que es otra forma de autoengaño, de construir una Delululandia personal, con poco esfuerzo, aunque tenga otros matices y, en este caso, hay que comprar un boleto, claro.

No es que la mentalidad delulu signifique un cero de esfuerzo, pero tampoco implica un apoyo realista en sentido positivo para ser constantes y no tirar la toalla, sino que tiene un matiz no despreciable: afirma, por ejemplo, que si yo tengo un sueño y creo en mí lo alcanzaré, como si una persona puede conseguir todo lo que se propone, sin límites. De esa manera me voy a sentir mejor… hasta que me dé cuenta de que mi sueño es imposible de alcanzar. Y desde esta mentalidad puede pensarse que, si hay un mundo que no nos gusta… pues inventemos otro mundo: personajes con superpoderes, seres imaginarios, creados en el mundo de la fantasía, e incluso de los videojuegos que lo solucionan todo, no sea que alguien sugiera que si no nos gusta este mundo hay que bregar y actuar para cambiarlo. Es más divertido pasar horas y horas ante vídeos o stickers de TikTok. Por supuesto que simplificamos en exceso para llamar la atención, y no se puede señalar, tal cual, a un amplio colectivo, pero es pertinente observar que alguien ha expresado en TikTok: “Creo que engañarse es uno de los factores clave para ser feliz en esta generación. Recuerda que permanecer delulu es la solulu. Piensa positivo.” Y es preocupante cuando se indica que vídeos de esta tendencia tienen millones de visitas en TikTok.

No falta quien habla de la era Delulu. A uno no le convence cuando se utiliza tal expresión referida a una actual generación de personas jóvenes, familiarizada con la tecnología y sus avances, en la que también hay jóvenes emprendedores, realistas y responsables, muchos ambientalistas, otros no tan solidarios. Pero un aumento de la filosofía delulu no facilita afrontar la renovación de nuestro mundo, y más que confrontar y afrontar una renovación, puede servir para evitar la complejidad en la construcción del mundo; pues fantasear con la vida, inventar otra realidad alternativa, sin ni siquiera decir cómo debería ser otro mundo, no sea que haya una invitación a trabajar para conseguirlo, no es aplicable a toda una generación nativa digital que no necesariamente da la espalda a la responsabilidad y al esfuerzo personal.

Es positivo cultivar sueños para la vida y tener confianza en nuestras posibilidades. Ser optimistas nos ayuda a tener esperanza y a afrontar desafíos que ayudan a realizar los objetivos personales; pero es preciso recordar que hay que saber poner la escalera a tiempo, y ascender por los peldaños, o por una cuerda real, para persistir y resistir, para distinguir entre la fantasía y la realidad. El autoengaño feliz puede ser un breve sorbo de agua en el camino, pero es caduco y hace más daño cuando se da de bruces con la cruda realidad. Y además somos conscientes de que hoy las redes sociales son un filtro complejo de interpretación de la realidad donde abundan vídeos cortos, quizá más utilizados aún por adolescentes, que resultan atractivos por su simplicidad, tanto en el continente como en el contenido, y, a veces, por su originalidad. Y no podemos dar la espalda a este fenómeno, aunque sin generalizaciones absolutas, para contextualizar la situación.

No podemos olvidar que subrayar los aspectos positivos para superar los problemas cotidianos sigue teniendo un gran valor en la vida, pero si en el trasfondo de esta filosofía solo hay un juego de palabras indicando que ser delulu es la clave para alcanzar la solulu o la solución a los problemas, el pensamiento positivo y la autoconfianza, más que en tierra firme, se asientan en el autoengaño. Tener pensamientos delirantes de grandeza no es suficiente para conseguir lo que una persona imagina. Decía Marco Aurelio que “nuestra vida es lo que nuestros pensamientos hacen de ella”. Y tiene sentido potenciar el optimismo en todos los aspectos de la vida porque favorece la alegría y la resiliencia o la resistencia emocional. Pero si esos pensamientos, por muy positivos que sean, son imposibles de poner en práctica, la decepción y la frustración no contribuyen precisamente al bienestar emocional, y no estimulan para arriesgar algo del presente con el fin de conseguir algo en el futuro. A veces se cultiva la mentalidad positiva como clave para el éxito personal y la resiliencia, y se destacan sus beneficios, sobre todo si se comprenden las cualidades positivas de la vida, de ahí tantos libros, quizá algunos cuestionables, de autoayuda, desarrollo personal, liderazgo empresarial, educación, salud…; pero es más complejo a la hora de relacionarlo con las mejoras sociales, con un enlace entre la realidad individual y la realidad social, con una actitud crítica que ponga en la balanza las posibilidades y las limitaciones.

En un contexto similar se encuentra también esa tendencia habitual en algunos ambientes muy pendientes de enviar y recibir energías positivas como un elemento que tiene su influencia en la realidad. Según la llamada Ley de la Atracción, el universo responde con experiencias positivas o negativas en relación al tipo de vibraciones, positivas o negativas, enviadas. El problema se encuentra en su endeble base científica, a pesar de la insistencia en que su eficacia se encuentra en el cambio de mentalidad que promueve.

Es sutil, por tanto, el hilo que separa la potenciación de la confianza en las capacidades personales y el autoengaño, entre la visión crítica de la realidad, personal y colectiva, y el delirio. Que el término delulu tenga millones de visitas en TikTok quizá signifique una especie de versión superficial del pensamiento positivo, centrado, además en la propia individualidad, en la posible felicidad personal, más que en el beneficio, o bienestar, de la colectividad. Y además puede ser frustrante que alguien se centre en algo inalcanzable pensando que eso le va a hacer feliz.

Ser delulu va más allá del pensamiento positivo que valora la confianza cabal en la propia persona porque traspasa la línea roja del principio de realidad y promueve la irresponsabilidad, que es una forma de eludir compromisos personales o sociales, y es significativo que no se plantee una Delululandia colectiva, pues ni siquiera tal filosofía de vida se imagina un mundo ideal imposible de conseguir. En eso sí que hemos tirado la toalla.

Poeta