Dudé en poner este título. Lo lógico hubiera sido reconocer en el titular su gran papel durante diez años en la construcción europea, pero, como en las dos oportunidades que tuve la suerte de estar con él, me habló de Marie, su mujer de Mauleon, pensé de interés recalcarlo, ya que el dato nos acerca a esta gran personalidad. Quizás, por esta razón veía lo vasco con cercanía y comprensión, cuestión esta que en un mundo globalizado e insolidario tiene su interés.

Hace casi un mes, el 27 de diciembre de 2023, falleció a los 98 años, Jacques Delors. Vi la noticia en la reseña de las portadas de los periódicos que al día siguiente se venderían y su foto aparecía en el centro de varias primeras páginas. Reconozco que me sorprendió, pues pensaba que había fallecido hacía ya tiempo. Y lo lamenté pues fue el gran artífice de la reciente construcción europea, aunque hoy su gran labor casi se desconoce. Asimismo, recordé las dos visitas en las que tuve la oportunidad de conocerle y hablar con él.

Cuando Delors llegó a Bruselas para dirigir el brazo Ejecutivo del club comunitario, la Comunidad Económica Europea, como se llamaba entonces, era más bien un gran mercado común continental de diez países que intentaban conjugar sus intereses en un experimento con pocos o ningún precedente histórico con el que se intentaba evitar que el continente acabara otra vez en una guerra devastadora. Justo cuando él lo dejó, el 1 de enero de 1995, se alcanzó la cifra de 15 Estados miembros –España se sumó en ese periodo– que se habían convertido ya en la Unión Europea, el nombre actual. Dejó incluso un testamento en el que señalaba cómo podía recorrerse el camino de las futuras ampliaciones.

Delors no fue uno de los padres fundadores del proyecto europeo, pero su trayectoria durante los diez años en los que fue presidente de la Comisión le sitúan entre uno de sus grandes hacedores. El impulso que le dio le colocan a la altura de los franceses Jean Monnet y Robert Schuman, el italiano Alcide de Gasperi o el alemán Konrad Adenauer.

Fuera de Bruselas, su nombre no es tan conocido como el programa Erasmus o el Espacio Schengen, pero prácticamente todos los que viven en la burbuja comunitaria saben qué es el Marco Financiero Plurianual de la UE. Esa especie de presupuesto de la Unión, con varios años de vigencia, que se propuso por primera vez en 1987. Planteó un segundo esquema presupuestario y en el camino duplicó los fondos de cohesión.

En el Berlaymont

Conocí al entonces presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, en el edificio Berlaymont de Bruselas en septiembre de 1987. Fue un viaje de la Comisión Mixta UE del Congreso para conocer el funcionamiento institucional comunitario y para que nos explicaran lo que se conocía entonces como “paquete Delors”, que era un acuerdo de mínimos para llevar a la práctica el Acta Única Europea. Tras varias intervenciones, llegó el presidente como plato fuerte. Nada más sentarse, nos dijo categórico: “Si en la próxima reunión de Copenhague no se aprueba lo propuesto, yo dimitiré. No quiero ser presidente de una Europa sin ambiciones, flácida, de pueblos mudos, egoísta. No se puede llegar a ese punto de hipocresía que consiste en aprobar el Acta Única y no quererla llevar a la práctica. Me quedan quince meses como presidente de la Comisión y quiero dar este impulso europeo. De lo contrario, esto no vale la pena”. Fue categórico. Tenía las ideas muy claras.

Tras hablarnos de sus preocupaciones sobre la UE, se abrió el turno de preguntas. Todos los diputados presentes formulamos nuestras cuestiones. Uno sobre el IVA, otro sobre el maíz, y el de más allá sobre el Sistema Monetario Europeo. En mi turno, y aprovechando que Delors había hablado de los egoísmos estatales, le pregunté sobre la ley electoral con circunscripción autonómica o regional, sobre la Europa de las regiones y pueblos, con el fin de que me contestara desde su magnífico observatorio ejecutivo de presidente e impulsor de la Comunidad.

De lo planteado, me contestó a esta última pregunta. Me dijo que su esposa era vasca y conocía muy bien lo que se conocía como “problema vasco”. Me puse a temblar, a pesar de que Eneko Landaburu, a quien había conocido en la primera legislatura del Parlamento Vasco en 1980, era uno de sus más cercanos y estimados colaboradores, pero sabía también que Delors era un francés de París, la jacobina capital de Francia. Sin embargo, me dijo cosas de interés: “La CEE solo dialoga con los estados como únicos interlocutores. Pero hay un escalón intermedio: las regiones. Y, de momento, es prematuro hablar de la Europa de las Regiones, pero –enfatizó– no porque los vascos lo pidan mucho o tomen iniciativas y acciones para que esto sea así lo van a lograr. Dentro de veinte años, yo no lo veré, pero usted sí, el problema vasco tendrá su encaje en Europa. Y le repito, no porque ustedes hagan nada, sino porque eso es necesario para Europa. Y hacia eso vamos. Créame. Trabajo para que el País Vasco sea una región más de Europa”. Terminada la reunión, vino directamente diciéndome que estaba furioso porque no podía ir al País Vasco por temor a una acción contra su persona. Y me volvió a hablar de su esposa Marie.

En su despacho parisino

Pasó el tiempo. Presidí la Comisión de Amistad Hispano Francesa. Era entonces secretario primero del Senado y nos correspondía a los miembros de la Mesa presidir esas solicitadas Comisiones.

Lo primero que hicimos en junio 2008 fue ponernos en contacto con la Comisión análoga en el Senado francés, en el magnífico Palacio de Luxemburgo, donde tenían como secretario un descendiente de catalanes que era la personificación del protocolo, de la amabilidad y de los cabezazos. Me llamaba cada tres segundos “monsieur le president” y, aunque le pedí que apeara el tratamiento, él lo intensificaba. Se sentía muy a gusto estableciendo la diferencia y tratando de marcar la importancia que le daban a dicha Comisión. El caso es que en la preparación de aquel viaje nos preguntó con qué político o personalidad francesa desearíamos entrevistarnos en París. Unos pidieron a Nicolás Sarkozy, otros a Ségolène Royal, que estaba de moda en abierta campaña en favor de su candidatura, otros querían conocer a Gérad Depardieu, incluso a Jacques Chirac. Yo pedí hacerlo con Jacques Delors. Creo que acerté, pues fue la más interesante y didáctica de las entrevistas.

Entrevista con Jacques Delors

Jacques Delors tenía en ese momento 82 años pero seguía en activo en una oficina en el centro de París como presidente de un organismo europeo que seguía de cerca aspectos relacionados con la cohesión y el empleo en la Unión Europea.

Me interesaba su figura pues recordaba lo que me había dicho en 1987 y, sobre todo el que más allá de su trayectoria en la Comisión, Delors fue también un hombre del siglo XX. Católico convencido, colaborador en la revista cristiana Esprit, militante de la Juventud Obrera Cristiana, de la asociación Vie Nouvelle, dedicada a la educación popular, se mostró desde joven comprometido con los valores del humanismo cristiano de Emmanuel Mournier. Apostó por la formación del capital humano y la educación a lo largo de toda su vida. Comprendió bien las transformaciones que se produjeron en la Europa de postguerra y enfocó los pasos que debía dar el continente en el cambio de siglo. Su sombra había acompañado, desde entonces, a todos los presidentes de la Comisión, que raramente han soportado la comparación.

Estaba muy bien física y mentalmente y le gustó recibirnos y darnos su visión de cómo veía el momento político que vivía la Unión, con una parálisis que le pregunté si se corría el riesgo, como las aguas estancadas, de pudrirse. Me dijo que no, pues siempre la Unión había encontrado una salida a sus crisis pero que veía pocos europeos de verdad en acción. “Lo intergubernamental es lo que prima y, si uno va a Bruselas solo a reivindicar lo suyo, no habrá nada que hacer”, nos dijo con pesar.

Comentó que a Europa no había que ir a discutir entre ministros sino a buscar soluciones y nos fue desgranando los puntos fuertes y los débiles de la entonces situación, recordando lo que debía el Estado español a los Fondos de Cohesión y a los Estructurales a la hora de explicar la realidad política y económica que se vivía en España.

Todos le hicimos preguntas y al final, en nombre de la delegación, le regalé una pluma que agradeció. Cuando nos sacamos la foto, me volvió a recordar con orgullo que su mujer Marie era oriunda de Zuberoa, cerca de Mauleon, sabía euskera y a él le gustaba escucharla, y que él siempre había sido vinculado a lo vasco y por tanto “un poco subversivo”. Estuvo muy atento.

Su gran preocupación

Hablamos con él de educación, asunto que le interesaba muchísimo y salió a colación aquel famoso y decisivo Informe Delors.

El Informe Delors fue elaborado por una comisión internacional para la educación del siglo XXI, a petición de la Unesco. Su nombre obedece a que estuvo presidida por quien teníamos delante, que deseaba explicarnos sus virtudes haciendo especial hincapié en la educación. Al contrario de otros informes sobre educación, el Informe Delors estaba hecho por personas del mundo de la educación y de otros “mundos”, pero además estuvo compuesta no sólo por personas del mundo occidental, sino de todo el universo. Esto –nos dijo- había sido muy importante, porque ciertamente hay grandes diferencias culturales entre unos y otros.

En el Informe Delors se habla de que todas estas divergencias tienen como principio los cambios en los estilos de vida, que van generando tensiones, cambios culturales, cambios en la estructura familiar que vive el mundo contemporáneo. Remachaba el concepto, para él errado, de que se da por sentado que la madurez emocional ya se ha consolidado cuando los niños tienen 8 y 9 años; cuando la verdad es que ninguno de los adultos ha acabado su educación emocional. “Después, cuando llegan a la universidad –claro, este es el templo de la ciencia–, no podemos ocuparnos de los problemas emocionales de los jóvenes”.

Fue un debate de ideas y acciones colectivas europeas a tener en cuenta que fueron del mayor interés. Y es que con Delors se podía estar hablando mucho de todo. Le dije al final, como cumplido pero persuadido, que Europa solo podía salir de su parálisis si él, Delors, volvía a la Comisión. Y es que con el entonces presidente Durao Barroso, poco lejos se iba a llegar. Sonrió.

Dejó Bruselas el 1 de enero de 1995. Su nombre sonó con mucha fuerza para ser el candidato socialista a suceder a su compañero François Mitterrand. Los tiempos encajaban. Las elecciones nacionales eran después, en abril. Renunció ante un partido dividido y dejó el camino abierto al candidato conservador, Jacques Chirac. Un año después creó el centro de estudios e investigaciones europeas que llevaba su nombre, Instituto Jacques Delors, con sedes en París, Berlín y Bruselas, que fue el lugar donde nos recibió. Fue un placer conocerle y hablar distendidamente con él, y de su apunte hacia lo vasco a través de Marie. Era todo un sabio y un humanista. Estoy seguro de que hoy, con Delors al frente, Europa sería distinta y sería mejor.

Diputado y senador de EAJ-PNV (1985-2015)